Ensayo de las Bodas de sangre de Pablo Messiez. Foto: marcos g punto

La temporada se presenta muy lorquiana. Varias versiones de sus obras subirán a las tablas en los próximos meses. No para repetir clichés y manidas iconografías. Messiez estrena en el María Guerrero este miércoles Bodas de sangre. José Manuel Mora presentará en el Canal Esto no es La casa de Bernarda Alba. Conejero ha rematado la Comedia sin título. Y Ricardo Iniesta gira con su expresionista versión de Así que pasen cinco años. Hablamos con todos de ellos de la posibilidad de descubrir un Lorca ‘inédito'.

"Para los poetas y dramaturgos en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: ¿a que no te atreves a hacer esto?". La cita proviene de una de las iluminadoras conferencias de Lorca. La trae a colación Pablo Messiez, que está ultimando su versión sobre Bodas de sangre para el Centro Dramático Nacional, un montaje que abre este miércoles en el María Guerrero la veda de una temporada muy lorquiana. No es una novedad esa presencia protagónica del autor de Romancero gitano en la cartelera, porque siempre la tiene, dada su popularidad. Pero sí hay un matiz inédito: desde el 1 de enero de 2017 su obra ha pasado al dominio público. Ya no hay que pagar derechos de autor ni dar explicaciones a sus herederos. Y eso puede azuzar la experimentación con su legado dramático. Surge así la expectativa sobre potenciales hallazgos o miradas inéditas. ¿Hay un nuevo Lorca aguardándonos?



Messiez invoca la exhortación al atrevimiento pronunciada por Lorca para justificar su propuesta, que cuestiona algunas interpretaciones sedimentadas con el paso del tiempo y que, a su juicio, se interponen entre el público actual y la ‘verdad' original de Lorca. "Es un problema clásico de la historia del teatro, ideas que se empiezan a armar sobre los autores terminan cristalizándose en las puestas en escena, impidiendo a los textos que dialoguen con el presente. Es decir: impidiéndoles ser teatro. Son lugares comunes que acaban ocultando la obra. Sin ir más lejos, en la primera acotación del texto pone: habitación pintada de amarillo. Luego hay otro espacio rosa y otro de grises y azules. ¿Dónde quedaron esos colores en el imaginario vinculado a Bodas de sangre?", se pregunta Messiez. Es un fenómeno habitual en las figuras encumbradas, cuyos apellidos han dado origen a un adjetivo. "Lo mismo pasa con Lorca que con Chéjov o con Beckett, en pos de una fidelidad imposible a un no sé qué chejoviano o beckettiano. Y esas ideas preconcebidas siempre serán tediosas porque resultan conocidas, masticadas y digeridas".



Lorca es un titán del teatro. Eso puede ser el beso de la muerte, ya que puede verse como uno más de esos autores en tonos sepia". J.M. Mora

"Lo más revolucionario a veces es volver a la inocencia", tercia José Manuel Mora, que prepara junto a su cómplice habitual, Carlota Ferrer, Esto no es La casa de Bernarda Alba, una audaz visión de la emblemática obra. Mora intenta escarbar en el profuso aparato crítico que la envuelve y encontrar su latido primigenio. "Lorca es un titán del teatro y, en cierta forma, eso puede ser el beso de la muerte, ya que se vuelve fácil verlo como a uno más de esos autores canónicos en tonos sepia. Convertir a alguien en icono supone el riesgo de transformarlo en una abstracción y las abstracciones son incapaces de generar una comunicación vital con la gente viva". Mora no ha ‘trasteado' con su literalidad pero sí le ha insertado al texto pasajes de su propia cosecha. "En un principio, mi aportación se mezclaba con la trama pero finalmente, después de hablarlo con Carlota, hemos decidido que esos fragmentos estén en otro plano, que no se fundan. Así que el público tendrá por un lado La casa de Bernarda Alba tal cual y, por otro, los textos míos que dialogan con la obra".



Pablo Messiez utiliza un esquema formal idéntico pero cambia un detalle sustancial: él también incrusta ‘teselas' en Bodas de sangre, pero son del propio Lorca, como un poema de Poeta en Nueva York (Cielo vivo), que el personaje del Padre dedica a su hija en la escena de la boda, o el Pequeño vals vienés con la música de Leonard Cohen. Son muy contadas por lo que rechaza que pueda considerarse un collage lorquiano lo que ha confeccionado.



Expresionista Así pasen cinco años, de Atalaya. Foto: Félix Vázquez

Dice Messiez que al preparar su escenificación no tuvo muy presente el paso al dominio público de Lorca. "No creo que me hubieran impuesto ninguna limitación si lo hubiera hecho el año anterior. La otra vez que trabajé con Lorca para su Fundación no tuve ningún tipo de cortapisa. Laura [García Lorca] es una mujer muy culta y muy sensata". En ese sentido también se pronuncia Ricardo Iniesta, fundador de la histórica compañía sevillana Atalaya, que ya ha montado dos veces Así que pasen cinco años. Primero a mediados de los 80, haciendo con aquel montaje casi 150 representaciones por toda España. Y segundo el año pasado, firmando para el CDN una versión más oscura y expresionista, que girará en los próximos meses por Valencia, Granada, Tenerife, Las Palmas, Santander, Valladolid... "Nunca hemos tenido ningún problema con los herederos de Lorca. De hecho, Laura estuvo en el estreno La casa de Bernarda Alba que hizo Pepa Gamboa con mujeres analfabetas del barrio del Vacie. Tenía muy poco del texto original pero al final nos dijo que a su tío le hubiera encantado. No podemos decir lo mismo de Valle-Inclán, Beckett o Brecht. Por ejemplo, Barbara, la hija de este último se comportaba como una comisaria política del legado de su padre.



Incluso paralizó producciones en sitios tan prestigiosos como el Odin Teatret. "Obviamente, no me alegro de su muerte pero las cosas ahora son más fáciles", explica Iniesta. "Es algo que me da mucha rabia. Entiendo que los herederos tengan unos derechos económicos pero no que tengan potestades artísticas para derribar un proyecto o marcar ciertas pautas".



No he pintado sobre un lienzo ni restaurado un edificio. Del primer acto de El sueño de la vida no he tocado ni una coma". Alberto Conejero


Ricardo Iniesta, además, es muy crítico con el boom de la figura del adaptador. "Yo creo que la palabra de Valle o de Lorca no debe ser retocada. No me cuadra eso de que otra persona que no sea el autor se ponga de por medio entre el público y el dramaturgo. Recuerdo aquello que hacía el Equipo Crónica de colorear cuadros clásicos. Quedaba muy bien pero era una especie de performance. Pero lo de las adaptaciones de los textos es como lo que hacía Luis Cobos con Beethoven y Morzart. Y eso a mí no me interesa". Sí justifica, en cambio, este tipo de mediación cuando la obra está escrita en una lengua extranjera. Él mismo ha adaptado a Shakespeare o a los clásicos griegos.



"Creo también que se puede llegar a recortar pero nunca inventar", añade. Surge entonces una cuestión: ¿es lícito el proyecto de Alberto Conejero de completar la Comedia sin título a instancias del Festival de Otoño? Hablamos de la obra que cierra su trilogía del Teatro Imposible (iniciada con El público y Así que pasen cinco años), que quedó inconclusa por su ejecución en el barranco de Víznar. "A mí me parece muy interesante. Es casi un ejercicio de ciencia ficción. Conejero es un gran conocedor de la obra de Lorca y un autor muy coherente. Su trabajo no tiene nada que ver con el de los adaptadores que entran a saco en un texto ya rematado", denuncia Iniesta.



Descenso al fondo de lo real

"Yo ni he pintado sobre un lienzo ni he restaurado un edificio", aclara, a la defensiva, el propio Conejero. "No he pretendido terminarla sino construir una dramaturgia, un nuevo texto que dialoga con el de Lorca a partir de pulsiones absolutamente honestas. No sé por qué a algunos les irrita más esto que una puesta en escena contemporánea de Bodas de sangre. No he tocado ni una sola coma del primer acto y he escrito desde ahí con libertad. La historia del teatro, de la literatura y del arte en general es reescritura, refección, variación. No hay tanto ruido con la cantidad de Medeas, Quijotes y Hamlets que se hacen. Pero en este país tendemos a sacralizar como mojigatos aquello que amamos hasta asfixiarlo. Que piensen en Shakespeare con Vandello o en Richter con Vivaldi".



Igor Yebra en Esto no es La casa de Bernarda Alba, de José Manuel Mora y Carlota Ferrer. Foto: Fernando de San Luis

Cuando se atascaba, Conejero echaba mano de Poeta en Nueva York, que Lorca alumbró simultáneamente a su comedia truncada. "Escribía y me imantaba de sus imágenes. Es un descenso del hombre al fondo de lo real, tan oscuro como luminoso. Así entendía yo El sueño de la vida". Este es el título que presumiblemente le iba a dar Lorca, un flagrante guiño a Calderón, porque aparte de su raíz surrealista, también tiene un vuelo metafísico. "Es un auto laico. Un combate del hombre con sus temores y anhelos. Habla del lugar del teatro en tiempos de revolución y de la idea del sacrificio poético. Hay obviamente una impronta calderoniana pero enclavijada en un simbolismo como elemento de protesta", afirma Conejero, que verá publicado su trabajo en Cátedra en febrero de 2018. Parece que para su concreción escénica tendrá que esperar un poco más. "El texto ya está en manos del director que soñé. Ahora confío en que los caminos del teatro sean propicios".



En pos de un no sé qué lorquiano, chejoviano o beckettiano, hay ideas que se cristalizan e impiden ver sus obras". Pablo Messiez

Con ese simbolismo juegan tanto Messiez como Mora. Más bien, lo revisan para conectarlo con tensiones que interpelen al público contemporáneo. El primero, que ambienta la historia en un pueblo de hoy, deja a un lado cuestiones como la virginidad de la novia (hoy irrelevante) y se concentra en el conflicto de la razón y el deseo. O, más concretamente, del cuerpo y el lenguaje. "En la obra estos son a la vez cárcel y libertad, porque el poder decir es un bálsamo, pero las palabras escriben también la moral que nos mata. Y el cuerpo es el lugar del goce infinito pero también el de la muerte, ‘el sitio en donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito'", advierte Messiez citando el último parlamento de la Madre en Bodas de sangre.



Bernarda masculina

Mora y Ferrer han optado por actores masculinos para encarnar a Bernarda y las cuatro hermanas. "No es una transgresión, ya se ha hecho otras veces, pero eso nos permite revisar los roles de género, que ahora son más difusos", señala Mora. "En el momento en que mujeres encerradas y reprimidas sexualmente son interpretadas por hombres estamos dimensionando la esfera política y social del clásico: al distanciarnos de la identificación literal, la asociación directa -mujeres con problemas de mujeres- desaparece, surgiendo así otros significados". Y esa posibilidad, la de asomarnos a un Lorca ‘inédito', tiene mucho morbo, claro. Mora, Messiez, Iniesta y Conejero no hacen más que prolongar el pálpito libertario de Lorca, que exigía a los teatreros "mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imaginación y la gracia del teatro".



@albertoojeda77

El choque con la Membrives

Muy lorquiano está también el Teatro Lara. Hace poco presentaron (con gran éxito) La casa de Bernarda Alba manufacturada por la compañía Martes Teatro, que en los próximos domingos de octubre podrá verse en Estudio 2, la sala que regenta Manuel Galiana. A esta versión del clásico le da el relevo Federico y Lola, el desencuentro, una curiosa propuesta que, como La piedra oscura, hace ficción (y documento) con hechos relacionados con la vida de Lorca. La diferencia es que en este montaje el propio poeta, encarnado por Néstor Gutiérrez, sí comparece en las tablas. Y lo hace para recrear su relación con la histórica actriz Lola Membrives (Tusti de las Heras), una de las grandes damas del teatro español en la primera mitad del siglo XX, muy vinculada, por cierto, al Teatro Lara (hoy da nombre a una de sus dos salas). El dramaturgo donostiarra Jon Sarasti les sitúa en un momento crítico de su amistad. La Membrives había propiciado, como actriz y productora, la eclosión de popularidad de Lorca gracias a una versión de La zapatera prodigiosa que abarrotó plateas en España e Hispanoamérica. A Lorca le paran por la calle y le llueven felicitaciones. Pero en su interior algo se revuelve contra esa ola de elogios, que tiene su traslación en la taquilla. Está ultimando Yerma, con una intención definida: reivindicar la liberación sexual de la mujer. Siente que el teatro puede cambiar las cosas, y que debe intentarlo. Pero su apuesta no casa con criterios comerciales. El negocio no puede atemperar el arte. Y ahí surge el choque con su amiga y su cómplice, que busca reeditar de nuevo de su mano el triunfo de La zapatera. Antonio Domínguez, director de esta producción, explica que estamos ante dos concepciones contrapuestas del teatro: "La de la supervivencia y la de la entrega absoluta". Membrives le plantea a Lorca modificar el final, aligerando su carga trágica. Lorca, claro, no negocia con su arte. La colisión es inevitable.