Con su quinta película, Sin novedad en el frente (2022), adaptación de la novela de Erich Maria Remarque, el alemán Edward Berger (Wolfsburg, 1970) nos ofreció una inmersión sensorial —tan brutal como conmovedora— en el verdadero horror de la Primera Guerra Mundial. Su excelencia mereció un Oscar a la mejor película no hablada en inglés.
Después de ese éxito, Cónclave, sobre un tumultuoso cónclave de cardenales para elegir a un nuevo papa, consiguió algo quizá más difícil que el Oscar: conquistar en España a más de un millón de espectadores.
Su nueva película, Maldita suerte, producida como Sin novedad en el frente por Netflix, con estreno limitado en salas dos semanas antes de su lanzamiento en la plataforma, nos lleva a Macao, la capital china de los casinos.
Con colores hipersaturados y una estética pop que recuerda a Wes Anderson, la cinta muestra una ciudad de excesos, marcada por casinos con forma de torre Eiffel, canales venecianos y rascacielos imposibles.
En ella, Colin Farrell interpreta a un estafador adicto al juego que se hace pasar por aristócrata inglés (con cierta ironía, porque es irlandés).
Inmerso en una espiral autodestructiva, la redención llegará por dos caminos: el dinero y el amor por una joven asiática (Fala Chen).
Excesiva y visualmente deslumbrante, Maldita suerte comparte con Cónclave una misma pregunta moral: la pérdida de la fe.
Pregunta. Maldita suerte recuerda en ciertos momentos a Bajo el volcán, de John Huston, por su tono febril y por la idea del “fantasma hambriento” en Macao, que remite al Día de los Muertos en México. ¿Fue una referencia directa?
Respuesta. Probablemente sí, aunque no de manera consciente. No la revisé para esta película, pero la vi hace unos veinticinco años, cuando estudiaba cine. Supongo que son imágenes que se te quedan dentro y acaban resurgiendo de forma natural en tus trabajos.
P. ¿Cómo llegó a este proyecto?
R. Hace unos ocho años me reuní con Mike Goodridge, el productor, que entonces dirigía el festival de Macao. Me habló de la novela de Lawrence Osborne y pensé que podía ser interesante. La leí y me pareció un buen punto de partida para una aventura.
»Me gusta hacer películas que me lleven a lugares nuevos, espirituales, psicológicos o geográficos. Luego buscamos a un guionista, un proceso que nos llevó varios años, hasta que Rowan Joffe se unió al proyecto.
P. El personaje de Lord Doyle encarna a un tipo de occidental perdido en Asia, un perfil que existe realmente. ¿Le interesaba retratar esa figura?
R. Sí, porque me resulta profundamente triste. Son personas que se marchan a lugares donde sus libras, euros o dólares valen más y donde sienten que su vida adquiere sentido, pero en realidad están muy perdidos. La cultura del expatriado me parece melancólica, y Lord Doyle es un ejemplo extremo.
»Quería hacer una película sobre un mundo en descomposición: nuestras culturas, nuestras democracias, nuestras certezas. Maldita suerte, en el fondo, es una fábula sobre la caída de la civilización occidental y sobre la adicción al consumo, al dinero y a la búsqueda constante de más. Macao simboliza todo eso.
P. Macao se erige como escenario perfecto para hablar de ese vacío. ¿Qué le atrajo de ese lugar?
R. Es un lugar fascinante y delirante. Tiene la mayor concentración de tiendas de lujo del mundo: Gucci, Chanel, Dior… una detrás de otra, casi siempre vacías. Es un lujo sin función, solo apariencia. Además, es una copia de una copia: Las Vegas copió Europa, y Macao copió Las Vegas. Es la copia de la copia, la falsificación de la falsificación. Me pareció el entorno ideal para hablar de la falsedad del deseo.
Collin Farrell en 'Maldita suerte'.
P. Visualmente, la película combina una estética muy pop con una oscuridad creciente. ¿Cómo concibió esa mezcla?
R. Macao es excesiva, colorida, luminosa, ruidosa. Quise reflejar esa energía y colocar en medio de ella a un personaje perdido, en busca de sentido. Ese contraste —entre el brillo exterior y el vacío interior— era esencial. También quería que la película, pese a su tono oscuro, resultara atractiva, casi divertida, como una versión pop del descenso a los infiernos.
P. Lord Doyle es un personaje moralmente reprobable: roba, engaña, manipula. Sin embargo, el espectador empatiza con él. ¿Cómo manejó ese equilibrio?
R. Me interesa trabajar con personajes que no son necesariamente agradables. Me gusta que el espectador entre en su piel, que intente entenderlos, aunque no los apruebe. Es un reto que me estimula.
»Además, Colin Farrell tiene una vulnerabilidad natural. Aunque su personaje sea un estafador, sigue siendo un ser humano en busca de sentido. Todos nos equivocamos y nos perdemos. Lord Doyle es una versión extrema de algo muy común. Yo mismo me siento identificado con él en algunos momentos. He hecho muchas cosas de las que me arrepiento y ahora pienso: '¿Cómo pude hacer eso?'.
P. ¿Podría decirse que la película trata de un hombre que gana una fortuna pero pierde su alma?
R. Sí, sin duda. Es una fábula sobre la muerte de la civilización occidental. Tenemos de todo gracias al consumo, pero cada vez estamos más vacíos. El personaje busca desesperadamente un propósito, y al final el amor vence a la codicia.
P. ¿Realmente cree que elige el amor? Muchos podrían pensar que elige la avaricia.
R. Creo que finalmente elige el amor. Quema el dinero, renuncia al juego, se libera de su adicción. Encuentra un instante de paz. Nunca es demasiado tarde para aprender y cambiar.
P. El juego en los casinos parece el ejemplo más extremo de la desigualdad: algunos pierden un millón en una noche mientras otros apenas ganan mil euros al mes. ¿Quería reflejar esa distancia brutal?
R. Sí, esa es parte esencial del filme. Para mí, Maldita suerte muestra el estadio final del capitalismo, en el que el consumo se convierte en la única fe posible. Hay una escena que lo resume: cuando Colin pide toda la comida del mundo y, aun así, nada lo sacia. El dinero es necesario, pero no da sentido a la vida. Es una promesa vacía.
P. Lord Doyle se hace pasar por un aristócrata británico, aunque es irlandés. ¿Hay ahí un gesto político o simbólico?
R. Sí, sin duda. Es un gesto de burla hacia la aristocracia británica. No cree realmente ser un lord, pero disfruta interpretando ese papel como un fuck you al sistema que lo ha despreciado.
P. Su anterior película, Cónclave, superó el millón de espectadores en España. ¿Cómo explica ese éxito en un momento tan difícil para llevar público a las salas?
R. Creo que la gente busca historias originales, bien contadas, que los lleven a lugares desconocidos. El cine es misterio: te transporta a mundos que no puedes visitar en la vida real. Cónclave ofrecía eso y, además, tuvo un excelente boca a boca. Al final, eso sigue siendo lo más poderoso.
P. ¿Qué le interesaba explorar en Cónclave?
R. Era, en cierto modo, la misma búsqueda que atraviesa Maldita suerte: el sentido de la vida. Ralph Fiennes buscaba la fe; Colin Farrell busca un motivo para vivir. Ambos están perdidos, ambos se autodestruyen. Me atrae ese momento de duda, cuando no sabes cuál es el camino correcto. Tal vez el primer paso hacia una respuesta sea aceptar que no la tenemos.
