The yellow shirt Dora Maar, 1939

Circe. Barcelona, 2013. 357 pp., 24 e.

Es probable que la rigurosa biografía escrita por la crítica de arte Victoria Combalía, Dora Maar. Más allá de Picasso, no sea la última palabra en el ámbito emocional sobre la fotógrafa surrealista. Pero por su análisis artístico, sin duda este texto será una referencia fundamental. Combalía, organizadora de la primera retrospectiva de la obra de Maar en 1995, y comisaria de otras grandes exposiciones de la artista, maneja una exhaustiva documentación y penetra en el núcleo central de la creadora y compañera de Picasso entre 1936 y 1943.



"El 14 de febrero de 1994 llamé a Dora Maar por primera vez (…) Así que no estaba muerta ni encerrada en una institución psiquiátrica, como todos pensábamos, sino que vivía como siempre en el 6 de la Rue de Savoie, a cinco minutos de mi casa de París". Así empezaba Combalía el prólogo a la biografía escrita por Mary Ann Caws, Dora Maar, con y sin Picasso (Destino, 2000), y afirmaba que el tono de voz de la anciana era"firme, categórico, elegante y gutural". Tras esa primera charla hubo otras "larguísimas conversaciones". Pese a la cercanía telefónica, la autora de esta biografía y Dora Maar nunca se vieron cara a cara. Durante sus últimos años, la que fuera musa de Picasso se recluyó en su apartamento parisino y en la casa de vacaciones en Ménerbes. La autora de las fotografías del Guernica murió sola el 16 de julio de 1997, sin descendientes.



Victoria Combalía cuenta la historia de la herencia de Dora Maar, que guardaba en su casa "unas ciento treinta obras de Picasso", numerosos dibujos y la totalidad de su producción fotográfica. Es en los aspectos relacionados con Dora como creadora y en el análisis y datación de las obras, tanto de Maar como de Picasso, donde este libro tiene sus puntos fuertes. Dora no fue una más de las amantes del genio, sino también una importante fotógrafa de los años 30 y 40. Como Cartier-Bresson, procedía de una familia burguesa, pero en los convulsos años previos a la segunda guerra, retrató a personajes populares. Fue fotógrafa de plató de Jean Renoir, en 1935, y para Combalía, más allá de sus imágenes surrealistas, su originalidad está en su mirada hacia los desprotegidos.



Dora Maar, antes de conocer a Picasso, pertenecía con Man Ray, Éluard, Tanguy, Brassai, Breton y Georges Bataille, a una generación movida tanto por la conciencia social como por la lucha contra la parálisis del arte. Se resalta la misteriosa fotografía surrealista de Dora Retrato de Ubu, al tiempo que se analizan sus relaciones con el teatral grupo Octobre y con la célula activista Contre-Attaque, promovida por el filósofo Bataille, con quién mantendrá una intensa relación amorosa.



Henriette Markovitch nació en 1907, en la rue d'Assas, en París, hija de Joseph Markovitch, un arquitecto croata y de Louise Julie Voisin, una francesa de Tours. En casa la llamaban Dora, y eligió Maar como apellido artístico. Entre 1915 y 1920 la familia vivió en Buenos Aires, de ahí el perfecto castellano con que habló a Picasso en su primer encuentro.



Combalía atisba una tendencia masoquista en Dora, cuando, en la escena inicial en el café Deux Magots, jugaba con una navaja entre los dedos para seducir al pintor. La pasión se desató definitivamente en el verano del 36, en Mougins, al tiempo que estallaba la guerra en España. Un año más tarde Dora ya escribía a Picasso: "Lo amo, soy muy desgraciada". En Mougins, durante los veranos del 36 y 37 tendrán lugar las reuniones de amigos con quienes compartirán playas, tertulias, fotografías, celos y probablemente siestas colectivas: Man Ray y Ady, Breton y Jacqueline Lamba, Paul Éluard y Nush, Lee Miller y Roland Penrose. Imaginamos que por razones de presupuesto se ha prescindido en esta obra de elocuentes fotografías de la época.



La autora evoca la amistad de Dora con el escritor homosexual y bon vivant estadounidense James Lord, autor de Picasso and Dora. A personal memoir (Farrar Strauss, 1993), tras el abandono de Picasso que la sustituyó por Françoise Gilot, tras las depresiones, el tratamiento con Lacan, el internamiento en Saint Mandé (Combalía aporta una factura de la clínica), y no en Sainte Anne, como sugieren otras biografías, y ya refugiada en la espiritualidad.



Su reclusión fue gradual; en los años 50 veía a Balthus, a Óscar Dominguez, a Giacometti; frecuentaba el salón de Lise Deharme y el de la extravagante Marie-Laure de Noailles. Poco a poco, se enclaustró en su casa hasta su muerte, guardando para ella muchos misterios.