Israel Galván y Akram Khan en Torobaka. Foto: Jean Louis Fernández.

Israel Galván y Akram Khan funden en Torobaka sus respectivas tradiciones dancísticas: el flamenco y el kathak, dos estilos a los que han reventado las costuras para abrirlos a nuevos territorios. Ambos libertarios del baile presentan su espectáculo mestizo en el Festival de Otoño a Primavera, a partir del próximo viernes.

La nueva obra del bailaor Israel Galván -que comparte con el bailarín y coreógrafo Akram Khan, nacido en Londres e hijo de una familia procedente de la India- tiene un nombre tan rotundo como inquietante, Torobaka. En este caso, se produce un encuentro entre dos culturas, cuya liturgia tendrá lugar los días 27, 28 y 29 de junio en la Sala Roja de Teatros del Canal, después de haber pasado por la MC2 de Grenoble, Francia.



Las coordenadas artísticas por las que se mueve el hijo del bailaor José Galván y de la bailaora gitana Eugenia de los Reyes, ambos sevillanos, van más allá de lo que conocemos como fundamentos de una plasticidad dancística elaborada con criterios estéticos. Hay que llegar a la conclusión de que estética, armonía y belleza, tal como los conocemos, pertenecen a una terminología que ha desaparecido del léxico que utiliza Israel Galván en el escenario para acceder a otra dimensión dialéctica que es la que se manifiesta en sus representaciones. A raíz de que Galván provocara una ruptura con los cánones establecidos por medio de una especie de deslumbramiento iniciático, y desde que cambió con decidida radicalidad las valoraciones que hasta ahora habían sustentado la estructura del baile flamenco, surgieron como resultado de ese resplandor visionario obras que sacudieron los cimientos más estables.



"Ha sido un trabajo místico, purificador", dice Galván

Todo empezó en 1998 con ¡Mira! / Los zapatos rojos, un primer paso para que inmediatamente Galván pisara los terrenos de su admirado Kafka con el espectáculo La metamorfosis, para caminar después por Arena, con más de cien representaciones, La edad de oro, que supera las doscientas, Tábula rasa, Solo, El final de este estado de cosas, redux, La curva y Lo real, cuyo estreno en el Teatro Real, con la connivencia de Mortier, hizo temblar los muros y los encopetados abrigos de pieles de tan venerable coliseo.



Flamenco y competitividad

La abierta carcajada de quien no suele ser muy propenso a esa manifestación de regocijo, me sorprendió cuando le dije al bailaor de Sevilla que ante mi pregunta de cuáles son los vínculos que unen la danza de Akram Kahn con la suya, el bailarín indobritánico me contestó: "La conexión que siento entre Israel y yo es que yo soy un estudiante y él es un maestro". Además de la risa, la respuesta de Israel Galván ante la afirmación de Akram fue clara: "Tú sabes que el flamenco es muy competitivo. Me enseñaron desde niño, cuando empecé a bailar con cinco años, que se trataba de una carrera de obstáculos en la que se actuaba impulsado por sentimientos tales como rivalidad y el desafío: había que reventar al de al lado. En contra de lo que él dice, Akram Khan es el que me ha demostrado que es un maestro y yo me he sentido aquí como un alumno. De él aprendo continuamente, me produce alegría verlo bailar, me transmite una energía saludable. Para mí ha sido como un trabajo místico porque me ha despojado de la competitividad, me ha limpiado. Es sorprendente: él da las gracias por bailar y se ofrece al público como un regalo. Lo más bello de la obra no son los bailes sino el respeto de los dos. Se acabaron las peleas de gallos para dar paso a una comunicación fluida y revitalizadora".



Israel admite como iniciales mentores a su padre, a Manuel Soler y a Mario Maya, en cuya compañía ingresó en 1992 y participó en montajes como El amor brujo y Réquiem, para actuar más tarde en tablaos y ganar premios de prestigio. De todas formas, Mario Maya, que en 1965 ya había estado en Nueva York estudiando danza contemporánea con Alwin Nikolai y las nuevas tendencias coreográficas con Alvin Ailey, fue para Israel una valiosa referencia, el inicio de un descubrimiento que maduraría con el tiempo.



Vidas paralelas

En Galván, el flamenco es algo natural, vivido y sentido en su casa cuando pequeño, una herencia de sus mayores, su educación sentimental, su pie de foto con chaquetilla corta y, luego, su oficio, su arte y su revolución. De igual manera, Akram Khan recibió de su madre desde el primer momento las enseñanzas del kathak, el baile tradicional de la India, y lo perfeccionó con el maestro Sri Pratap Pawar, para desembocar después en la danza contemporánea estudiando en las escuelas de Graham, Cunningham y Alexander y recorriendo los escenarios del mundo con obras elaboradas y diseñadas por él: Loose Flight, Kaash, Zero Degrees y Sacred Monster. Vidas paralelas y, ahora, danzas que se funden. Khan declara que para él "no hay una relación espiritual propiamente dicha entre el kathak y el flamenco. Existe una relación humana. Todas las demás formas de danza clásica indias poseen una base religiosa extremadamente poderosa. Mientras que el kathak tiene el elemento espiritual, pero también el componente humano. Y ese es el aspecto que predomina en la relación entre el kathak y el flamenco".



"Somos cuerpos de la anarquía en danza", confiesa Khan
Israel considera que Torobaka es una ceremonia de la libertad, los dos pueden bailar la misma coreografía pero cada uno la interpreta a su manera. Es también una fiesta del baile y de la música, como esas reuniones flamencas familiares, participativas, donde predomina la inventiva y la improvisación; un rito espontáneo con la misma aleatoriedad que una corrida de toros, la emoción de lo sorpresivo con las indicaciones de un destino incierto. "Yo me dejo llevar. Se trata de salir al escenario y disfrutar del arte". Khan lo llama "cuerpos de anarquía danzando", aunque en último caso siempre se ha negado a hacer lo que han intentado otros artistas: ilustrar la relación existente entre dos tradiciones. No busca lo descriptivo ni la didáctica educativa, sino fracturar el molde de la tradición desde dentro: "La anarquía recuerda a la tradición la necesidad de actualizarse", y confiesa que cuando se encontró frente a la forma de bailar de Israel se dio cuenta de que era el artista al que tantos años llevaba esperando.



Aniquilación y renacimiento

Al mismo tiempo, Galván se siente como la diosa Kali, "que es la destructora, necesita romper para crear de nuevo. En Torobaka bailan dos personas, dos cabezas, dos mundos: el del kathak y el flamenco. Con independencia de que cada uno tenemos nuestras características, los dos somos buscadores, los dos demolemos esa misma cultura para abrir puertas y descubrir otros ámbitos. Si por un lado existe una dualidad, por otro se establece la complicidad".



Las voces de Christine Leboutte y David Azurza, las percusiones de B. C. Manjunath y Bernhard Schimpelberger y las palmas y jaleos del imprescindible Bobote, ofrecen apoyo rítmico y sonoro a Torobaka, donde Galván comparte espacio, aniquilación y renacimiento con Khan.