Escena del Monte Olimpo de Jan Fabre. Foto: Wonde Bergmann

El Teatro Central de Sevilla se prepara para acoger un acontecimiento escénico sin precedentes: la representación durante 24 horas sin descansos de Monte Olimpo. Jan Fabre es el artífice de un montaje que aborda 33 tragedias griegas y moviliza a casi una treintena de actores y bailarines. Una rave minutada por el regista belga con una vocación clara: la catarsis. Antes de llegar a España, Fabre nos cuenta cómo alumbró su descomunal "criatura".

Los maratones no son un fenómeno extraño en el teatro. Seguramente el más famoso es el que orquestó Peter Brook en Aviñón a cuento del Majabhárata, el texto sagrado indio. Nueve horas de función para recorrer los 18 libros que componen el poema épico más largo de la historia. Hace un par de veranos estuvimos clavados en el Teatro Romano de Mérida durante casi 5 horas para ver la versión escénica de la Iliada armada por Stathis Livathinos. Pero estos precedentes no son más que un aperitivo al lado del ritual dionisíaco montado por el desmesurado Jan Fabre. 24 horas del tirón, sin descanso de por medio, en las que concurre el corpus completo de las tragedias griegas que se conservan. 33 en total, de Eurípides, Esquilo y Sófocles. El adjetivo homérico, esta vez, no es exagerado.



El montaje de Fabre, titulado Monte Olimpo, llega al Teatro Central de Sevilla el próximo 5 de marzo. Arranca a las 19 de la tarde del sábado y acabará a la misma hora del domingo. Los espectadores, justo antes de comenzar, escucharán el siguiente mensaje: "¡Apaguen sus móviles, por favor. Buenas tardes, buenas noches, buenos días y hasta mañana!". Y a partir de ese momento el corsé del tiempo convencional saltará en añicos. "En este espectáculo se desdibujan las fronteras entre la noche y el día, esa dicotomía a través de la que organizamos nuestra existencia", explica por teléfono el propio Fabre a El Cultural, con talante de creador duro a lo Abel Ferrara. Curtido y directo, sin que eso signifique carencia de amabilidad.



Fabre es de esos artistas que en su adolescencia osciló entre la aspereza de las calles y el refinamiento de las bellas artes. Confiesa que cabalgó el tigre de la delincuencia durante esos años confusos. Fue arrestado por la policía en alguna ocasión. Pero la aspiración a la belleza a través del arte acabó ganando la partida en su biografía. Lleva más de tres décadas persiguiéndola, como director de escena, como dramaturgo, como escultor, como artífice de performances e instalaciones...

Me ha impactado el grado de implicación de la gente. La mayoría se queda hasta el final"

Aunque a algunos les cueste creerlo por la profusión de vísceras y sangre que afloran en todos estos trabajos. Monte Olimpo no es una excepción. Imposible que lo sea cuando el material de partida son las andanzas descarnadas de Medea, Antígona, Edipo, Helena, Fedra, Hécuba, Ayax, Eteocles, Clitemnestra, Ifigenia... Una constelación terrible de pasiones, traiciones, locuras, venganzas, recelos, megalomanías, guerras, asesinatos, incestos, lujurias... Pero es que para propiciar la catarsis que nos transforme y nos mejore como seres humanos es indispensable el tránsito por esas penumbras del alma, descender al infierno y encararse con el horror, como hizo Conrad en El corazón de las tinieblas.



Escena del Monte Olimpo de Jan Fabre. Foto: Wonde Bergmann

Toda esa 'casquería' (física y emocional) no tiene en Fabre una finalidad provocadora vana, un ánimo escandalizador estéril. "Nunca he iniciado un trabajo con la idea de provocar a nadie. Mi motor es la búsqueda, la curiosidad. Lo lógico es que el resultado devenga provocador, pero en el sentido de evocación de la mente", explica. Su objetivo es otro: la sanación. "Mi profesión consiste en cicatrizar las heridas de la mente de los espectadores".



Mis productores dijeron que era imposible. Hace seis años, en mitad de la crisis, era el momento"


Tiene mucha fe en el teatro para poder alcanzar ese fin terapéutico. Le ve un potencial enorme. En diversos sentidos: "Como posibilidad de sentir empatía por la belleza y por la vida, como arma contra el cinismo que impregna el mundo exterior, como lugar espiritual en el que buscamos la supervivencia y reflexionamos sobre ella, y como espacio donde alcanzar el éxtasis". No está mal. Fabre lleva gestando durante décadas este espectáculo: "Es un proyecto que ha ido creciendo en mi interior. Desde los 80, si miras mis obras escénicas, artísticas y dramáticas, todas tienen una matriz griega. Es una constante y una fijación. Pero fue hace seis años cuando decidí cristalizarla. Me preguntaba sobre todo qué significado tiene en esta época la catarsis. Y se me ocurrió esta manera de inducirla, con una función de 24 horas. Mis productores me decían que era una locura, algo imposible, que no estaban los tiempos para proyectos tan desmesurados, que buscase algo más sencillo, algo para entretener. Pero yo me planté, porque era precisamente en ese momento, en medio de una profunda crisis política, económica y social, cuando una obra así tenía todo su sentido. Era el momento reunir a la gente en el teatro". El público, de hecho, convivirá esa jornada completa, para lo que el Central ha habilitado una galería llena de colchonetas en las que podrán reposar. La cafetería, además, estará todo el tiempo abierta.



Guerreros de la belleza

En esta ambiciosa propuesta le acompañan un grupo de 27 actores y bailarines, incluida Els Deceukelier, la musa de Fabre durante años. Pertenecen a cuatro generaciones distintas y a diversos países. El regista belga, que los califica como "guerreros de la belleza", les hace hablar en sus respectivas lenguas nativas: inglés, italiano, francés, alemán... Habitan el campamento creado sobre las tablas: con pieles de animales con las que taparse y catres sobre los que descansar y fornicar a discreción, según se tercie. La carne se desboca ya desde la primera escena, una coreografía orgiástica que pone al público rápidamente en 'situación'. Fabre desencadena los apremios de la entrepierna sin remilgos. "Observo constantemente, incluso en las personas que trabajo, lo preocupado que están con comportarse lo mejor posible o actuar correctamente. Los instintos han sido enterrados bajo una espesa capa de civilización", lamenta. "Pero a mí me interesa el hombre mientras se mueve fuera de sus rasgos humanistas: el hombre como criatura llena de defectos, impulsos decisiones equivocadas, deseos, instintos, mezquindad, envidia... Todas esas cosas lo hacen muy hermoso. Me interesa el cuerpo como receptáculo de contradicciones, conflictos y trampas. La función del artista es penetrar lo más profundamente posible en ese lugar secreto en el que la fuerza primitiva alimenta a toda la evolución. Ahí es donde encontrarás un conocimiento instintivo que está basado en el afán de supervivencia. La belleza de los instintos consiste en que podemos explorar los límites de las emociones extremas, los impulsos animales y las locas pasiones, y luego aprender de todo ello para equilibrar nuestra psique".



Escena del Monte Olimpo de Jan Fabre. Foto: Wonde Bergmann

Don de la ebriedad

Los parlamentos que pronuncian los actores los firman el propio Fabre y Jeroen Olyslaegers. Dice el primero que estuvieron años leyendo con lupa cada tragedia y analizando el subtexto que bulle bajo su literalidad. A partir de ahí construyeron uno nuevo, asentado sobre todo en los monólogos. En ese campamento nocturno Edipo yace incestuosamente con la reina Yocasta, Ulises viaja rumbo a Troya en la litera de su barco, la hermosa Europa es secuestrada por el dios Zeus transmutado en toro...

Me siento como un viejo brujo griego que conoce los rituales. Mi teatro es un veneno que sana"

Todo se concentra en una vorágine de acontecimientos y una frenética actividad, como en una rave avivada a base de un techno machacón, hasta desactivar las alarmas de la cordura. "Estar tanto tiempo actuando produce una brutal liberación de endorfinas. Los actores-bailarines entran en un estado equiparable a la ebriedad. Es una energía que se transmite del escenario a las butacas. Luego sucede en sentido inverso", explica Fabre. Digamos que se crea un circuito energético cerrado y autosuficiente dentro de la sala: una comunión dionisíaca desenfrenada. "Me ha impactado el grado de implicación de la gente, el vínculo que se establece con nuestro trabajo. Hemos visto en las funciones precedentes, en Berlín, Brujas, Roma, Amsterdam, que la mayoría aguanta hasta el final. Es una sorpresa muy gratificante. Si soy sincero, no lo esperaba".



El bosco y sus 'delicias'

A su paso por todas estas ciudades los críticos se han esforzado por desencriptar las claves ideológicas y estéticas con las que Fabre ha moldeado su ciclópea criatura. En sus crónicas y reseñas se entrecruzan nombres y referencias. Que si Pasolini, por su rastreo de la mística en la sordidez (también ayuda que Medea la encarna una Maria Callas transmutada en drag queen). Que si Nietzsche, al preconizar el retorno a la cultura trágica como rebelión frente al academicismo filológico. Que si Artaud, por la explícita crueldad y la sucesión de escenas de impacto, como cuando los personajes, ataviados con túnicas de un blanco impoluto, empiezan a desprenderse de trozos de carne cruda y sanguinolenta (corazones, hígados...) Que si Pollock, por las estructuras cromáticas... Pero Fabre revela a El Cultural que los tiros no van exactamente por ahí. "Sobre todo me he inspirado en las formas de la escultura griega. Las estampas recogidas en los frisos me han ayudado mucho para diseñar las coreografías. La otra gran referencia para mí ha sido la pintura clásica flamenca".



Ciertamente es una pintura que sintoniza con la cosmogonía escénica acuñada por Fabre. Echemos un vistazo al panel central de El jardín de las delicias, que tenemos en el Prado, y lo confirmaremos. Esa vocación por celebrar la lujuria y los apetitos sexuales proviene, según Fabre, del hecho de que Flandes ha estado sometida a lo largo de su historia a constantes ocupaciones. "Españoles, holandeses, alemanes y franceses nos han invadido y sometido. Eso ha creado en nosotros un fuerte sentido de la ironía y la subversión, expresado por nuestros artistas ya desde los siglos XIV y XV". A esos artistas no les faltan herederos hoy día. En materia escénica, Bélgica es muy probablemente el país más a la vanguardia en Europa. Para lo bueno y para lo malo que supone colocarse en una posición tan avanzada. Lo acredita el propio Fabre, pero también nombres como Lauwers, De Keersmaeker, Platel, Van der Keybus... Todos muy influyentes y muy demandados en los festivales punteros en la experimentación de nuevos lenguajes.



El de Fabre queda fijado en lo alto de este Monte Olimpo, testamento previo de todas sus obsesiones y desvelos como aspirante perpetuo a la belleza y la sanación psíquica. "A veces me siento como una especie de viejo brujo griego. Sé para qué sirven los rituales y qué infusiones refinadas pueden lograr. La palabra griega pharmakon significa a la vez medicamento para curar y veneno peligroso. Esa es la ambigüedad de mi método y de mis representaciones. Tanto para los actores, como bailarines y público, mi teatro es una estética del veneno que solo puede sanar".



@albertoojeda77