Image: Jesús Torres

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Música

Jesús Torres

“No aspiro a tener millones de oyentes”

3 marzo, 2005 01:00

Jesús Torres. Foto: Mercedes Rodríguez

Parece unánime la idea de que la creación española está viviendo un magnífico momento, especialmente en lo que afecta a la generación próxima a los cuarenta. Perteneciente a ella es Jesús Torres, que dispone ya de un curriculum importante, avalado por varios premios. El Centro para la Difusión de la Música Contemporánea le dedica el martes un monográfico en el Auditorio Nacional. Con este motivo, el compositor ha hablado con El Cultural.

Lo que hace unos años parecía un deseo, con el tiempo se ha acabado de constatar: España cuenta con una joven generación de compositores capaz de rivalizar con sus contemporáneos de todo el mundo. A ella pertenece Jesús Torres (1965), zaragozano de nacimiento aunque formado en Madrid. De familia de músicos, es poseedor con un importante curriculum del que dará cuenta, en parte, el monográfico que le dedica el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea con la Orquesta de Cámara de la Comunidad, el próximo martes en el Auditorio Nacional.

Torres transmite una impresión de seguridad, no exenta de pasión, cuando habla de su pasado. Desgrana las dificultades típicas de un estudiante de música en España, especialmente a la hora de encontrar un guía en el proceloso mar de la composición. "De Pablo era un soplo de aire fresco en el ambiente que había en el Conservatorio, pero sólo me dio clases de análisis. En realidad, el único compositor que consideraba que me podía aportar cosas nuevas y, lo más importante entonces, un trabajo de oficio, era Francisco Guerrero que en 1986 sólo daba clases particulares. De él, me fascinaba, sobre todo, el rigor de sus planteamientos ante el pentagrama más que su posición estética. Tenía un tratamiento muy estricto de lo que debía ser la creación. Mi mundo sonoro, sin embargo, ya era muy diferente. Mi vínculo eran Messiaen, Boulez... mientras que sus concepciones estaban más cerca de Xenakis. A menudo sufría algunos choques estéticos por lo que sólo estudié con él dos años", afirma.

-¿Cuándo quiso ser compositor?
-¡Desde siempre! A los 9 años quería crear música y a los 13 ya la hacía sistemáticamente, al principio en frases de ocho compases. Mi pasión crecía en contra de mi familia que me planteaba el eterno ‘de qué vas a vivir’. Y eso que son músicos.

-Es lógico porque la composición, en su nivel, resulta minoritaria.
-No me quejo porque es lo que he querido hacer. Nosotros creamos una música que no es comercial, que está fuera de los circuitos. Algo por el estilo pasa con la poesía. Pero eso no habla para nada de su calidad.

-¿Cómo valora su evolución?
-Componer exige una clarificación de ideas y la madurez te permite construir mejor la música. Al comienzo estás lleno de esas ideas y quieres decir demasiado. Con el tiempo te das cuenta de que es mejor decir menos y más desarrolladas. También evolucionas en tus influencias. Mi catálogo oficial parte de Víspera de mí, premio SGAE en el año 1992, que tiene una clara influencia de Boulez. Entonces estaba fascinado por él. Ahora me queda, sobre todo, la técnica de orquestación y algunos detalles.

Grandes popes
-¿Nada más?
-Con Boulez, para mí, ha pasado lo mismo que con los grandes popes de la música contemporánea. Nos hemos dejado fascinar más por su personalidad que por su obra. Porque dices: Boulez es el compositor más influyente de los últimos 50 años; pero luego no te queda más remedio que preguntarte: "¿su obra aporta tanto?". Particularmente creo que resuelve algunos problemas técnicos pero le falta emoción. Por otro lado estos gurús me incomodan por su dogmatismo que nos ha perjudicado a las generaciones más jóvenes y que, en parte, seguimos padeciendo a otro nivel. Ahora, en el campo de la música contemporánea, se ha pasado de la dictadura de algunos compositores a la de los directores de los grandes festivales de música contemporánea. En éstos se manifiesta una clara direccionalidad. Por ejemplo, en Europa ahora se impone la línea de Lanchemann, sobre todo en algunos sitios como Alemania. Es mejor lo que pasa en los países nórdicos, donde encuentro una buena acogida a la libertad con la que yo trabajo que nace de muchos elementos.

-¿Cuál es su punto de partida?
-De un gran rigor en el planteamiento estructural, en la organización de los materiales. Siempre hay un planteamiento previo, una especie de guión de trabajo. Eso es fruto de la influencia de mi maestro Guerrero. Es como una especie de losa (se ríe). Algo por el estilo le sucede a Del Puerto, Rueda, mis compañeros, también ex-alumnos de él. Yo busco una capacidad de emocionar que refleje mi necesidad de comunicación. No aspiro a tener millones de oyentes, sino que éstos no se queden fríos y reaccionen de una manera u otra ante mi obra.

-¿Por dónde cree que camina la música contemporánea?
-Hay varias líneas. Una clara continuadora de la vanguardia histórica que sigue a los Boulez, Berio, Stockhausen. Otra que apuesta por lo que se denomina la música "espectral" francesa y una más reciente es muy alemana, que marcha detrás de Nono y Lanchemann.

-¿Cuál es la que manda?
-Depende. Siempre hay una línea que apabulla pero eso no quiere decir que no haya gente que no haga otras cosas.La perspectiva histórica ayuda a comprender. Por ejemplo, después de la Guerra, conviviendo con los compositores seriales también estaban Shostakovich o Britten que, casualmente, son los que se hacen ahora. Yo apuesto por recuperar ciertos elementos del pasado. Pero no soy un neoconservador; encuentro que puede haber elementos válidos en la melodía o en mi concepción de una armonía no funcional sino personal. Hago lo que quiero y, por ello, estoy en contra de todo dogmatismo. Cuando Guerrero me decía que había que prescindir de todos los acordes consonantes, a mí eso me parecía muy dogmático. Porque un acorde es más o menos consonante según en qué contexto se mueva. De hecho, un acorde consonante puede ser muy bien un elemento contrastante.

-Se puede considerar que su generación es totalmente libre.
-Sí, pero no podemos obviar el peso histórico de la vanguardia, cuyos miembros han sido, en algunos casos, grandes intelectuales que han dedicado mucho tiempo a explicar lo que hacían. Pero para mí, la música se debe explicar por sí sola.

Inspiración poética
-¿Dónde se inspira?
-Determinante es la poesía con la que convivo desde joven, especialmente Vicente Aleixandre que ha sido un punto de partida para muchas obras. Por otro lado, una cosa es mi estética como creador y otra como oyente. Escucho polifonía del XVI que me fascina por su pureza. También me interesa mucho Rameau y, desde luego, es una fuente permanente la complejidad armónica de Bach. El siglo XIX no me llama tanto la atención.

-Y, ¿del XX?
-Amo la Escuela de Viena y Stravinski pero también me encanta Lady Macbeth de Shostakovich. A pesar de mis reticencias hacia Boulez, impacta lo que consigue en obras como Notations. Es fantástica la versión definitiva de la ópera El Gran Macabro de Ligeti. De los grandes dinosaurios, Ligeti es el que mejor ha salvado la cara. También aprecio cosas de Steve Reich o John Adams.

-¿Cuáles son los compositores españoles actuales que más valora?
-Sin duda, Gonzalo de Olavide. Es un hombre muy respetado pero está lejos de ser valorado como merece. Y, con perspectivas muy diferentes, De Pablo y Cristóbal Halffter.

-¿Y los que menos?
-En alguna época, caso de los años sesenta, era relativamente fácil llegar a ser compositor porque se dejaba el resultado final de la obra en manos de los intérpretes. Duró poco, sobre todo en la etapa aleatoria, y en la mayoría de los casos es una música sin valor.


De Aleixandre a Cirlot
En la obra de Jesús Torres tiene una gran trascendencia la poesía y ejemplo de ello será el recital que tendrá lugar el martes en el Auditorio Nacional. Desde la adolescencia convivió con la figura de Vicente Aleixandre, un poeta muy querido, tal y como se muestra en Madre, Madre y en Circuito, de Espadas como labios para voz y piano o voz sola, respectivamente; Cobra procede de La destrucción o el amor y, en esta ocasión está servida por mezzo y saxo, y El olvido, una de sus obras más queridas, que fue fruto del encuentro con el ciclo Poemas de la consumación. En esta ocasión lo soportan la voz y la guitarra. La última obra que figura en el programa, Proteus, utiliza el poema de Juan Eduardo Cirlot Visio Smaragdina, servida íntegramente por un intérprete de percusión.