Pere Arquillué en la losa de mármol blanco de Primer amor

"El amor nos vuelve despreciables". Habla Beckett a través del protagonista de Primer amor, uno de los textos fundacionales del autor irlandés en el que arremete contra el romanticismo. En el Valle-Inclán, a partir de este viernes.

Un texto "sencillamente complicado", con muchos niveles de lectura, crítico, luminoso... El actor Pere Arquillué, culpable de subir al escenario este Primer amor de Beckett junto a Moisés Maica (fallecido el verano pasado), sintió la necesidad de montar la obra desde su primera lectura. Dirigida por Miguel Górriz y Àlex Ollé, el propio Arquillué interpreta, desde este viernes, 2, en el Teatro Valle-Inclán, a un personaje descarnado, autoexcluido y expulsado del clan familiar tras la muerte de su padre.



"Beckett tiene en estos momentos toda la vigencia", explica el actor a El Cultural. "Nos habla de la condición humana desde el origen y por tanto desde su faceta más atemporal. Beckett sugiere un millón de cosas a la mirada del espectador contemporáneo".



Con una puesta en escena minimalista, en Primer amor el espectador encontrará, según Arquillué, "una prospección muy intensa y compleja en torno al lenguaje. También sobre los signos que su código nos propone. Asistirá a un espectáculo desnudo, esencial y a la vez lleno de significados". Primer amor, escrita por el autor irlandés en 1946, nos presenta una reflexión ácida sobre ese sentimiento romántico que nos venden a todas horas, una emoción, una corriente espiritual, que la realidad del día a día se encarga de desmentir: "El autor realiza este proceso pervirtiendo las situaciones que normalmente definen y desarrollan ese romanticismo. Durante la obra, se acerca a la mujer precisamente para no tener que pensar en ella".



El encuentro con lulú

‘La conocí en un banco, a la orilla del canal, de uno de los canales, porque nuestra ciudad tiene dos (...) Hazme sitio, dijo. Mi primer impulso fue largarme, pero el cansancio y el hecho de no saber adónde ir me refrenaron. Así pues, encogí un poco las piernas y ella se sentó. No pasó nada entre nosotros, aquella tarde, y ella se marchó enseguida, sin haberme dirigido la palabra'. Así narra Beckett, en versión de Sanchis Sinisterra-con traducción de Anna Soler Hora-, el encuentro entre el protagonista y Lulú, gracias al cual va hilando un monólogo sobre la relación sentimental y el amor en todas sus variantes, desde el más apasionado al que entendemos como platónico. ‘El amor nos vuelve despreciables, es un hecho comprobado', llega a decir con cierta dosis de ironía el narrador de esta historia antirromántica.



"Es un lujo poder meterse en la mente de un personaje tan patético -en el sentido más positivo del término- y a la vez disfrutar de un lenguaje tan rico como el de Beckett, en el que lo cómico juega un papel fundamental. Como gran escritor, utiliza el humor, a veces negrísimo, para que los aspectos más crudos lleguen con fuerza", reconoce Arquillué, que volverá a los escenarios, nos desvela, con Arte y con dos piezas emblemáticas de Havel.



La interpretación de Arquillué sostiene la intensidad del montaje, eleva la provocación de Beckett y la convierte en una profunda reflexión sobre las relaciones humanas. "Tenemos el privilegio de contar con un gran inérprete. Es un actor que dispone de una magnífica paleta de emociones, de una amplísima gama de registros. Es capaz de dar la afinación perfecta a cada palabra y de proporcionar al personaje el relieve adecuado al pliegue que insinúa cada arruga del lenguaje de Beckett", explican Miquel Górriz y Àlex Ollé. ¿Debemos reír o llorar entonces ante la propuesta del autor de Esperando a Godot? "Con el humor -sentencian los directores-, Beckett le propina a la metafísica una buena patada en la entrepierna. La muerte, que recorrre la columna vertebral de la obra, es el eco que resuena por todos los rincones de la pieza. Asistimos a un diálogo íntimo entre Eros y Tánatos. La trascendencia de la historia reside por tanto en un paganismo mítico de raíz clásica".



¿Muerto o vivo?

Según Górriz y Ollé, Beckett dinamita con tres pinceladas de ingenio la religión, el Estado y la cultura. "En lo formal, una losa de mármol blanco nos sugiere una lápida, un banco o una mesa de disección. Un elemento suspendido, lumínico, nos evoca el peso que aplasta y da luz al protagonista. Estos dos únicos elementos de gran fuerza simbólica y la creación de distintos espacios sonoros, nos sugieren lugares inconcretos, mentales y míticos que podrían ser un cementerio, un parque público o la sórdida casa de Lulú". La pregunta es si nos disponemos a contemplar la disección de un hombre muerto o vivo. Esa es la cuestión. Beckett, nuestro personaje, lo resuelve, enfático, con una reflexión final: ‘¿Qué importa que un grito sea débil o fuerte? Lo importante es que pare".



@ecolote