Momentos de Horror, de Jakop Ahlbom. Foto: Sanne Peper (izda.) y Crowd, de Gisèle Vienne. Foto: Estelle Hanania (dcha.)

Tras la era Rigola, la Bienal de Venecia de Teatro, que arranca este viernes, ha entrado en otra dimensión de la mano de su nuevo director, Antonio Latella. Continúa la experimentación y la búsqueda de nuevos lenguajes pero ahora el peso creativo recae en prometedores jóvenes talentos. Este año el festival homenajea a los actores y los performers, galardona con el León de Oro al tándem Rezza/Mastrella y despliega numerosas obras con poso existencial y atmósfera noir.

Uno de los laboratorios teatrales europeos más fecundos es la Bienal de Venecia . Àlex Rigola intensificó su tradicional afán por renovar la escena. En los seis años que la comandó, el director español impulsó decenas de talleres creativos de los que salieron algunos montajes seminales. De gurús como Korsunovas, Ostermeier, Lauwers, Castellucci, Lluis Pasqual, Marthaler… O sea, el star system de la dirección escénica del viejo continente. También acogieron a uno de los registas italianos de mayor peso, Antonio Latella, que en 2016 fue precisamente el escogido para sustituir a Rigola. En principio, estará al frente del festival hasta 2020. Y aunque ha seguido una línea continuista en aspectos troncales de la Bienal (sigue apostando por la experimentación), en otros se aparta de la política de su predecesor.



Latella se ha despreocupado de convocar a los consabidos popes. El foco lo pone ahora sobre nuevos talentos que empiezan a despuntar y que, previsiblemente, coparán las carteleras en el futuro. "Los primeros no necesitan de la Bienal para exhibir su trabajo porque los encontramos en todos los grandes festivales. Nosotros debemos brindarles una oportunidad a jóvenes desconocidos que están asentando su personalidad artística y a aquellos que, aunque ya la tienen más que asentada, no son apenas conocidos. Mi vocación siempre ha sido dar voz a los que no tienen voz", explica Latella por teléfono antes de que arranque (este viernes) la segunda edición de la cita italiana bajo su batuta. "Rigola hizo algo muy importante: puso de nuevo el teatro en el centro de la Bienal. Yo me he beneficiado de ese esfuerzo previo pero ahora debíamos asumir la responsabilidad de apoyar y producir a las nuevas generaciones".



"Los grandes directores no necestan la bienal para exhibirse. Debemos apoyar a los jóvenes". A. Latella

Latella, formado en origen como actor en la Bottega Teatrale de Florencia de Vittorio Gassman, ha cumplido su promesa. Este año ha incorporado a la programación la relectura de los Espectros hecha por el director Leonardo Lidi, vencedor el año pasado del concurso College sub-30. Lidi destaca la sinceridad que proyecta Henrik Ibsen en esta obra, donde, dice, "se ridiculiza descarada y violentamente". Además, Latella incluye a Fabio Condemi, que obtuvo también en la edición anterior una mención especial. Ahora descorcha Jakob Von Gunten, pieza inspirada en la novela (y diario) homónima de Robert Walser. Ambos títulos forman parte de una cartelera diseñada con un objetivo: homenajear a actores y performers. "Porque -explica Latella- el teatro se puede hacer sin directores, sin dramaturgos, sin vestuario, sin escenógrafos, sin palabras, sin técnicos, pero es imposible hacerlo sin los unos o los otros. Ellos son los que establecen el contacto real entre lo que ocurre en el escenario y el público".



Son muchos los que creen que ya no tiene sentido distinguir ambos conceptos. Latella, sin embargo, considera que, aunque se van difuminando, todavía existen facetas diferenciadoras. "Originalmente, los performers nacieron para disponer de una libertad creativa total. No les ataban ni los directores ni los textos. Los actores, por el el contrario, están sometidos a una gramática ya codificada que transmiten a los espectadores". De los primeros suelen echar mano creadores como Jan Fabre, que bautizó a sus performers -con algo de ampulosa cursilería- como ‘guerreros de la belleza'. Son más aptos para un perfil como el suyo, el de un artista total que, entre otras fórmulas de expresión, emplea el teatro. Latella se pone a sí mismo como ejemplo del otro polo, el que representan los directores escénicos puros, ajenos a veleidades artísticas. "Yo sí necesito actores y lenguaje teatral. Me siento muy ligado a este último. Me gusta romperlo constantemente pero siempre está en la base de mis proyectos", explica para dejar clara la distancia entre ambas concepciones.



Momentos de Orestea, de Anagoor (Foto: Giulio Favotto) (izda.) y de Jakob Von Gunten, de Fabio Condemi (Foto: A. Avezzú) (dcha.)

Arrastrados por el espectáculo

Para rematar el contraste, Latella añade otra diferencia: "El espectador suele estar mucho más cómodo y tranquilo en su butaca frente a un actor que frente a un performer. Eso crea en la sala una dinámica y un ambiente muy diverso". Es algo fácilmente verificable en algunos festivales de vanguardia donde el público, de pronto, se ve impelido (muchas veces contra su voluntad) a participar en el espectáculo o salpicado por sustancias que vuelan desde el escenario.



Rezza y Mastrella ofrecen una retrospectiva de tres montajes con un profundo poso existencialista
Los performers están cada vez más presentes en los teatros. Y todo apunta a que la tendencia seguirá cobrando fuerza en el futuro. Para Latella, que se consagró como regista con su adaptación del Porcile pasoliniano en el Festival de Salzburgo en 2003, es una consecuencia de la combustión de diversas artes sobre las tablas (teatro, danza, cine, mimo, pintura, escritura…). Y del creciente desembarco de artistas en los dominios teatrales. "Es interesante preguntarnos por qué abandonan las galerías y los museos. Yo creo que la clave está en el público: saben que en las salas teatrales tienen garantizado el encuentro con personas abiertas a la experimentación y que, por tanto, es posible un diálogo íntimo".



Todas estas cuestiones serán abordadas en diversos coloquios, charlas, conferencias… Pero donde tienen un reflejo más esclarecedor y práctico es en la programación. En ella gozan de un hueco especial los ganadores del León de Oro este año, el tándem histórico formado por Antonio Rezza/Flavia Mastrella, que suceden en este reconocimiento a Castellucci, Donnellan, Ronconi, Liddell… Llevan juntos más de 30 años. Ella, escultora, crea espacios escénicos que luego habita (y fagocita) él, actor, performer y autor. A partir de esa experiencia, Rezza escribe los textos. "Es un método de creación radicalmente performativo", afirma Latella. En Venecia podrá verse una retrospectiva de sus espectáculos más recientes, todos con un poso existencialista: 7 14 21 28 (parábola sobre la desaparición de la palabras), Fratto X (un ideograma sobre la saturación de sonidos e imágenes a que estamos sometidos) y Anelante (sobre el fracaso de Dios en la sociedad contemporánea).



Teatreros omnívoros

El debate de fondo en esta edición es si existe todavía alguna diferencia entre

El resto de propuestas es una ensalada de variantes interpretativas. Encontramos performers puros, de los que hacen de su capa un sayo en el escenario. Buen ejemplo es la neozelandesa Simone Aughterlony, que presenta Uni*form. También sobresale la francoaustriaca Gisèle Vienne. "Es una figura enorme, que rompe moldes: los críticos que suelen seguirla están especializados en danza pero yo creo que su obra entra en la dimensión del teatro musical", apunta Latella. Otro de los platos más apetitosos lo sirve Anagoor, ungida con el León de Plata esta edición. Fundada en 2000 por Simone Derai y Paola Dallan, la compañía italiana está dando mucho que hablar en el país transalpino con su estética conceptual y, al tiempo, artesana. Sus ingredientes son la performance, la literatura, el canto, la filosofía… Un colectivo artístico, en fin, omnívoro. A ellos les corresponde inaugurar la Bienal este viernes con Orestea. Agamennone, Schiavi, Conversio, una versión que reivindica a Esquilo como el primer autor griego que se levantó contra el dolor y la fragilidad inherente a la condición humana.



La reflexión existencial, vemos, permea casi todas las obras del programa. Es el hilo conductor que las hilvana. Pero no es el único. El género negro (il giallo, como dicen en Italia) se impone como fórmula narrativa y como atmósfera. Habrá mucho suspense, misterio, terror y crónica policial durante los días de la Bienal. Lo mismo hasta nos encontramos al comisario Brunetti investigando por allí. "Es algo -recuerda Latella- que nos sorprendió cuando empezamos a seleccionar los espectáculos. Pero no es una casualidad. Hay que tener en cuenta la juventud de los creadores convocados. Pertenecen a una generación que suele habitar en grandes ciudades en las que un día coges el metro y te puede pasar cualquier cosa. Su vida es cambiante, incierta y misteriosa. Y su manera de enfrentarse al miedo que esto les provoca es, como decimos aquí, ponerle un bigote a la Gioconda [sacrílega osadía que perpetró Duchamp, por cierto]. Es decir, hablar de él para desmitificarlo y perderlo".



@albertoojeda77