La soprano Mariola Cantarero como Marina. Foto: Fernando Marcos.

El Teatro de la Zarzuela estrena esta tarde la imaginativa adaptación de Ignacio García de la ópera de Emilio Arrieta. Hasta el 12 de abril, Mariola Cantarero, Celso Albelo y Juan Jesús Rodríguez encabezan un excepcional reparto.

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  • Qué se puede decir a estas alturas de Marina, esa zarzuela de 1855 convertida por su autor en ópera y estrenada en el Teatro Real de Madrid el 16 de marzo de 1871. Es un título que vuelve cada año a los escenarios. Hay un equipo vocal muy competente para enfrentarse a las melódicas y hermosas frases de Emilio Arrieta en las representaciones previstas entre el 15 de marzo y el 21 de abril. Se alternan tres repartos en las partes principales. Marina, una soprano lírico-ligera o ligera coloratura, se lo reparten Mariola Cantarero, Sonia de Munck y Carmen Romeu.



    El viril Jorge, tenor lírico de fuste y con agudos (la mayoría impuestos por la tradición), papel reescrito para Enrico Tamberlick, serán Celso Albelo, Antonio Gandía y Mikeldi Atxalandabaso, voces fluidas y fáciles. Juan Jesús Rodríguez, Luis Cansino y Ángel Ódena incorporan a Roque. Y Simón Orfila, Rubén Amoretti y Marco Moncloa (barítono en un cometido para bajo) a Pascual. Cristóbal Soler y Óliver Díaz, valores seguros en este repertorio, empuñan la batuta.



    Darán vida a una acción que ha diseñado para la escena el imaginativo Ignacio García, que deberá dar relieve al simplón argumento ilustrado por un compositor ya de mucho oficio, aprehendido en Italia, a veces no poco mimético, que se miraba en el espejo transalpino, de donde tradicionalmente provenían modos de hacer. Una buena prueba de ello son algunas de las producciones previas del autor navarro, dos de las cuales, Ildegonda y La conquista di Granata se repusieron en el Teatro Real en 2004 y 2006, respectivamente.



    Fue la manera de descubrir las calidades de Arrieta, muy concentradas en esta Marina, de tanta proyección, y derrochadas ya a manos llenas en partituras como las citadas. Se pudo comprobar así y se ha de verificar ahora que el músico de Puente la Reina era bastante más que un creador de bellas melodías y que un aplicado artífice de fórmulas italianizantes. Tenía talento para desarrollar una acción dramática, sentido de las proporciones, pericia orquestal, habilidad para elegir las tonalidades más adecuadas para cada caso y, desde luego, como se ha dicho, una vena melódica colosal. Arias bipartitas y tripartitas, diversos conjuntos, concertati, strette, coros marchosos y muy masculinos, danzas diversas y unos soberanos finale de acto, plenos de animación y excitante pátina rítmica se dan la mano en esta obra, de muy modestos recursos argumentales, tópica como la mayoría de las nacidas en esa época de furioso romanticismo, pero grata y disfrutable. Además se cuenta con la edición crítica del ICCMU, debida a dos expertos tan preparados como María Encina Cortizo y Ramón Sobrino, que han recuperado algunos números de la partitura de zarzuela.