Roxana y Sergio Blanco en un moento de Ostia

El dramaturgo uruguayo Sergio Blanco estrena este miércoles Ostia, texto confesional en el que recorre su vida al lado de su hermana Roxana y la conecta con los capítulos más convulsos de la historia de Italia. Trauma, memoria y catarsis.

''Si trato de rememorarme, me invento". La cita de Serge Doubrovsky, que acuñó el término autoficción, la esgrime el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco. Lo hace para hablar de Ostia, que estrena este miércoles en el Teatro Kamikaze. La obra desciende a una serie de recuerdos compartidos con su hermana, Roxana Blanco, en los que afloran temas sombríos como la enfermedad, la soledad, la violencia, la droga, la separación, el desarraigo, el incesto, la decadencia y la muerte. "Son esas flores del mal que es necesario encontrar para poder hacer un recorrido del horror a la belleza", explica Sergio Blanco, que ya tiene estos días en el cartel de la sala madrileña Tebas Land.



Ostia es otro texto confesional. Su principal peculiaridad es que son él mismo y su hermana los que lo ‘leen' sobre el escenario: cada uno sentado en dos escritorios iguales, situados frente a frente. Sí, leen, no interpretan. "Hacemos una recitatio, que en el mundo griego y romano era una de las formas más frecuentes de leer un libro. Roxana y yo nos concentramos en revelar palabras. Y eso sólo se puede lograr por medio de una lectura en donde todo está condensado por la respiración y la vocalización. El texto es una partitura: una distribución de sonidos que hay que exponer".



Entre ambos hermanos, cercados por la penumbra, hay un cadáver tapado con algunas páginas de periódicos. Al fondo, se proyecta el mar. La figura inerte remite a los represaliados durante la dictadura argentina: sus cuerpos, lanzados por aviones al Río de la Plata, los devolvía la corriente a la orilla. Cuando eran niños, toparon con uno mientras se bañaban. Blanco regresa a ese trauma infantil y lo (con)funde con Pasolini tirado en un descampado: un eccehomo deformado por el martirio a escasos metros de la playa de Ostia, a unos 30 kilómetros de Roma. Sergio Blanco le hace un guiño al controvertido cineasta y escritor. "Junto a la vigencia de la brutalidad de su muerte, está la de su obra, que es inmensa en su belleza, su ternura y su complejidad", afirma.



Defiende además su imposible ‘asimilación' por la sociedad de su tiempo y la del nuestro. "A mí me gusta que Pasolini sea difícil de aprehender. También lo es Virgilio, San Agustín, Leopardi o Agamben. Lo inaprensible es hermoso. Ante los grandes poetas, siempre tenemos que fracasar en el intento de querer apresarlos: el misterio de la poesía reside justamente en que es incapturable". Pasolini la buscó en las borgate romanas, el hábitat de sus muchachos del arroyo. "Dicen que a Caravaggio también le gustaban las periferias", apunta Blanco, que escribió la obra precisamente en Ostia, boyante puerto durante el Imperio Romano y hoy territorio áspero (frente al memorial de Pasolini hay una especie de desguace), pasto de las mafias locales confabuladas con grupos de extrema derecha.



El itinerario de Sergio y Roxana va dejando atrás la oscuridad para dirigirse hacia la luz. Arranca con el mar que le hace el juego sucio a los torturadores del cono sur y acaba con un mar nutricio y luminoso: el que les brinda los frutti di mare que cenan los hermanos en uno de los mejores restaurantes de Roma, ataviados con el glamur de las viejas estrellas de Cinecittà. Como diría Leopardi en su icónico poema El infinito: un mar en el que, ahora sí, es dulce naufragar.



@albertoojeda77