Llamativa escenografía de Roberto Zucco. Foto: E. Tsvetkova

Julio Manrique toma el relevo de Lluís Pasqual y dirige su versión de 'Roberto Zucco', obra con la que Koltès sacudió los escenarios europeos a fines de los 80. Una inmersión en el lado oscuro de la psique humana desde el que el dramaturgo francés, que la escribió urgido por la cercanía de la muerte, construye una poética de la turbiedad. En las Naves del Español desde hoy.

La muerte le roía los talones a Bernard-Marie Koltès (Metz, 1948 - París, 1989) mientras ultimaba Roberto Zucco, su testamento literario. Estaba sentenciado por el Sida. No había esperanza. A finales de los 80 la enfermedad era una condena inapelable. Y una rabia endemoniada le quemaba el alma. Estaba enfrentado con el mundo y maldecía su mala suerte: con 41 años era demasiado joven para morir. En mitad de ese desahucio existencial fue cuando le sobrevino la fascinación por el asesino en serie italiano. Se topó con su retrato en uno de los carteles que la policía francesa había colocado en el metro de París. Era la cara de un ángel exterminador. La aparente inocencia encubría un sangriento currículum criminal. Con 19 años había acuchillado a sus padres. Tras el parricidio emprendió una huida que le llevó a recorrer varios países europeos. Fue dejando un rastro siniestro: violaciones, agentes tiroteados, fugas de cárceles... "Koltès tomó a Zucco y lo utilizó para darle una bofetada a la sociedad", explica a El Cultural Julio Manrique, director de la versión que podrá verse desde hoy hasta el 13 de octubre en las Naves del Español.



La decisión del dramaturgo francés de elevar a categoría de mito a un asesino provoca, de entrada, un peliagudo conflicto moral. La gendarmería francesa puso el grito en el cielo cuando se estrenó la obra, ya muerto Koltès. Cualquiera que se ha decidido a representarla después ha de armarse de argumentos que le legitimen, sobre todo en el interior de su propia conciencia. Es un peaje que todavía hoy, más de dos décadas después de los hechos reales, no se puede esquivar. A Julio Manrique no le faltan: "Yo entiendo a aquellos que se indignaron en su día. Pero desde luego la obra no es una apología del crimen. Basta leer unas pocas páginas para comprobarlo. Koltès sintió en primer lugar una atracción física por un joven que se parecía un poco a él. Y luego lo vio como un paradigma: el de alguien que no se deja atrapar en ningún tipo de cárcel, ni en las físicas, en esas que están recluidos los delincuentes, ni en otras que pueden ser más asfixiantes: sociales o emocionales. Esa es mi manera de verlo. Además, un artista es libre de expresar su rabia como quiera".



El director de la programación del Romea desde hace dos temporadas quedó sobrecogido por el tándem Koltès-Zucco 20 años atrás, cuando se acercó al Palacio de Agricultura de Barcelona (sede entonces del Lliure) a ver el montaje urdido por Lluís Pasqual allí, quien luego, en 2005, llevaría a Zucco también a las tablas del María Guerrero. Manrique ha empleado esta vez una llamativa escenografía de Joan Brossa: un edificio desprovisto de fachada al estilo del situado en la célebre Rue del Percebe. Cada habitáculo recrea distintos espacios: una comisaría, un comedor, un burdel, una estación de metro... "Quería dar la sensación de prisión, crear una atmósfera claustrofóbica. Y luego darle a Zucco la oportunidad de subirse al tejado, para que pudiera mirar al sol de frente y así iluminarse y liberarse de todas sus ataduras".



Al actor Pablo Derqui, encargado de meterse en la piel camaleónica del conocido como asesino de las mil caras, le costó un poco más superar los escrúpulos frente a su cruento historial. En un principio, confiesa, llegó a sentirse incapaz de abordar el papel. Cuando veía los vídeos que circulan por Internet con los lamentos de los familiares de las víctimas del Mostro di Mestre se venía abajo. Fue la poesía y la hondura que contiene el texto las que terminaron por ponerle en marcha: "Lo primero que tuve que hacer fue olvidarme de que era un asesino en serie. Con eso en la cabeza no podía trabajar. Creo que lo que intentó Koltès realmente fue levantar una poética del lado más siniestro del hombre, como hizo por ejemplo Baudelaire. A mí me recordaba a un poema de Las flores del mal, donde habla de un pedazo de carroña que se está pudriendo poco a poco al sol. Es en ese material putrefacto donde buscan la verdad y la belleza".



Derqui, que ha encarnado con nota al atribulado Enrique IV en la serie televisiva Isabel, dejó a un lado cualquier interpretación psicoanalítica del homicida y se aferró al nervio poético que tensaba todas sus reflexiones. En el penal donde le encerraron le fue diagnosticada una patología disociativa". Es decir, esquizofrenia. Los abogados y médicos que le trataron cara a cara entonces recuerdan la veta filosófica de muchas de sus declaraciones. Y un considerable bagaje cultural. En su celda acostumbraba a escribir muchas cartas, sin destinatario claro. No faltaban los delirios de grandeza en su conducta. "Él dijo en alguna ocasión, para explicar la ausencia de móvil en sus asesinatos, que se sentía como un elefante que aplastaba insectos a su paso, sin darse cuenta", comenta Derqui, acompañado en el elenco por otros siete actores (Laia Marull, María Rodríguez, Rosa Gámiz, Andrés Herrera...), que dan vida a un total de 20 personajes. Las ínfulas desmedidas le emparentan con Raskolnikov, el antihéroe de Crimen y castigo. "Es cierto. De hecho, Koltès leía compulsivamente a Dostoievski. Era uno de sus autores predilectos. Y como él, escribía como un animal. Era tan minucioso que podía llegar a escribir un libro entero con el background de un personaje al que luego iba a dar en la obra tan sólo dos o tres réplicas".



Seres atrapados

Julio Manrique, por su parte, conecta el autor de Muelle Oeste con Shakespeare: "Para mí Roberto Zucco es como un Hamlet moderno. Alguien que en un momento dado representa a toda la humanidad. Todos nos vemos reflejados en su angustiosa sensación de seres atrapados. Esa es la fuerza de ambos: consiguen que nos sintamos identificados con su situación personal, y no es necesario para ello que seamos un asesino en serie o el heredero al trono de Dinamarca". Arriesgadísima comparación. Muchos se rasgarán las vestiduras al escucharla. Pero está claro que sin arriesgar no es posible enfrentarse a Roberto Zucco.