La austeridad conceptual de L'isola disabitata y el glamour de La viuda alegre

Emilio Sagi transforma en musical la popular opereta de Franz Lehár en el Teatro Arriaga. Natalia Millán protagoniza la mutación. Y en los Teatros del Canal recupera al compositor Manuel García con L'isola disabitata.

La incesante actividad de Emilio Sagi emerge este miércoles (13) en dos epicentros escénicos del país. En el Teatro Arriaga, del que es director artístico desde 2008 y que celebra su 125° cumpleaños, estrena su versión de La viuda alegre, la popular opereta de Lehár de 1905, uno de los títulos más representa- dos del universo lírico. Y en los Teatros del Canal, donde presenta su visión de L'isola desabitata, del compositor y tenor Manuel García, una pieza arrinconada que se empecinó en recuperar para el repertorio contemporáneo. Dos trabajos que acreditan la ambivalencia del regista bilbaíno, que se desenvuelve con igual solvencia tanto en el mainstream como en los nichos musicológicos.



"Lo importante es no caer en la rutina y darle una lectura personal y única a cada partitura y a cada libreto", explica a El Cultural. Con La viuda alegre quiere llegar al máximo público posible. Objetivo que pretende alcanzar con una mutación del material original, que trasvasa de la opereta a los terrenos del musical. "Como hizo Baz Luhrmann con La bohème de Puccini. Yo la vi en San Francisco y me gustó mucho el experimento". Que ahora ha importado para el aniversario del Arriaga, aplicándolo a la célebre pieza vienesa.



Sagi le tiene especial cariño porque ya la cantaba su tío, el barítono Luis Sagi Vela. Forma parte de su educación sentimental. Y tiene un carácter efervescente muy apropiado para celebraciones. Jordi López, su director musical, se ha encargado de arreglar la composición de Lehár para reducir la instrumentación. Y Enrique Viana, guionista y tenor que encarna a Njegus en la producción bilbaína, ha alterado también el libreto (firmado por Viktor Leon a partir de la comedia de Henri Meilhac L'attaché d'ambassade) con una doble intención marcada por Sagi: insuflar renovada frescura a la vieja traducción al español y erradicar el poso machista de la historia.



Un historia que protagoniza la acaudalada, elegantísima y deslumbrante Hanna Glawari. Tras enviudar, ha heredado una fortuna que sus compatriotas del minúsculo Gran Ducado de Pontevedro (en la relectura de Sagi, el Principado de Opereta) no quieren que salga de sus fronteras. Para evitarlo, buscan casarla de nuevo con uno de sus nacionales. Una fiesta en la sede de su embajada de París es el escenario donde mover las piezas. El primer secretario de la legación diplomática, el apuesto Danilo (Antonio Torres), se perfila como la gran esperanza. Pero debe enfrentarse primero a la manada de chacales que la rondan. "En el texto original la viuda es algo tontita y se deja llevar. Aquí es una mujer inteligente, que sabe jugar sus cartas", advierte Sagi. Ese papel se lo ha reservado a Natalia Millán. "Desde su primera aparición, ya deja al público con la boca abierta".



Idéntico impacto pueden causar las enrevesadas acrobacias belcantistas diseñadas por Manuel García en L'isola desabitata, una de las cuatro ‘óperas de salón' escritas en París tras retirarse de los escenarios, donde brilló como el tenor predilecto de Rossini. El genio de Pésaro, de hecho, está muy presente en su escritura musical. Detalle que no disuelve la fuerte impronta española de García, que inyecta en el virtuosismo exigido a los cantantes (Berna Perles, Marifé Nogales, Jorge Franco y César San Martín). Su despliegue vocal es acompañado por el piano de Rubén Fernández Aguirre.