Foto de un concierto de Red Hot Chili Peppers en 2014

Dicen que no eres importante hasta que no apareces en un capítulo de Los Simpson. Si hacemos caso a esta máxima popular, los Red Hot Chili Peppers se convirtieron en una banda relevante definitivamente en 1993. Por entonces ya llevaban una década de andadura y habían publicado cinco discos. El mejor de ellos fue el quinto, Blood Sugar Sex Magik (1991), una proeza nada habitual cuando lo normal es que una banda alcance el éxito con el primero o el segundo y el resto sea una caída más o menos pronunciada. Pero fueron a más y en 1999 batieron récords con el séptimo, Californication. Con aquel álbum, del que vendieron 16 millones de copias, dejaron de ser una banda importante para convertirse en una banda imprescindible a escala mundial. También supuso un cambio de estilo: dulcificaron su funk rock restando un poco de punk y echando al caldero más pop, al tiempo que lograron un sonido más maduro y universal.



Aquel disco fue la cumbre de su carrera, y lo saben. Por eso en los conciertos de la gira de presentación del último, The Getaway, apenas tocan unas cuantas canciones del nuevo álbum y de los otros tres que lanzaron tras el cambio de milenio, centrándose en sus hits, sobre todo los de Californication. Así lo han hecho en los dos conciertos que han ofrecido en Madrid, el martes y el miércoles, antes de poner rumbo a Barcelona, donde tocarán el sábado y el domingo.



La fórmula funciona, como demuestran los dos llenazos en el Palacio de los Deportes de Madrid. En el público se mezclaban fans de toda la vida, jóvenes y adolescentes, seguramente enganchados a la banda por los últimos discos y el marketing de radiofórmula y MTV (suponiendo que además de los realities la cadena siga emitiendo videoclips).



Los discos posteriores a By The Way (2002), suenan en general insulsos y fofos en comparación con el músculo que demuestra la banda sobre el escenario a pesar de su edad (los tres miembros principales tienen más de 50 años). El cantante, Anthony Kiedis, y Flea, reconocido como uno de los mejores bajistas de la historia en cualquier lista y por cualquier aficionado a la música, no paran de dar saltos por el escenario durante todo el show, como hacían antaño, ya sin calcetín en el pene pero con el torso desnudo y luciendo tatuajes y vestimentas extravagantes. Ambos mantienen la pegada de antaño, aunque Kiedis luzca una rodillera para remendar algún achaque y se siente de vez en cuando en un altavoz para disimular el cansancio. Nadie diría en cambio que Flea, que se recorre el escenario de punta a punta haciendo el pino, sufrió un accidente de snowboard el pasado invierno que obligó a posponer la grabación de The Getaway. Desde su atalaya rítmica, el batería Chad Smith conserva también intactas la potencia y la precisión, marcando el pulso del concierto.



Por su parte, y a pesar de su virtuosismo, Josh Klinghoffer sigue teniendo que esforzarse para llenar el hueco del anterior guitarrista, John Frusciante, demostrando que es un digno sustituto y sin tratar de ser una copia exacta de él, algo que además sería imposible. Sin adulterar el espíritu de las canciones antiguas, Klinghoffer aporta su sello variando las texturas y melodías de los solos.



El concierto del miércoles comenzó con una breve jam de los tres instrumentistas, de la que hubo réplicas entre canción y canción, antes de atacar Around the World. Fueron intercalando las canciones de este disco, las más celebradas por el público, con el resto de la discografía. No dejaron mucho espacio para las canciones de los primeros años, salvo los himnos Under The Bridge y Give It Away (con la que acabaron los bises) y algunas más.



El despliegue visual que acompaña al espectáculo es tan impresionante como elegante. En el telón del fondo se proyectan efectos visuales e imágenes de los cuatro miembros de la banda grabadas en directo y mezcladas en tiempo real dándoles un aspecto de videoclip. Pero el elemento más destacado de la escenografía es el millar de cilindros luminosos dispuestos en el techo que suben, bajan y cambian de color formando configuraciones geométricas y ondas que nos transportan a las playas de su adorada y siempre publicitada California. Desde 2012 los Chili Peppers tienen su lugar en el Rock And Roll Hall of Fame. Ahora solo les falta el título de embajadores honorarios del Estado Dorado.



@FDQuijano