José María Pou se adentra en la locura de Ahab. Foto: David Ruano

Andrés Lima estrena este viernes en el Teatro Goya de Barcelona una versión de Moby Dick que se sumerge en la turbulenta psique de Ahab, encarnado por José Maria Pou. Juan Cavestany ha 'exprimido' el novelón de Melville.

Una cicatriz que le cruza la cara. Un chambergo de lobo de mar. Patillacas engarzadas con una barba de predicador protestante. Y una pata de palo que golpea la cubierta del Pequod provocando escalofríos en la tripulación. El aspecto de José María Pou ha mutado radicalmente estos días. Ya es Ahab, el célebre capitán ideado por Herman Melville, escritor también muy curtido en marejadas y temporales. El actor catalán se adentra en su psique obsesiva a partir de este viernes 19 en el Teatro Goya de Barcelona. Será el gran protagonista de la versión escénica de Moby Dick dirigida por Andrés Lima. La dramaturgia firmada por Juan Cavestany es de hecho casi un monólogo, apoyado en la intervención puntual de otros personajes (Starbuck, Ismael, Pip...), que interpretan Jacob Torres y Óscar Kapoya.



Pou, que celebra este 2018 50 años sobre las tablas (debutó en el histórico Marat-Sade de Marsillach del 68), le ha dado muchas vueltas a la personalidad del endemoniado marino antes de encarnarlo. Son miles las teorías existentes sobre el motor de su locura. "Se ha escrito mucho, sí, cosas muy dispares, pero de lo que no hay duda es de que estamos ante un hombre con una enfermedad mental. En psiquiatría, su trastorno ahora se conoce como el Síndrome de Ahab. Su síntoma primordial es el empecinamiento en un objetivo imposible. En su caso tiene un efecto terrible: lo convierte en una máquina de matar que busca la venganza contra la ballena a toda costa. Y no lo hace por una cuestión personal. La megalomanía de Ahab eleva su causa a una dimensión universal", explica Pou a El Cultural.



Pero es precisamente esa voluntad extrema la que otorga al personaje también un lado edificante. "Vale -tercia Andrés Lima-, es un tirano, que arrastra a su gente a la muerte por un fin que ninguno comparte, pero esa tenacidad es un ejemplo también para todos los hombres. Ahab libra una batalla contra la naturaleza, contra los dioses y contra ese monstruo mítico. Y lo hace sin dar ni un solo paso atrás". Otra faceta luminosa de su cáracter son los pequeños ‘deslices' de humanidad que no puede evitar. Hay dos muy significativos a jucio de Lima. Antes de arponear por primera vez a la ballena, le pide a Starbuck asomarse a sus ojos. No quiere mirar al cielo ni al mar. Busca reflejarse en un congénere. El segundo es cuando le da la mano a Pip, el vigilante negro, el último mono de la tripulación. Ahab le dice que prefiere estrechársela a él que a cualquier emperador. "Tenemos que ser conscientes de lo que suponía escribir algo así en los Estados Unidos supremacistas de la época de Melville. Moby Dick es una de las novelas más ambiguas que he leído en mi vida. Aunque parece encorsetada en la estricta moral protestante en que Melville se crió, este traza todo el tiempo vías de fuga hacia el humanismo", reflexiona Lima.



Tanto él como Pou tienen muy claro de dónde viene esa ambigüedad: Shakespeare. "Ahab es un personaje puramente shakesperiano. Si lo hubiera escrito el bardo habría tenido muchísima más repercusión teatral. Aunque hay que decir que las tablas no lo han tratado mal. Vittorio Gassman se metió en su piel poco antes de morir. Y Orson Welles se escribió una versión a su medida", recuerda Pou, avalado por su enciclopédica erudición escénica. Precisamente Cavestany ha trabajado sobre esa adaptación del artífice de Ciudadano Kane. Otros referentes que ha utilizado en su trabajo son Butcher's Crossing de John Williams y Leviathan, o la ballena de Philip Hoare.



Conexión directa con el infierno

Curiosamente, Cavestany ya tenía preparada una dramaturgia de Moby Dick cuando le ofrecieron este proyecto. Por eso no le intimidó el encargo. "Llevaba más de un año haciendo un profundo análisis del libro, así que lo tenía ya casi domado", recuerda Cavestany. El novelón, con su afán de exhaustividad zoológica y sus excursos bíblicos, ha quedado en apenas veinte páginas, centradas en Ahab. Más bien en su misteriosa locura, en su hibris desmedida.



La escenografía plasma el turbión de sus pensamientos. Una gran pantalla proyecta los vídeos creados por Miquel Àngel Raió. Algunos son grabaciones del fondo del mar, otros tienen una dimensión más simbólica. Esas imágenes conectan al espectador con los abismos infernales del malhadado ballenero, un ser que, sin embargo, produce una inquietante empatía. "Es que todos estamos conectados con el infierno -afirma Lima-. Quien lo niegue miente. La prueba es que la máxima expresión de nuestra cultura es la guerra. Y Ahab es eso: guerra".



@albertoojeda77