Rolando Villazón. Foto: Mat Hennek.

Nueve meses tardó en recuperar la voz el tenor mexicano tras operarse de un quiste en las cuerdas vocales, pero no ha desperdiciado un segundo de su tiempo. Ha releído a Sartre, escrito su primera novela, 'Malabares', "que no ajusta cuentas con nadie", y preparado un disco-homenaje a Verdi en su bicentenario. Otello tendrá que esperar.

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  • Comparece el tenor mexicano esta tarde en Madrid sin funciones en la agenda para presentar Malabares (Espasa), su primera novela, y Villazón Verdi (Deutsche Grammophon), un álbum de arias y canciones para celebrar al compositor italiano en su bicentenario. "Tenía ganas de hacer algo más que una mera recopilación de arias de lucimiento", cuenta a El Cultural Rolando Villazón (Ciudad de México, 1972). "Quería que mi disco abarcara todo su microcosmos así como la evolución de su música. Por eso empiezo con Ciel, che feci!... Ciel pietoso de Oberto, su primera ópera, y termino con la última aria que escribió para tenor en su letal Falstaff". Entre medias, pasajes de sus tres periodos -el de juventud, el popular y el de madurez-, tres de las ocho canciones que orquestó Luciano Berio y el Ingemisco de su Réquiem. "No aspiro tanto a que mi disco sacie la curiosidad como a que abra el apetito de ir a la ópera".



    No quiso Verdi un teatro a su nombre ni un festival donde se le pudiera peregrinar. Tampoco que lo enterraran en el Cementerio Municipal de Milán junto a otras figuras ilustres, sino en la Casa de Reposo para los Músicos que él mismo fundó pensando en los artistas que no habían tenido su misma suerte. "No era muy dado al autobombo pero le habría hecho feliz comprobar que, casi dos siglos después, su música sigue inspirando a la gente". Como cuando en plena celebración de la unificación italiana Riccardo Muti se giró para dirigir al público de la Ópera de Roma en un histórico y emotivo Va pensiero. "Más allá de su interés por los personajes marginados, sus óperas son un diván para nuestra sociedad".



    Comparte Verdi bicentenario con Wagner. La comparación se antoja tan inoportuna como inevitable. "Mis dos óperas favoritas son La valquiria y Don Carlo, así que estoy libre de pecado", bromea. "Me atrevería a decir que la diferencia entre ambos compositores no estriba tanto en su música como en la manera de disfrutarla. Wagner requiere de cierta experiencia, mientras que Verdi, que es el perfecto artista naif del que habla Schiller, impacta y conmueve al primer contacto".



    El disco abarca un repertorio exigente y por momentos peligroso, sobre todo a su paso por el registro de Don Carlo. "Sigue habiendo unas reglas no escritas sobre quién debe cantar qué cosa. He interpretado dos veces a Don Carlo y sé que el personaje no es todo lo heroico que la gente piensa. La orquestación no es muy distinta a la de Alfredo en La traviata. Lo que pasa es que ha habido una serie de factores que han cambiado nuestra percepción del personaje: la tradición discográfica, la dimensión de los teatros modernos, la densidad de las orquestas actuales, el diapasón...".



    Lo importante, dice, es no dejar de emocionar. "La música de Verdi está al servicio de una historia. Cuando le preguntaban si el tenor debía cantar el agudo de sus cabalettas, respondía que no, porque el cantante no respetaría entonces el fragmento anterior y se quebraría la comprensión y la musicalidad". Ha querido Villazón acompañarse de los músicos de la Orquesta del Teatro Regio de Torino y de Gianandrea Noseda para invocar el espíritu de Verdi. "En Italia se nota la crisis, pero la música ahuyenta todos los fantasmas". Lo de incluir las letras de las arias, como si de un álbum de pop se tratara, es una forma de reivindicar la vigencia del compositor más programado del mundo. "A Verdi se le escucha y se le canta. En la ducha, en el coche camino del trabajo... y donde haga falta".



    Ausencia logística

    En su agenda se alternan Don Carlo, Rodolfo, Don José, Hoffmann, Alfredo y cada vez más roles mozartianos. "El Otello verdiano sigue estando muy lejos. Igual de lejos que la última vez que dije lejos". Entre recitales y funciones, Villazón tiene tiempo de presentar un programa de música para la televisión alemana, colabora en un documental de la BBC y sigue postulándose como director de escena. A finales de mayo volverá al Liceo de Barcelona para L'elisir d'amore de Mario Gas y, aunque Gerard Mortier deslizó su nombre en rueda de prensa a propósito de una ópera de Mozart, aún no tiene fechas para el Teatro Real. "Mi ausencia en los escenarios españoles obedece a un problema de logística no de afinidades".



    En Youtube circula un vídeo de su primera Traviata en Chihuahua que desmiente su supuesto debut como Alfredo en el Teatro Verdi de Trieste. "Dice también Wikipedia que me llamo Emilio Rolando...", se sonríe. Aquel Oh, mio rimorso le acercó afectivamente a Plácido Domingo, que en 1999 le bendijo como tenor revelación de Operalia. Triunfó en París, deslumbró en Lyon y la Bohème sicalíptica de Salzburgo, junto a Anna Netrebko, terminó de consagrarle como divo todoterreno.



    En 2006 le detectaron un quiste en las cuerdas vocales que le mantuvo intermitentemente alejado de los escenarios mientras la prensa censuraba la temeridad de sus reapariciones. "En ciertos ambientes musicales algunas personas tienden a culpar a los cantantes por sus problemas de salud, incluso si no tienen nada que ver con cómo y qué cantan". Consultó el oráculo y se puso en manos de la medicina moderna. Hasta quince especialistas dieron por acaba su carrera tras inspeccionar el origen de su afección. Sólo el doctor Gerrit Wohlt dio con una solución quirúrgica a su afonía. "Nadie me aseguraba que, tras la operación, volvería a cantar. Tardé un año en recuperarme, pero no tengo la sensación de haber perdido el tiempo. Todo lo contrario. Durante aquellos meses acudí al espectáculo de mi propia existencia. Releí a Sartre y traté de recuperar mi yo genuino más allá de mi condición de tenor famoso". Por eso, si "alguna fuerza cósmica" le devolviera al pasado, pediría que le colocaran el quiste en el mismo sitio donde se lo encontraron. "Soy el resultado de una serie de acontecimientos más y menos afortunados. Pero no hay un solo capítulo de mi biografía que quisiera arrojar a la hoguera".



    Durante la rehabilitación recuperó el pulso literario de su adolescencia. "Con 12 años soñaba con ser escritor y puede decirse que desde entonces me han acompañado las criaturas de ese mundo paralelo". Su amigo Jorge Volpi le animó a dar el salto. "Le entregué un borrador y me dijo que sería publicable... si me esmeraba".



    Ensayos y biografías

    Las sinfonías de Brahms y el cancionero de Silvio Rodríguez le ayudaron a lidiar con los personajes del circo donde transcurre Malabares, que ha dedicado a Lucía, su mujer y compañera, y a su psicoterapeuta Alejandro Radchik. "Las primeras novelas son propensas al autobiografismo, pero no he tratado de ajustar cuentas con nadie sino de dar cuerda a unos personajes que han estado siempre en mi cabeza".



    Es Villazón un devorador de ensayos filosóficos y también de biografías de payasos, a los que considera protectores de la naturaleza humana. "Ésa de la que nos hablan Brecht, Beckett, Cocteau...". Asegura que la buena literatura es un cóctel en el que no puede faltar poesía, filosofía y una buena historia. "Aunque algunos superdotados, como Vila-Matas, ni siquiera necesitan esa historia. Les basta con un folio en blanco y algo de tiempo". Echa de menos el tenor mexicano más escritores como Perec, Queneau y otros oulipos, también como Cortázar. "Hoy todo es muy visual y cinematográfico, lo cual no es malo, pero personalmente prefiero la literatura que empieza y termina en la palabra. La que, como las manos de Escher, se escribe a sí misma en un juego de espejos que desdibuja los límites entre la realidad y la ficción".