La soprano Nadja Michael interpreta a Montezuma en el montaje de La conquista de México. Foto: Javier del Real

La potencia avasalladora del compositor Wolfgang Rihm desembarca en el Teatro Real este miércoles con 'La conquista de México', ópera inspirada en el teatro de la crueldad de Antonin Artaud y la poesía de Octavio Paz.

La conquista de México de Wolfgang Rihm será uno de los espectáculos más originales de la temporada. Se inscribe, junto con The Indian Queen de Purcell, en lo que Mortier llama "un eje principal". Una mirada comprometida sobre uno de los hitos en la historia de la humanidad. Bienvenida sea esta visión del Nuevo Mundo y de sus gestas. Lástima que se dejara pasar una ópera tan importante y significativa sobre la epopeya del descubrimiento como Cristoforo Colombo, de Carnicer, que, recuperada por el Instituto Complutense de Ciencias Musicales, hubo de estrenarse casi de tapadillo, en versión de concierto, en La Maestranza. Una ocasión más perdida para recuperar nuestro patrimonio.



Rihm, con el que habrá un encuentro el lunes, es uno de los grandes compositores de hoy. Nació en Karlsruhe el 13 de marzo de 1952. De Stockhausen aprendió la técnica para manejar enormes fuerzas encontradas. De Klaus Huber, a emplear el silencio y a crear intensas superficies. Estamos ante un compositor caudaloso, variado y proteico, que no se acoge verdaderamente a ningún credo concreto y que posee, por encima de todo, una potencia avasalladora. Es, en cierto modo, un romántico, una calificación que puede venir abonada por este credo: "Quiero conmover y que me conmuevan. En la música todo es patetismo". La permanente agitación de un lenguaje muy libre define el potente estilo de nuestro creador.



No parece nada raro por todo ello que Rihm se sintiera atraído por el escrito de Antonin Artaud, el inventor del teatro de la crueldad, en el que se trataba con un estilo virulento y en clave mítica, filosófica y utópica, la epopeya y las turbulentas relaciones entre Moctezuma y Hernán Cortés, un asunto ya recreado por otros operistas del pasado. Era la base fundamental para excitar la vena creadora del artista, que se nutrió asimismo de otros textos: uno del propio Artaud, El teatro del Serafín, y otro de Octavio Paz, Raíz del hombre, algunas de cuyas estrofas son ofrecidas al término de cada una de las cuatro partes en que se divide esta pieza de "teatro musical", como la califica el autor. Estas partes son: Presagios, en la que se nos acerca una visión del territorio conquistado; Confesión, que estudia la perspectiva del conquistador; Convulsiones, que muestra la rebeldía de Moctezuma y su pueblo, y Abdicación, que narra la derrota del azteca. A lo largo de toda esa acción, se expresan, dice Rihm, "las contracciones enérgicas del cuerpo dramático que es México en estado de conquista".



Como dice Pierre Audi, director de la producción, que en principio había sido encomendada a La fura dels Baus, no estamos ante "una ópera de corte psicológico, sino de sonidos relacionados con episodios de la historia de la conquista de México. Una historia muy bella pero muy triste". El montaje no es fácil, dados los requerimientos y la disposición de elementos. El sonido se espacializa y potencia por el empleo de altavoces en diferentes ubicaciones. Las numerosas partes corales están previamente grabadas. Los cantantes y algunos instrumentos también requieren amplificación. Se necesitan una mezzo para Moctezuma -un rasgo original-, que aquí serán Nadja Michael y Austrine Stundyte, y un barítono para Cortés, que se reparten Georg Nigl (lo escuchamos en Il prigioniero) y Holger Falk, además de una soprano ligera, una contralto y dos recitadores. El dinámico Alejo Pérez maneja la batuta.