Annie Proulx. Foto: Javier del Real.

Annie Proulx (Connecticut, 1935) ha aprovechado la oportunidad brindada por Wuorinen y Mortier para profundizar en el relato original de Brokeback Mountain, publicado por vez primera en New Yorker en 1997. Ella es la firmante del libreto, donde las dos mujeres de los vaqueros tienen más presencia. También escarba más en la hosca personalidad de Ennis del Mar y en el desgarro interior que le carcome. Y el final ambiguo de la película, con la enigmática frase de Ennis ("Lo juro, lo juro..."), se concreta con un significado explícito.



-¿Qué podemos encontrar en la ópera que no esté en el filme?

-La trama se mantiene casi igual. Aunque sí he ido más lejos en los abismos psicológicos y sentimentales de los protagonistas. Aparecen además otros personajes secundarios, sobre todo mujeres: una camarera, una vendedora de ropa...



-¿Por qué ha decidido aclarar el final?

-Muchos espectadores de la película y lectores del relato no terminaron de entender esa frase. ¿Qué es lo que jura? ¿A qué se refiere? Es una especie de reconocimiento de que ha arruinado la vida de Jack y la suya. Muestra su desesperanza y es a la vez una expiación.



-¿Por qué escribió el libreto? ¿Desconfianza?

-No. Tenía ganas de probar en este nuevo ámbito literario. Me parecía, además, natural que fuese yo.



-¿Al escribir tenía en cuenta que ese texto debía ser cantado luego?

-Al principio no le di mucha importancia. Hasta que Wuorinen me alertó de que algunas palabras podrían dar complicaciones, sobre todo las situadas al final de la frase. El nombre Jack generó muchos problemas. De haberlo sabido hubiera escogido otro más eufónico. Pero en los ranchos de Wyoming no abundan hombres llamados Silvio, Antonio...



-¿Qué efecto provoca en la historia la música de Wuorinen?

-Es una composición con mucho músculo y muy intensa. Encaja muy bien con la personalidad de estos dos hombres extraños al amor.



-¿Qué relación tiene con la ópera?

-Cuando vivía en Nueva York, con mi primer marido, hace ya varias décadas, íbamos mucho. Teníamos un abono en el Met. Luego me fui a vivir al campo. En este tiempo el canto de los pájaros ha sido un agradable sustituto.



-¿Ha cambiado algo en la mentalidad de Wyoming respecto a la época en que se desarrolla Brokeback Mountain?

-Hay más apertura. Aunque quedan muchos años para ver un desfile del orgullo gay en las calles de Cheyenne. Lo importante es que las familias ya no se esfuerzan por esconder a uno de sus miembros por ser homosexual.



-¿Qué desencadenó su relato?

-Un día vi a un cowboy que miraba a otros jugando al billar. Les miraba con un interés que iba más allá del juego. Imaginé que era un gay encorsetado en un territorio implacable. Esa fue la inspiración.



-Llegaron a considerarla persona non grata en Wyoming. ¿Por eso ha acabado mudándose a Seattle?

-En absoluto. Ha sido por razones prácticas. Tenía muy lejos la frutería, el hospital... Pero lo echo mucho de menos.