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Han pasado ya 27 años desde los inicios de The Black Keys, el dúo formado por Dan Auerbach (guitarra y voz) y Patrick Carney (batería) que ha ganado cinco Grammys, vendido más de 10 millones de discos y alcanzado miles de millones de reproducciones en plataformas.

Los músicos de Akron (Ohio), amigos íntimos desde la infancia, comenzaron ensayando y grabándose en un sótano y fueron creciendo poco a poco, disco a disco, hasta que el sexto y el séptimo de ellos, Brothers (2010) y El Camino (2011), los convirtieron en un fenómeno planetario.

Afincados hoy en Nashville (Tennessee), la capital de la música, su sonido ha evolucionado mucho desde aquellos comienzos centrados en el blues y el garage rock, con un atractivo y sucio sonido lo-fi, hasta un rock más complejo, variado y muy bien producido, con estupendos riffs y con su distorsión de guitarra marca de la casa, aunque sin la crudeza de antaño.

Es un estilo apto para todos los públicos y todas las radios, perfecto para encabezar festivales y llenar estadios, como de hecho lleva haciendo más de una década este dúo que acaba de pasar por España, con actuaciones en el FIB de Benicàssim, Santo Domingo de la Calzada y Vigo.

Muy prolíficos —han sacado cinco discos en los últimos siete años—, The Black Keys han publicado este viernes su decimotercer álbum, No Rain, No Flowers [Easy Eye Sound/Warner Records], producido una vez más por ellos mismos y grabado en su estudio Easy Eye Sound Studios, aunque en esta ocasión han contado también con los compositores Rick Nowels y Daniel Tashian y con el teclista y productor Scott Storch, que ha trabajado con Dr. Dre y The Roots, entre otros.

El título del disco, con un mensaje optimista, nos recuerda que tiene que llover para que crezcan las flores, es decir, que hay que pasar por momentos difíciles para experimentar el crecimiento personal, la alegría o el éxito. Es una clara referencia al turbulento 2024 vivido por la banda, que tuvo que cancelar abruptamente su gira norteamericana en grandes recintos por la escasa venta de entradas y después rompió de manera conflictiva con su mánager y parte de su equipo de relaciones públicas.

Los anglosajones tienen otro dicho para esto: no pain, no gain —“sin dolor no hay ganancia”, el lema favorito de los gym bros—, y el rico refranero español dice, entre otros equivalentes, que el que no arriesga no gana o que para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos.

Pero el mensaje que nos lanzan Auerbach y Carney con ese título —también el de la primera canción del álbum— debe referirse forzosamente a las experiencias vitales, porque en lo estrictamente musical el dúo no predica con el ejemplo esta vez, ya que, aunque es ecléctico, hay poco riesgo en este álbum.

Que no se nos malinterprete: el disco es muy bueno y contiene algunas canciones que nos atrevemos a calificar como perfectas. Son compositores e intérpretes de enorme talento, por eso estas 11 canciones son en general bastante sólidas y disfrutables, y la mayoría de bandas que se dedican profesionalmente a la música se conformaría con que la peor de ellas fuera la mejor de su repertorio. Casi todas tienen algo: un buen riff de guitarra, una melodía pegadiza, unos arreglos exquisitos, un groove que te obliga a bailar, una letra bien hecha o la suma de todo lo anterior.

Los cinco sencillos adelantados a partir de febrero están bien elegidos. “The Night Before”, con su atmósfera animada pero con un puntito nostálgico, nos habla a toro pasado de una noche de diversión y excesos y de ese momento previo en el que se concentran la ilusión y la sensación de que cualquier cosa es posible.

En “Babygirl” cobra protagonismo el piano tipo honky tonk —al que se suma después un muro de sonido compuesto por el resto de instrumentos— para acompañar una rendida declaración de amor y deseo.

“No Rain, No Flowers”, la canción que abre y da título al disco, es un medio tiempo muy pop sobre el tema que comentamos al principio —superación personal, etc.— y en el que destaca una buena línea melódica de guitarra.

“Man On A Mission” es, sin duda, la mejor canción del disco y la más The Black Keys. La que más opciones tiene de pasar a formar parte de los grandes éxitos de la banda. Tiene un aire sexi y desafiante, un riff arrebatador y un estribillo potente, de esos con exclamaciones cortas y silencios intercalados perfectos para que el público los coree en los conciertos: “Hold up / wait up / pull up / stop for a minute / I got / one shot / cant’ stop / man on a mission” (algo así como "detente / espera / acércate / párate un minuto / tengo / una sola oportunidad / no puedo parar / soy un hombre con una misión".

La canción incluso tiene un cambio de tempo hacia la mitad que la acerca a ese blues pantanoso de sus comienzos. Solo se le puede poner una pega: el riff del estribillo se parece demasiado a “I Love Rock ‘n’ Roll”, el clásico de The Arrows de 1975 popularizado en 1982 por la versión de Joan Jett y resucitado en 2001 por Britney Spears.

“On Repeat” es otra de las mejores del disco. Comienza con una melodía de guitarra perfecta que será el leitmotiv de la canción, y Auerbach se luce con la voz y un buen solo.

Del resto de canciones, destacamos la estupenda balada bluesera “Down to Nothing”, que aporta un contrapunto al estado de ánimo general del disco y contiene un solo de guitarra lleno de dramatismo hacia el final. Lo mejor de todo, el bajo, con mucho groove.

“Make You Mine” no está mal, con unos arreglos de cuerdas, un bajo y unos falsetes que nos transportan a los años 70.

En cambio, las cuatro últimas canciones son las menos memorables del disco: “Kiss It”, “All My Life”, “A Little Too High” y “Neon Moon”. En esta última se ponen intensos con una balada country, bien producida —como todo el disco— y con coros que aportan algo de épica y emotividad, pero el resultado es algo que suena a algo ya escuchado millones de veces.

Un cierre algo flojo para un disco que empieza muy bien, alcanza momentos extraordinarios y después se va desinflando hasta dejarnos un poco fríos, porque de The Black Keys siempre esperamos lo mejor hasta el final.