Ramón Barea y Rebeca Matellán en Montenegro

Llega hoy al Centro Dramático uno de los más ambiciosos montajes de la temporada. Nada menos que las Comedias bárbaras de Valle-Inclán, una trilogía con la que levantó acta de defunción del feudalismo en su tierra. Ernesto Caballero ha decidido hilar sus tres entregas ('Águila de blasón', 'Romance de lobos' y 'Cara de plata') y presentarlas de un tirón. Una apuesta sin apenas precedentes en nuestra escena. Para llevar la nave a buen puerto echa mano de un elenco de más de 20 actores, con Ramón Barea (último Premio Nacional de Teatro) metido en la piel de Montenegro, feroz y magnánimo a un tiempo.

Justo cuando más se necesita a un autor capaz de escribir el Ruedo Ibérico de estos tiempos, que harto material darían como lo dieron los tiempos isabelinos o isabelones de Valle, llega Montenegro, el antihéroe magnífico de las Comedias bárbaras; llamarle caciquil sería un agravio; el cacique es un hombre espeso y municipal, más propio de Castilla que de Galicia. Montenegro es un hidalgo con la grandeza déspota de un rey con súbditos y sin corona: un mundo de siervos y señores, de mendigos y lacayos, de grandes jerifaltes y de meretrices de camino y de rastrojo. Flor de caudillaje. Los heterodoxos maléficos de la secta valleinclanesca hace tiempo que persiguen un sueño: ver a Valle en su verdadera salsa. Es convencimiento generalizado que no hay actores, ni directores ni artistas plásticos capaces de entender el mundo de Valle. Valle sólo ha tenido aproximaciones, acaso las más lúcidas las de José Tamayo. Cuando Valle vio el Pero Gailo de Divinas palabras hecho por Tomás Borrás, cuentan que dijo: "Yo he hecho un sacristán de pueblo y Borrás ha hecho el Cardenal Segura". A Valle le han salido, con frecuencia, demasiados cardenales Segura.



En cuanto a las Comedias bárbaras, José Carlos Plaza las puso, íntegras, en el María Guerrero en 1991: un plan ambicioso y totalizador de resultados inciertos. Bigas Luna hizo en 2003 en Sagunto un montaje espectacular de corte cinematográfico con muchos caballos y galopes, un espectáculo innecesariamente wagneriano que, si mal no recuerdo, no gustó a nadie salvo a mí. Duraba solo noventa minutos, o sea una especie de guión cinematográfico.



Wagner, Rivas Cherif, Azaña...

Las Comedias bárbaras pueden tener cierto aire wagneriano que Rivas Cherif exagera, aunque Rivas Cherif fuera el que mejor entendió a Valle con su amigo y cuñado Azaña. Además el wagnerianismo es más cosa de montaje que de texto. De aquel entendimiento y admiración de Rivas Cherif solo nos quedan informaciones librescas y periodísticas. Azaña protegió a Valle y le dió cargos remunerados que siempre acababan en gresca y catástrofe. Eran cargos de mucha templanza y sin problemas, relacionados con el Patrimonio Artístico y la Administración pero Azaña lo tenía claro: "Para problemas, ya se los buscará, él", parece que dijo un día.



De Artaud a Umbral

Si las Sonatas son artificio modernista, las Comedias bárbaras son el teatro de la crueldad. Aparte de la gratitud al prólogo que Umbral hizo a mi primer libro de poemas, mi enganche fundamental con Paco, y algunos desenganches también, fue Valle-Inclán y la teoría sobre el teatro de la crueldad de Artaud. Y Shakespeare, sin el cual ni se entendería a Artaud ni se entendería a Valle. A tal extremo, que Artaud se vio obligado a precisar que Shakespeare era el modelo; palabra sí, pero palabra dramática. Ese es el teatro de Valle, eso son sus esperpentos, coronación de todo su aparato escénico. Las Comedias bárbaras son el armazón sobre el que se articula la teoría de la crueldad que algunos empezamos a defender con cierta agresividad revanchista cuando Carlos Luis Álvarez puso un epitafio grotesco al mejor autor español del siglo XX y acaso de todos los tiempos: el teatro de Valle "está muerto y bien muerto". Umbral, aunque era amigo de Cándido, el hombre de las mil caras, el más teatral de todos los maestros de periodismo, se equivocó adrede, pues no era tan analfabeto. Francisco Umbral recogió la idea subversiva de la crueldad y lo hizo con la devastación implacable de un depredador, que le era habitual. La formuló de tal manera que parecía que hasta entonces nadie se había parado en ello. Luego la reflejó en Los botines blancos de Piqué con una precisión insultante y demoledora: "En las Comedias bárbaras, tan familiarizadas con Shakespeare, Wagner y otras influencias, hay una premonición modernísima del Valle siempre pionero: el teatro de la crueldad de Antonin Artaud (...) la crueldad literaria de Valle puede que venga de Sade (arqueología del dandismo). Valle empieza por ser cruel consigo mismo: se hace amputar el brazo sin anestesia, se automutila un pie, por error naturalmente". Pero esto, y Umbral lo sabía, nada tiene que ver con el teatro de la crueldad, que no es un autocastigo como él sugiere, sino una reacción contra la ética y la estética del teatro burgués. Como tampoco tiene que ver el sadismo fino de Bradomín. Por eso Umbral, que siempre se creyó el alter ego de Valle, y no sin razón, rectifica, se autocorrige: "Hay la crueldad-denuncia, que es frecuente en cierto Valle y la crueldad espectáculo, puramente estética, que le viene de Goya".



El modernismo como trampa

Sin el auténtico sentido de la crueldad social, con las Comedias bárbaras como eje, no hay Valle posible. El modernismo de su teatro era una trampa. Cosa que le cuesta aceptar a Umbral: "La crueldad escénica de Valle, más evidente y real que la novelística, se ha entendido como denuncia, pero hay otra crueldad gratuita...". Pudiera ser pero ni la crueldad de Sade, ni mucho menos la de Artaud ni la de Valle es nunca gratuita, sino subversiva. Como lo era la crueldad satírica de Umbral. Valle no es realista, sobre todo en las Comedias bárbaras; pero tampoco es el simbolismo; no es Benavente, pero tampoco es Maeterlinck.



Se dice que el 98 es la conciencia crítica del modernismo, más lúdico y enrevesado de palabra. En realidad todo es uno y lo mismo; pero es a Valle a quien con más propiedad puede aplicarse la fusión de ambos conceptos: modernismo crítico. Esto lo entendieron muy pocos, ni siquiera Ortega y Gasset, una mente tan lúcida y una praxis tan estrecha, logró entender a Valle en su globalidad y no sé si en la especificidad de las Comedias bárbaras. Ortega y su miopía intelectual demediada entre el orden imprescindible y la revolución necesaria. Y eso que Ortega pasa por ser la inteligencia española más preclara del siglo. Montenegro es un titulo que define en sí mismo todo la trilogía de las Comedias bárbaras: Cara de Plata, Águila de blasón y Romance de lobos. Una gran obra empieza siempre por un enunciado del que ya no puedes escapar: Romance de lobos. Romance alude a cantares de gesta y lobos a la jauría, la superstición, el aullido de posibles licántropos y el coro de pordioseros y tullidos. Y la Santa Compaña. Águila de blasón, es otro gran título; la altivez del Mayorazgo, feudalismo, casa blasonada, despotismo del vinculero. Tiene obviamente evocaciones shakesperianas, como las tiene Romance de lobos. Fuso Negro y don Juan Manuel se imaginan un festín con la cabeza de los hijos; eso es Tito Andronicus. Como las relaciones de padre e hijos pueden anticipar la cruenta barbaridad de Los Cenci, Stendhal "adaptado" por Artaud. Cara de plata fue la última en escribirse y acaso la primera en pensarse. Cara de Plata, el más bello de los hijos y acaso el alter ego de Juan Manuel, pero sin su grandeza. Cara de Plata, el segundón admirado por su hermosura, por un rostro de plata y luz.



Las tres Comedias las reúne Ernesto Caballero bajo el título de Montenegro; el hidalgo es la columna vertebral de la trilogía bárbara, que carece de estructura teatral y es magnífica por las acotaciones; son novelas dialogadas y el diálogo, sabido es, no constituye por sí mismo teatro. Valle-Inclán es, todavía, una incógnita que nadie ha resuelto. Y una amenaza, casi siempre cumplida, para exégetas y teatreros: un cadáver nada exquisito e imprevisible que él anuncia en su testamento: "Te dejo mi cadáver, reportero;/ el día que me lleven a enterrar/ fumarás a mi costa un buen veguero,/ te darás en la Rumba un buen yantar". Hambrientos estamos de un buen Valle-Inclán.