Imagen de un ensayo de El concierto de San Ovidio

Buero Vallejo vuelve a primera línea de la cartelera. Si en su centenario pasó de puntillas por nuestros teatros, Ernesto Caballero salda ahora la deuda del CDN con el dramaturgo 'posibilista', que desde su exilio interior percutió la asfixiante realidad franquista. Lo hace con un ambicioso montaje dirigido por Mario Gas de El concierto de San Ovidio, una parábola intemporal contra la humillación de los débiles y los diferentes que estrena en el María Guerrero el viernes 23.

"En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". Buero Vallejo tenía esa convicción. La cimentó en el campo de concentración en el que le recluyeron al término de la guerra. Uno de los pocos reclusos que tenía una manta la compartió con él bajo las heladas nocturnas. En el pesimismo existencial que se adensa en su teatro se hallan puntos de fuga, grietas por donde se filtran la esperanza y este tipo de gestos ejemplares, desencadenantes de la catarsis. O sea, de la purificación espiritual. En El concierto de San Ovidio lo son la rebeldía del ciego David o la filantropía de Valentin Haüy. Esta parábola contra la dictadura nacionalcatolicista la devuelve ahora a la escena el Centro Dramático Nacional, que la estrena el próximo viernes 23 sobre las tablas del María Guerrero, donde el dramaturgo fue velado a su muerte.



Su génesis en clave antifranquista podría operar en contra de la obra, acartonando sus intenciones y significados. Pero no es el caso, según Mario Gas. "Con El concierto de San Ovidio ocurre lo que con todas las obras buenas: que siempre acaban trascendiendo la anécdota que motivó su escritura. Su parábola tiene un alcance más elevado que el del ataque a una tiranía concreta: se levanta contra la manipulación de todo poder constituido y contra la utilización mercantilista de los débiles. Y además hay que tener en cuenta que algunas de las falsas democracias en que vivimos hoy tienen amplias zonas de contacto con las viejas dictaduras", apunta el director escogido por los herederos de Buero y Ernesto Caballero para celebrar, con cierto retraso, el centenario del nacimiento del autor de Historia de una escalera. Gas habla con El Cultural en el vetusto centro de ensayos que tiene el CDN en Usera. Está sentado en una endeble mesa de camping apartada en un pasillo. Sobre un hule de mercadillo la grabadora registra a un tiempo su pasión por Buero y las notas de los violines tañidos por los actores que componen, en la Francia prerrevolucionaria, el ensemble de ciegos explotados por Valanden, un burgués sin escrúpulos que los ha sacado del hospicio para lucirlos por las ferias y lucrarse de paso.



Recuerda Gas que vio El concierto de San Ovidio cuando tenía sólo 15 años, en el ya desaparecido Teatro Calderón de Barcelona. "Desde entonces me viene coleando en la cabeza. Aquel montaje de Pepe Osuna, con una tripleta central de protagonistas formada por José María Rodero, Pepe Calvo y Luisa Salas, me marcó muchísimo. Yo ya había visto Las Meninas y leído El soñador para un pueblo y Las cartas boca abajo. Pero esta obra me impresionó. Para mí es uno de sus tres o cuatro mejores textos". Gas la intentó montar en su etapa al frente del Español. La idea era que la dirigiese Ignacio García, su asistente entonces, pero el proyecto no cuajó. Tampoco lo hizo un embrión de película impulsada en 2002 por un productor que le encargó que escribiera el guión. Ahora por fin parece que nada va a impedir que cristalice sobre la escena, un acontecimiento que tiene su interés si tenemos en cuenta que no se ha hecho un montaje importante de ella desde 1986, cuando Narros la exhibió precisamente en El Español. "En El concierto -añade un Gas convencidísimo de su vigencia- hay un compromiso con la dignificación de los excluidos y late un hálito trágico, el de alguien que se enfrenta a su destino, que ya no está en manos de dioses inmisericordes sino de una sociedad que oprime a los individuos que no se adaptan a sus mecanismos economicistas".



Entre la tijera y ‘lo posible'

Buero tuvo que lidiar con la censura durante décadas. Cuando los cambios requeridos eran palabras concretas (poner ‘golfa' en lugar de ‘zorra' y cosas así), transigía. Cuando le amputaban pasajes sustanciales, se negaba a estrenar los textos desbravados por la tijera. Según el crítico Ricardo Doménech, uno de los que ha estudiado su dramaturgia más a fondo, El concierto decía lo que pasaba cuando lo que pasaba no se podía decir. Algo que consiguió gracias a un posibilismo que no pocos le afearon. Alfonso Sastre con particular acritud. Buero se defendía: "Todos somos posibilistas". Afirmaba que no había conocido a ningún imposibilista puro, ni siquiera aquellos que se jactaban de serlo, dándole un toque a su airado colega. En su opinión, La mordaza de Sastre, otra metáfora antifranquista, era un claro ejemplo de posibilismo. Si se quedaban en el cajón, las obras que intentaban percutir en la realidad no alcanzarían nunca su objetivo. Así lo veía Buero y de ahí su cintura con el contexto político franquista.



"Hoy nos parece muy fácil lo que hizo esta generación del 50 pero no lo era. A Buero no se le puede reprochar nada. Más bien todo lo contrario. Creó una dramaturgia propia, consistente, contemporánea y enfrentada al estado general de cosas en un país asfixiante. La gente quiere vivir y quien esté libre de culpa que tire la primera piedra", argumenta Gas, que dirigirá por primera vez una obra de Buero, aunque sí trabajó como actor en la versión televisiva de La doble historia del doctor Valmy. Es paradójico que un demócrata y socialista fuese el autor más aclamado del franquismo. Pero es que desde que se puso en escena Historia de una escalera en 1949 el público no dejó de reclamarle en la cartelera (El Concierto se estrenó en 1962 en el Teatro Goya de Madrid). "Sintonizó con la gente porque atendió sus demandas", explica Ernesto Caballero, cuyo respeto por Buero es patente: lo nombra en todo momento como Don Antonio. "Además, fue uno de los grandes renovadores de nuestro teatro. Estaba al tanto de lo que ocurría fuera. Fue un continuador del realismo de Ibsen. Tuvo siempre a Brecht muy presente. Y puede considerarse el correspondiente español de Arthur Miller, con su teatro realista y de ideas. Sus obras partían de preocupaciones filosóficas o políticas que luego sabía encarnar en personajes e integrar en una trama. Era un artista más apolíneo que magmático", añade Caballero, que abrió la temporada del CDN con una lectura dramatizada de Un soñador para un pueblo (1958), pieza perteneciente al ciclo histórico de Buero, junto a El concierto, Las Meninas (1960) y El sueño de la razón (1970).



Gas suscribe el paralelismo con Miller, cuya Muerte de un viajante montó en el Español en 2009 con memorable resultado: "Los dos practican un realismo onírico o simbolista, levantado siempre sobre tres pilares: el existencial, el social y el ideológico". El director catalán amplía las conexiones buerianas a los clásicos griegos, al Siglo de Oro y a dos referentes existencialistas: Sartre y Camus, que, al igual que Buero, "interpretaron el concepto de realismo como compromiso ético y lo llevaron a fórmulas universales de comunicación escénica". Gas no quiere desvelar demasiadas claves de su montaje. Despacha la cuestión advirtiendo que ni la iluminación ni la banda sonora ni la escenografía ni los vídeos son elementos decorativos o paisajísticos, "sino parte consustancial de la obra que ayudan a contar la historia con un lenguaje total". Bajo su batuta tiene un amplio elenco de 13 actores: José Luis Alcobendas, Lucía Barrado, Alberto Iglesias, Javivi Gil…



Contar a la velocidad de un obús

Dice Gas que no ha trabajado con especial detenimiento los famosos efectos de inmersión de Buero, con los que buscaba hacer sentir al público lo mismo que los personajes. Aquí el más llamativo es el apagón que origina David rompiendo el farol, creando la oscuridad que le permitirá perpetrar su venganza. "Yo me limito a contar la tragedia de estos ciegos estafados", señala. Y para propiciar su progresión dramática "a la velocidad de un obús" ha expurgado el texto original. Quedan fuera los elementos que lo anclan a los 60, aunque aclara que todo lo sustancial permanece en las cerca de dos horas y media que dura la adaptación. Será el íntimo homenaje que tribute a su admirado Buero, "un testigo de su tiempo y un dramaturgo hondo, competente y atento a los latidos interiores y exteriores del ser humano en la época que le tocó vivir".



@albertoojeda77