Barcelona

Madonna fue, en la década de los 80, la primera gran diva del pop-de-consumo-para-todos-los-públicos cuando todavía no se estilaba el concepto estelar de gran diva tal y como lo conocemos hoy. Ambiciosa y sin prejuicios, siempre dispuso de ojo avizor para captar el pálpito de lo que acontecía a su alrededor y estar a la última, fichando para su causa a quienes la pudiesen hacer mejor y, sobre todo, más famosa. De hecho, sentó un estándar de calidad que ha pasado de mano en mano hasta llegar a Beyonçé o nuestra Rosalía: el talento propio es saber rodearte de talento ajeno que pueda magnificar el “porque yo lo valgo” que caracteriza a tanta estrella sobrada de ego. Como bien sabemos, los artistas sin ego no son artistas (son otra cosa). Y Madonna, como las otras dos citadas, son cum laude en la materia.

Decencia cronológica histórica mediante, hasta la propia Beyoncé le rindió tributo en directo en su reciente gira de este año cuando, al atacar su cumbre retrohouse Break My Soul, incluyó la versión añadida del The Queen Remix en honor a, genuflexión, Queen Mother Madonna, lanzando un guiño al Vogue de la Ciccone. Respect. Porque Madonna fue la primera que redimensionó el estrellato global del pop y se merece toda la gloria, claro que sí.

Pero ¿se la sigue mereciendo? A quienes hayan paseado alguna vez por su Instagram, quizá les inquiete sobremanera que Madonna haya podido perder su eje, su centro de gravedad, para acabar convirtiéndose en una parodia de sí misma… Esa mal resuelta cirugía plástica, totalmente innecesaria, tampoco ayuda. Bien, veamos… porque parece que empieza el show…

Estere, la hija de Madonna de 11 años: orgullo de madre.

Esto promete ser un espectáculo total de grandes éxitos al que, objetivamente, pocos pueden plantar cara: esa conjunción de melodías gloriosas que no caducan forma ya parte del inconsciente de varias generaciones de seguidores del pop con ganas de pasarlo bien, de bailar, de reír y de llorar (de alegría). El dance-pop lleno de nutrientes, con mensajes de liberación personal y sexual, de unas canciones pletóricas e irresistibles todavía sigue siendo válido. Es el pop que refulge en una explosión sincronizada de emociones que buscan la extroversión de los sentimientos.

Pero dejemos claro que en su selección para este 40º aniversario –su primer álbum, Madonna, es de julio de 1983, pero el single Everybody, su debut, ya se había publicado en octubre de 1982– impera un patrón muy relevante. Más de una veintena de los temas escogidos pertenecen a las décadas de los 80 y 90, y menos de 10 a este siglo XXI. Un claro desequilibrio que muestra el desnivel artístico que ha mostrado en sus últimos años, donde la inercia de su leyenda ha encubierto la importancia real de una obra menguante en cuanto a su trascendencia.

Los discos más recurrentes son True Blue (1986) y Erotica (1992), con cuatro piezas cada uno de ellos. Sorprende, no obstante, que haya dejado de lado hits como Material Girl, Express Yourself o, sobre todo, Music, probablemente su última canción realmente decisiva, aunque ya sea de 2000; recurre a ella en un guiño imperceptible por minúsculo en el cierre del concierto.

Madonna en Londres. El country de 'Don’t Tell Me': vaquera.

En este paseo por la historia de Madonna, nos topamos en los créditos de estas composiciones con todos los nombres del habitual colaboracionismo madonniano, un auténtico puzle de influencias servidas a través de, en este caso, el trabajo de personalidades como Paul Oakenfold, Patrick Leonard, William Orbit, Marius de Vries, John Jellybean Benitez, Diplo, Shep Pettibone, Lenny Kravitz, Ingrid Chavez, Stuart Price, Dave Hall, Mirwais, Michel Colombier, Joe Henry, Nellee Hooper, Nile Rodgers, SOPHIE o Björk. Todos ellos, de un modo u otro, pusieron en su día su sello en las canciones finalmente elegidas de esta gira. Una nómina transversal de magníficos ilustres que explicita bien a las claras la dinámica de Madonna: nunca sola, siempre (bien) acompañada. Pero si hasta consiguió que Jean-Baptiste Mondino y David Fincher dirigieran algunos de sus vídeos.

De ahí, también, la buena elección de contar con Arca para abrir la velada en Barcelona. Por cierto, y no es casualidad, Arca, con su sesión de DJ, ya fue telonera de Beyoncé hace menos de medio año en el Estadio Olímpic. Las dos divas más grandes reconociendo el poder selector de Alejandra Ghersi, tótem de la música electrónica de vanguardia en estos tiempos, que, haciendo honor a su fama, pinchó una tanda disruptiva de funk carioca e hyperpop loco con guiños al happy hardcore: complacencia cero.

The Celebration Tour arrancó el 14 de octubre en Londres, donde ofreció cuatro conciertos. Después, Amberes, Copenhague y Estocolmo. Ayer, en Barcelona, única ciudad en España, en la que repetirá hoy. Cerrará la gira europea y norteamericana en Ciudad de México, con cuatro conciertos en abril del año que viene. Serán 78 shows en seis meses.

En el inicio del show: Nothing Really Maters.

Más de 400 metros cuadrados de escenario, inspirado en el mapa de Manhattan, con sus cuatro apartados: uptown, downtown, midtown y east & west. Esto también es un homenaje a esa parte central de la ciudad que la vio desarrollarse y crecer hasta alcanzar la gloria universal.

Aunque estaba prevista su salida a las 20.30 horas (que es cuando Arca dejó el escenario con su elegante vestido de gala), a las 21.45 horas aún no había noticias de Madonna. Paciencia o desesperación (pitidos de desaprobación) ante una banda sonora de tech-house ambiental para distraer a las masas. Como sus 330 millones de discos despachados la confirman como la artista femenina que más ha vendido en la historia, debe de pensar que eso justifica su tardanza; no ha sido la primera vez que no ha cumplido los horarios.

A las 21.50 horas apareció Bob The Drag Queen, maestra de ceremonias, para inaugurar la fiesta, mientras se proyectaban imágenes icónicas de la trayectoria de Madonna en pantalla. Por fin la diva, pero ni una miserable disculpa. Al irrumpir en escena, ella lo sabe, los espectadores, fascinados por la estrella, acaban olvidándose de las quejas.

Así arrancó su repertorio histórico.

Empieza, bien de bombo, con Nothing Really Matters; Madonna luce corona y traje negro de hada. A continuación, Everybody, con el skyline de Nueva York en la pantalla y los bailarines y ella vestidos con trajes punks a lo Vivienne Westwood. Estética y época que permanecen en Into The Groove (la de Buscando a Susan desesperadamente; por supuesto, nos sirven imágenes de la película, la primera que protagonizó Madonna, acompañada por Rosanna Arquette) y vemos en las tres pantallas en formato móvil: suben las revoluciones y se mantiene la danza pandillera en plan freestyle punk sin demasiada gracia.

Primer discurso: “Bienvenidos a mi historia. La historia de mi vida”. De buen rollo, recuerda sus tiempos en la City como bailarina. El mensaje de superación es: “cómo podía yo imaginarme todo lo que vino después…”. Claro, Madonna. Normal.

Imágenes del CBGB, mítico local del punk neoyorquino, decoran gráficamente una Burning Up rockera. Guitarra en mano, se hace pasar por lo que nunca fue: ¿Madonna rockera? Va a ser que no.

Pasamos página y llega Open Your Heart: imagen de la obra de Tamara de Lempicka y escenas de dandys a lo Gran Gatsby. Estilazo y suspiros de glamur.

Una tonta performance con la drag queen de portera en la cola para entrar en una supuesta discoteca, a lo Studio 54, donde le prohíben el paso a nuestra diva, es el preludio a Holiday: abran pista.

A continuación, la sentida Live To Tell. Ella asciende en un ascensor que sobrevuela el público. Imágenes de Christopher Flynn (su mentor en sus primeras lecciones de danza), el pintor Keith Haring, la actriz Cookie Muller, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, entre muchos otros, todos muertos en combate con el sida. Imágenes que se multiplican en fotografías proyectadas para tomar partido por los hermosos vencidos que vivieron la vida que quisieron.

'Un Live To Tell' como homenaje para los muertos por el sida.

Un interludio que recupera someramente Girl Gone Wild antes de un pletórico Like A Prayer se vive como una inquietante misa negra entre cantos gregorianos y castigos, aunque es el villancico popular vasco Birjina Gaztetto Bat Zegoen (El Ángel Gabriel vino del cielo) el que crea ese ambiente de incertidumbre y oscuridad. Un solo de guitarra a lo Prince (homenaje descarado) pone la rúbrica a uno de los mejores momentos hasta ese instante.

Erotica o el amor como un combate de boxeo con rings habilitados para la ocasión que desemboca, indefectiblemente, en sexo. Y ahí está Justify My Love, efecto de cuerpos desnudos en una danza a lo Merce Cunningham en una orgía con ojo de voyeur incluido, con la coda minúscula de Fever, la versión de Little Willie John.

Hung Up es troceado en su remix de 2022 con Tokischa, que aparece en pantalla uniéndose a la fiesta. Suena el sample perfecto de Gimme! Gimme! Gimme! (A Man After Midnight) de ABBA. Y esta unión magistral de dos mundos distantes demuestra el poder absoluto de Madonna para aunar épocas y escenas aparentemente alejadas.Otro de los puntos álgidos de la noche.

Sigue Bad Girl, con fragmento al piano del vals melancólico Le regret op. 332, de Charles Mayer, interpretado estupendamente por una de las hijas de Madonna, Mercy James (17 años). La madre canta desvestida con un picardías.

Es el momento Vogue, pero antes le devuelve el favor a Beyoncé con el suspiro de su Break My Soul. Estética gay de bailarines, con Bob The Drag Queen lanzando monólogos.

Una discreta Human Nature y una innecesaria Crazy For You (de la BSO de Vision Quest; aquí Loco por ti, película de 1985) nos cortan el rollo. Afortunadamente, no se eterniza con ellas.

'Justify My Love', danza con efecto de cuerpos desnudos.

Con The Beast Whitin (remix del Justify My Love) surge la violencia y, al mismo tiempo, el fuego purificador.

Más cine: Die Another Day (de la BSO de James Bond: Muere otro día, 2002). Después, el country trotón de Don’t Tell Me: estética vaquera de catálogo.

Con Mother And Father, mensaje pro LGBTIQ+ y más víctimas del sida en el recuerdo. Y recomendación inclusiva generalista: “Ama a tu vecino como a ti mismo”. Del conflicto Israel-Hamás ni mu. Un elemental I Will Survive tocado por ella solo con guitarra acústica (la magia de la canción de Gloria Gaynor) produce un efecto poderoso, con luces de teléfonos agitándose. Lo acústica nos lleva a La Isla Bonita. Y de ahí a fotos de Frida Kahlo, Marlon Brando, David Bowie, Nina Simone, Billie Holiday y montones de personajes míticos que cierra con una doble exposición de Sinéad O’Connor.

Un retazo de Don’t Cry For Me Argentina (de su incursión en la película Evita) y nuevo posicionamiento con bandera del orgullo gay y la inscripción No Fear en la espalda.

Una batería de imágenes retrospectivas de sus escándalos a lo largo de su carrera pone el fondo al patchwork de I Don't Search I Find: la libertad era ser como Madonna. Bedtime Story, con ese rush experimental que conecta con el Ray Of Light (Sasha Ultra Violent Remix), convierte el escenario en una discoteca trancera.

Nuevamente vestida con capa negra, aparece en Rain, que sirve para descongestionar y valorar la acción de los bailarines, que durante toda la noche han aprovechando los pasillos del escenario para moverse raudos, adaptando fervorosamente su vestuario a la iconografía de cada canción.

Madonna, el poder y la gloria.

Michael Jackson, que poco importa que esté cancelado por sus abusos a menores, es el rey del pop, y ella, la reina del pop. Así que el ingenioso mash up entre Billie Jean y Like A Virgin, que se ampara en el vigor de los bajos, suena espectacular. Las fotos de archivo de los dos juntos complementan las imágenes de las figuras de ambos, sus sombras, bailando.

Cierra Bitch I’m Madonna, con los bailarines personificando a las diferentes Madonnas luciendo los vestidos históricos que la diva ha utilizado en su carrera.

Un Celebration de fiesta pone el punto final a un show de autorreivindicación que intenta huir de la nostalgia aunque suena inevitable caer en ella. Un catálogo de perlas, con alguna que otra aportación menor, que definen la vida de una artista fundamental en el mundo del entretenimiento. Su desparpajo sexual, su posicionamiento a favor de los derechos de los colectivos gays y su valentía para mostrarse libre y sin tapujos han hecho de Louise Veronica Ciccone una de las artistas, y no solo femeninas, más importantes del último medio siglo. Lo demostró de nuevo anoche en Barcelona.