La compañía que dirigió Tamara Rojo hasta hace unos meses está en plena transición: el canadiense Aaron S. Watkin sucede a la española tras una brillante etapa en el Ballet de la Ópera Estatal de Dresde, compañía puntera de Alemania. Tiempo de cambios para el English National Ballet (ENB), que trae el viernes 10 a Madrid el último gran montaje de la española en la compañía, acompañados por la Orquesta Titular del Teatro Real.

La majestuosa partitura de Aleksandr Glazunov da pie a una versión de Raymonda que, en manos de Rojo, transforma el ballet tradicional coreografiado por Marius Petipa en 1898 en una épica aventura ambientada en la guerra de Crimea. Entre las célebres reposiciones que se han hecho del ballet, destacan las de Sergeyev para el Mariinski (1948), Nureyev para la Ópera de París (1983) o Grigorovich para el Bolshoi (1984). El original, de tres actos y más de 3 horas de duración presenta ciertas dificultades por su narrativa débil que provoca altibajos. El célebre divertissement final –que festeja la boda de los protagonistas, como todo buen ballet clásico que se precie– se suele representar de forma independiente.



No sólo nuestra Compañía Nacional de Danza ha bailado dos montajes distintos de la apoteosis final (en 1987 bajo dirección de Ray Barra y en 2013 en versión de José Carlos Martínez) sino que el hoy extinto Ballet de Zaragoza presentó también una serie de danzas de este ballet en la presentación de la compañía en 1990, a cargo de Mauro Galindo.“Raymonda no se representa porque es problemática en su narrativa, pero artísticamente merece que se conserve”, afirma Tamara Rojo de un ballet que no se encontraba hasta ahora en repertorio de ninguna compañía en Reino Unido. “Quise usar de la coreografía de Petipa tanto como fuera posible. Esto no es una nueva creación, sino una adaptación”, insiste.

"Raymonda no se hace porque es problemática en su narrativa, pero lo merece”. Tamara Rojo

El original, ambientado en las Cruzadas, ya vivió varias alteraciones en el pasado: Gorski modificó los solos del protagonista y varios dúos en 1918, Lavrovsky reinventó a los personajes principales en 1949 y Balanchine llegó a coreografiar hasta tres divertimentos distintos a partir de la partitura de Glazunov. Como en tantos ballets del XIX, la protagonista femenina carecía de complejidad dramática a pesar de estar, en todo momento, en el ojo del huracán: su prometido, Jean de Brianne, parte a las cruzadas y en su ausencia Abderakhman, un caballero árabe, intenta seducirla y, ante sus negativas, raptarla. El regreso del noble francés, justo a tiempo, desemboca en un esperado final feliz de la pareja.

La dramaturga Lucinda Coxon, que ha trabajado en este montaje, encontró en el argumento original elementos inaceptables para la sociedad actual y junto con Rojo volvió los ojos a un conflicto bélico relevante en la historia y cultura británicas que les alió junto a Francia y el Imperio otomano en contra de las fuerzas rusas y podía integrarse en el aire orientalista de Glazunov. Las mujeres, además, se implicaron considerablemente en el conflicto, lo que daba pie para que la protagonista tuviera mayor relevancia.“Fue una guerra terrible porque la falta de sanidad provocó que la mayoría de las muertes fuera por enfermedades e infecciones. He querido mostrar que en aquel momento empezó a cambiar el sitio de las mujeres en la sociedad británica”, explica la coreógrafa.

Inspirándose en la enfermera, escritora y estadista británica Florence Nightingale, crearon una protagonista de clase alta que no se resigna al lugar que se espera de ella. “Quiere tener un impacto social, lograr una vida independiente del matrimonio”, añade Rojo. Los demás personajes debieron reencontrar su nuevo espacio en la obra y, además de “bajar del pedestal a Jean de Brianne”, como indica la coreógrafa, convirtieron a su contrincante en un hombre cultivado que descubre facetas en Raymonda que nadie había valorado hasta entonces.

En la Raymonda que presentan en Madrid hay espacio para las lucidas variaciones y divertimentos que han hecho de esta obra un reto para los mejores intérpretes. Tamara Rojo impuso una alta demanda en la técnica virtuosística de su elenco (en Madrid, por cierto, uno de los primeros bailarines será el español Aitor Arrieta) y este ballet permite que las variaciones creadas por Petipa ofrezcan pura pirotecnia escénica.

Con adaptación musical de Gavin Sutherland, director musical de la compañía, diseños de Antony McDonald e iluminación de Mark Henderson, esta coproducción con la Ópera Nacional de Finlandia ha supuesto la primera incursión de Rojo en la coreografía y dirección escénica. No habrá ningún tutú en escena pero sí, seguramente, bastantes piruetas.