Miguel Poveda. Foto: Javier Barbancho

El 21 de junio Miguel Poveda da un paso más en su ascendente progresión y se planta en el centro de la madrileña Plaza de Toros de las Ventas con un magno concierto titulado "25 años en la música". La experiencia de encontrarse frente a un público multitudinario la había vivido en la Plaza de Toros de la Real Maestranza ante siete mil personas, que ya es poder de convocatoria para un flamenco. Fue el quince de septiembre de 2010 y el desafío, comprometido y de realización titánica, tuvo un éxito más que considerable y constituyó un paso sustancial en su trayectoria artística, además de ser el concierto que inauguraba ese año la Bienal de Sevilla. El cantaor -que ha consolidado su repertorio exclusivamente flamenco con ArteSano, su obra de 2012, presentada en el Teatro Real- , además de enriquecer el catálogo interpretativo con los más diversos géneros, se ha convertido en una figura cumbre de los escenarios, dominando con soltura los espacios, mostrando una desbordante y ágil capacidad de transmisión y controlando los tiempos con eficacia. "Son los momentos de máxima felicidad: me realizo, me desahogo, el flamenco me facilita los recursos para poder manifestar sentimientos de alegría, tristeza, dramatismo, la intensidad poética de una frase, la expresividad de los sonidos. Una persona que esté continuamente expuesta al público, como es mi caso, necesita de una fuerza interior para mantenerse firme y no derrumbarse. El espectador demanda una inmensa cantidad de energía, pero mi amor por esta profesión y la magia de la música me la proporcionan con creces, alimentando mi vocación y fomentando mi entereza y creatividad".



Miguel Poveda despliega un luminoso poder de seducción, que nunca es ficticio, sino que surge de su propia cualidad de persona espontánea, de naturalidad arrolladora. Y no le teme a la soledad de un teatro, el sentirse de pronto sin nadie, delante de miradas expectantes que lo esperan todo de él. "En el escenario siento muchas veces la soledad aunque, paradójicamente, cuando estás rodeado de mucha gente a cualquier hora, las prisas de los aeropuertos, los ensayos, las llamadas, las estaciones, las giras y los viajes, pues esa soledad resulta tan gratificante como necesaria. Una especie de descanso en el que tienes la posibilidad de encontrarte contigo mismo. Existen otras soledades que son más dolorosas...". Para Miguel, que es una persona lúcida y no se anda por las ramas, esto no tiene nada de ficción. La vida de por sí ya es un milagro, pero él ha trabajado con ahínco partiendo de la nada. No fue un desplazado, ni mucho menos, pero sí un hijo de emigrantes que recalaron en tierras catalanas en busca de mejor fortuna. "No vengo de una familia que certifique mi existencia artística ni poseo una genealogía que me avale y se remonte a los principios de la historia del flamenco. Por esta razón el esfuerzo ha tenido que ser mayor, día a día, y más en una época con grandes figuras. Ha sido difícil y a veces me he encontrado solo, pero sería injusto por mi parte no reconocer la ayuda de muchas personas, sobre todo de un público generoso y entusiasta".



La disciplina y el rigor son factores corrientes que definen su condición. "El hecho de ser exigente conmigo mismo, analizar lo que he hecho y lo que hacen los demás, las ganas de aprender, me permiten estar despierto, observando lo que me acontece y ocurre a mi alrededor. Y manteniendo la calma en todos los momentos, tanto en el caso de los halagos como en el de las críticas más virulentas. En cualquier caso, puedo asegurar que el crítico más severo soy yo". Desde la música contemporánea al fado, desde la canción en catalán -poniendo voz y melodía a poemas de Margarit, Brossa o Ferrater- a la copla, pasando por el tango, el bolero, las tonadas populares o la ranchera, Poveda ha estado involucrado en muy distintos proyectos, pero siempre con el flamenco como seña de identidad: "Soy cantaor y desde esa base me aproximo a otras músicas". Así que resumir 25 años en dos horas y media le resulta un reto tan complejo como fascinante, sobre todo si además pretende rememorar aquellos ecos que rodearon su adolescencia: María Dolores Pradera, Carmen Linares, Lole Montoya o Joan Manuel Serrat, que estarán presentes en el escenario de las Ventas con un Miguel Poveda poliédrico, cautivador, rutilante, guasón, alquimista y profundamente cálido, que atraviesa una etapa de fructífera madurez: "Gracias a la música he crecido como ser humano".