A través (espectro cromático) , 2013

Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta febrero. De 4.000 a 20.000 euros.

La idea de ausencia recorre la exposición 'Mirar (al otro lado)' que Ignasi Aballí presenta en la galería Elba Benítez. Mediante obras basadas en el lenguaje, esculturas y fotografías, el artista reflexiona sobre el paso del tiempo, la invisibilidad y la desaparición.

Hay una obra que quizás pueda estar ausente pero que explica el sentido que tiene la exposición Mirar (el otro lado) de Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) en la galería Elba Benítez. Se trata de la ilustración de un espectro cromático sacada de un libro científico o de texto, o puede que sea de un tratado sobre pintura o fotografía. Este esquema que representa cómo la luz, cuando atraviesa un prisma de cristal, se divide en un haz de rayos de diferentes colores, recuerda los experimentos que de niños llevamos a cabo para entender aquello que nos contaban y que nos resultaba difícil de ver, que el blanco de la luz no supone la ausencia de colores, sino la reunión de todos ellos. Es una forma de hacer visible lo invisible. Consiste en llevar a la práctica ese 'ver para creer' que se nos enseña y que tanto poder ha dado a la mirada: la visibilidad se entiende como un método, el principal, de demostración, una fórmula que puede acabar con cualquier cuestión de fe. Sin embargo, en esta obra titulada A través (espectro cromático) se imposibilita esa mirada, o al menos, se incomoda, se hace incómoda, porque se dificulta el vistazo, el golpe de vista. La imagen está atravesada, se ha partido, ha quedado dividida en dos por la pared. Hay que esforzarse, dar la vuelta y ver lo que queda detrás del muro, literalmente se obliga a mirar el otro lado. Si al final no encontrasen la obra, confíen, está allí, aunque no la vean.



Fiarse, tener fe, es lo que pide Aballí en otro de los trabajos que se incluyen: una estructura que sujeta una placa de cristal sobre la que se han impreso los componentes del aire y sus descripciones. El aire queda traspasado por sí mismo, o por la representación de sí mismo a través de los nombres de los elementos que lo forman, una estrategia muy habitual en el trabajo de Aballí en el que se evidencia el conflicto entre realidad y lenguaje. Con este sencillo gesto, el de nombrar estos elementos, nos hace ver que aquello que se cree transparente, el aire, no lo es tanto, tal y como indica el propio título de la escultura, Menos transparente. También nos hace conscientes de nuestro ser allí y en ese momento. Nuestro cuerpo adquiere presencia, está presente delante de la obra porque nos está pidiendo que imaginemos cómo el nitrógeno, el oxígeno, el argón, el dióxido de carbono, el neón, el hidrógeno, y el amoniaco, entran por nuestra boca y salen por nuestra nariz, atravesándonos, circulando a través de nosotros, incluso cambiándonos dentro. Y de nuevo, incomoda, hay que rodear la estructura para leer las descripciones de esos gases, porque el vidrio está impreso por las dos caras como si fuera una página, obligando, porque siempre hay alguna de las palabras que queda al revés, a una doble lectura.





Espectro político, 2003. Instalación de letras de vinilo en el exterior de la galería Elba Benítez, Madrid



Una doble lectura que se convierte en improbable en otra de las obras que en un perverso juego se llama precisamente así, Doble lectura. En ella, las páginas de una historia de la filosofía y de un capítulo de un libro que se titula Un grano de polvo contiene el mundo (lo mínimo que engloba lo máximo, como la luz incluye todos los colores), se superponen sobre una superficie transparente que ha sido instalada en un hueco en el muro. Las palabras no logran descifrarse, por mucho que se mire a través.



Quedar atravesado, partirse en uno y otro lado, significa que hay algo que está entre. Y es eso 'entre' lo que parece ausentarse en Prólogo y epílogo, dos portadillas del interior de un libro que han sido enmarcadas y que contienen sólo esas palabras. El texto que está en medio ha desaparecido para, sin embargo, hacer posibles todas las historias, es el espectador el que tiene que rellenar el vacío que ha quedado en medio.



Sucede lo mismo en Páginas, donde muchas hojas arrancadas, ordenadas en vitrinas de menos a más, de la que está en blanco a la que lleva un índice genérico, tanto que podría ser el de cualquier libro, remiten a las pinturas sin pintar que Aballí produjo a comienzos de los 90 dejando que el tiempo y la luz actuara sobre las telas. Una exposición que tiene un fin, el de la fotografía de la última página de un libro que se ha montado en esquina dejando el cuerpo del texto fuera, sin embargo, tengan confianza ciega en él, el relato, todos los relatos, como cualquiera de los colores, están allí, aunque no los vean, sólo tiene que imaginarlos.