Michael Haneke

El director austriaco debuta el 23 de febrero en el Teatro Real con un nuevo montaje de 'Così fan tutte' de Mozart que profundiza en el libreto de Da Ponte para abordar un tema recurrente de su filmografía: la amenaza que se cierne sobre las relaciones conyugales.



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  • Michael Haneke (Múnich, 1942) tiene manoseada y repleta de anotaciones la partitura de Così fan tutte. También conoce de memoria el libreto de Lorenzo da Ponte, pero la erudición musical le permite plantear la ópera de Mozart desde las entrañas. Es una garantía en desuso. Proliferan los directores de escena vanguardistas que se abstienen de escuchar la música. Escasean los que saben leerla y entenderla, así es que Haneke debuta en el Teatro Real de Madrid con razones para presumir un acontecimiento. Más aun después de haber trascendido su posición de batalla en la gala de los Oscar. El estreno de Così fan tutte en la capital tiene lugar 24 horas antes de resolverse en Los Ángeles el palmarés de la academia del cine norteamericana. Sabremos entonces si Amour ha conseguido el premio a la mejor película y al mejor director -compite, además, en otras tres categorías-, aunque la prioridad de los espectadores madrileños concierne al resultado de Così fan tutte.



    El hermetismo que rodea a la producción beneficia las expectativas que se han creado. Haneke, tenemos entendido, plantea la ópera en nuestro tiempo, pero no la desvincula del siglo XVIII porque la escenografía y el vestuario sobrentienden un guiño premeditado a la época de Mozart. Es una manera de contextualizar la valentía que revestía entonces airear el debate de la emancipación femenina -no sólo desde el punto de vista sexual- a través de un "drama privado" que Mozart conjugaba desde la ironía y que Haneke retoma desde la "libertad escénica".



    Se refiere el cineasta a la espontaneidad que procura el trabajo teatral respecto al encorsetamiento de las reglas cinematográficas. Le atrae que una ópera consista en la suma de momentos irrepetibles. Y, por la misma razón, reprocha al cine que una atmósfera concebida de manera efímera resulte congelada para la eternidad. "Detesto que en el cine no haya lugar para la improvisación", decía en una entrevista concedida al semanario Marianne. También evocaba entonces su larga experiencia como director teatral -Chéjov, Strindberg, Kafka- y reconocía que la dimensión operística le resultaba intimidatoria. "En realidad, lo único que sé hacer es escribir. Si tuviera la posibilidad de haber hecho otra cosa, habría elegido ser músico. Soy un gran consumidor de música. Una vida sin música sería catastrófica para mí. Escucho prácticamente siempre a los mismos compositores: Bach, Händel, Mozart y Schubert. El universo de cada uno es tan sumamente rico que cada vez descubro una cosa nueva".



    Se diría que es una ópera que propicia los "descubrimientos" del realizador austriaco -Haneke se considera austriaco, como Mozart- precisamente porque la trama de Così fan tutte redunda en el argumento favorito, recurrente, de su propia filmografía: las relaciones conyugales con un final abierto. Gerard Mortier le convenció para afrontarla, aunque mayor mérito tuvo reclutarlo en la Opera de París hace siete años como artífice dramatúrgico de Don Giovanni. Era la primera vez que Haneke se atrevía a dirigir una ópera. Y no cualquier ópera. Probablemente la más difícil del repertorio, entre otras razones por la ambigüedad que implica trasladar a la escena la idea del dramma giocoso y el enigma de las noches que son más claras que el día.



    La solución química de Haneke fueron la sangre, el esperma y el alcohol en una versión propia. Don Giovanni moría acuchillado a manos de Doña Elvira con la complicidad de los demás protagonistas, capaces de arrojarlo por la ventana de un rascacielos embadurnado de sangre y de vino. No había moraleja ni moralina ni castigo metafísico. Al contrario, el gesto homicida coral enseñaba -demasiado tarde- a los personajes que era mejor convivir con el fuego de Don Giovanni que bregar con la monotonía cotidiana. Seguramente no era la versión piadosa que esperaba la platea, pero Haneke había concebido un espectáculo espeluznante y visceral que extrapolaba eficazmente la trama a la realidad contemporánea. De hecho, su Don Giovanni acontecía entre las paredes de una corporación internacional y se atenía a las reglas implacables de la sociedad competitiva. Por eso el personaje central era un yuppie despiadado que llevaba al extremo la hostilidad contra las reglas establecidas. Una especie de sociópata brutal y físico al que Haneke también retrataba desde la psicología y la autodestrucción.



    Se pasaba un mal rato en el patio de butacas. Igual que ocurre, en el mejor sentido, con sus películas. Especialmente aquellas, como Amour, que cuestionan nuestras certezas totémicas. La familia, en primer lugar. Y la pareja, como sucede en Così fan tutte. "No intento destruir la familia. Tengo cuatro hijos, y mi casa es el único lugar que considero como mío. Pero quiero demostrar que cuando una familia se siente amenazada también es capaz de la agresión. La familia no representa sólo la estabilidad, la voluntad y la satisfacción de construir, sino el miedo a perderlo todo".



    No había vuelto a dirigir Haneke una ópera desde aquel Don Giovanni de 2006. Ni puede que hubiera emprendido Così de no haber mediado, otra vez, las "presiones" de Mortier y la afinidad de Haneke a Mozart. Una afinidad inculcada por vía paterna -su padre era director de orquesta y compositor- y convertida en una pauta cultural que ahora requiere de una respuesta pública en el Teatro Real. Probablemente en el universo doloroso de Haneke. "Soy un realista. Mucha gente me pregunta por qué me fascina el lado oscuro de los seres humanos, y la verdad es que no es así. Ese aspecto de la humanidad no me interesa particularmente. Pero cuando trato de ser realista, al retratar a los seres humanos siempre me encuentro con esos elementos. La realidad tiene un lado oscuro. No me queda otro remedio que lidiar con esas cosas".



    Michael Haneke se ha rodeado de jóvenes cantantes para su primer Così fan tutte, aunque el papel celestino manipulador de Don Alfonso corresponde a William Shimell, un ilustre barítono anglosajón que los melómanos reconocieron inmediatamente en algunos pasajes de Amour. Es en la película el esposo de Isabelle Hupert, aunque William Shimell ya se había atrevido anteriormente con el cine. De hecho, Abbas Kiarostami lo reclutó como protagonista de Copia certificada a la vera de Juliette Binoche, precisamente después de haber dirigido Così, demostrándose que la ópera de cámara de Mozart es una tentación para los cineastas. Patrice Chéreau y Nicholas Hytner también han incurrido en ella.



    ¿Cuál será la versión de Haneke? Quizá hay que encontrarla en unas declaraciones que hizo después de estrenarse La cinta blanca. "Mis películas representan la guerra cotidiana entre los seres humanos. La guerra entre esposo y esposa, entre amigos o entre los hijos y sus padres. Esas pequeñas guerras pueden llevar a una guerra más grande. No necesariamente van a ser una consecuencia inmediata, pero creo que varias generaciones que libran pequeñas guerras desembocan tarde o temprano en una guerra general".