En Tiempo de silencio, uno de los hitos de nuestra literatura del siglo XX, el escritor y psiquiatra Luis Martín-Santos (Larache, Marruecos, 1924 / Vitoria, 1964) dibuja un grotesco retrato del Madrid de la posguerra a través de un viaje iniciático a los infiernos urbanos. Pero más allá de la lúcida radiografía de la sordidez de la época franquista, la importancia de la obra radica en que sirvió de punto de inflexión para el progresivo abandono del realismo social en la novela española. El abandono de la literatura decimonónica para subirse, con bastante retraso, al carro de escritores como Joyce, Faulkner y Proust, pero combinados con la tradición picaresca, el lenguaje de Valle-Inclán y el imaginario de Goya.



Estos valores son los que han llevado a La Abadía a elegirla como el montaje que cierra el tríptico dedicado por el teatro a reflexionar sobre la Guerra Civil, la posguerra y la Transición, del que también formaron parte los espectáculos Unamuno: venceréis pero no convenceréis y Azaña, una pasión española. Nunca adaptada al teatro, aunque sí al cine (en 1986, por Vicente Aranda), la novela fue traducida enseguida a otros idiomas; en alemán le pusieron como título Silencio sobre Madrid (Schweigen über MadridLas moradas del silencio (Les demeures du silence), ambos títulos, alusivos a ese silencio que se expandió por España durante varias décadas.



Dirigido por el suizo-alemán descendiente de emigrantes españoles Rafael Sánchez, que debuta en España, y protagonizado por Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto y Carmen Valverde; este descenso a los infiernos urbanos presenta la historia de un investigador que a través de experimentos con ratones, indaga acerca del aspecto hereditario del cáncer. Ante la falta de ratas de laboratorio, va a buscar nuevos ejemplares en unas chabolas a las afueras de Madrid. Allí descubre la dura realidad vital de los marginados: la disfunción de los lazos familiares, la soledad, la impotencia, el odio y el obligado silencio que se esconde bajo la miseria moral y real de la época, y acaba implicado en una trama que posee la desolación propia del mundo de los cuentos.



Tal y como asegura Sánchez, la obra "nos muestra cómo los personajes luchan por la supervivencia y cómo el individuo, si le dejan solo, no es capaz de sobrevivir. El sistema de entonces estaba diseñado para mantenerse y no se preocupó por el bienestar común, por no hablar del individuo. La gran pregunta qué hacemos con este espectáculo es: ¿En este sentido, cómo ha cambiado nuestra sociedad desde entonces? ".



Y es que aunque la trama se desarrolle a finales de la década de 1940, su visión caricaturesca no se aleja mucho de nuestro modelo de sociedad actual, especialmente atribulado en las grandes ciudades. Si bien en la novela original asistimos, desde lo irónico hasta lo trágico, al desmoronamiento de la España de la posguerra, sus mentiras, abusos y desigualdades, la adaptación teatral pone sobre la mesa la vigencia de aspectos referidos al rol de la mujer, la violencia de género, la precariedad de la ciencia o la paulatina desilusión de una generación sin esperanza.