En 1948, John Huston dirigió la sensacional Bajo el volcán, adaptación de la novela de Malcom Lowry sobre un ex cónsul británico alcohólico perdido en México durante el "día de los muertos".
En una interpretación magistral, Albert Finney daba humanidad e incluso ternura a ese hombre devastado en busca de su autodestrucción en un país en el que la vida y la muerte parecen convivir suspendidas en una misma línea de flotación abstracta.
Tras el descomunal éxito de Cónclave, que con más de un millón de espectadores en España fue la película sorpresa del año pasado, Edward Berger (Wolfsburgo, Alemania, 1970) viaja del Vaticano a los casinos de Macao en un filme radicalmente distinto.
Si allí se narraba la convulsa elección de un nuevo Papa, aquí se sigue a un lord británico ludópata en horas bajas. Perseguido por la justicia inglesa por estafa, Farrell se enamorará de una joven china y acabará pagando un precio muy alto por su falsa redención.
Suerte de remake muy libre de la clásica novela de Lowry y el filme de Huston, Maldita suerte sustituye un México tercermundista y polvoriento por un Macao high tech kitsch, con enormes casinos que imitan la torre Eiffel de París o los canales de Venecia.
Y si allí se celebraba el “día de los muertos”, aquí asistimos al "día del fantasma hambriento", en el que los chinos creen que se abre temporalmente una “puerta entre dos mundos”.
Sobre su personaje, ese Lord Doyle muy pasado de vueltas, ha dicho Farrell: "Representa al perdedor en un entorno extraño y extremo, con una energía desbordante y costos altísimos. Es alguien que ha perdido su rumbo y vive al borde del vacío, sin brújula moral, bajo un manto de mentiras y adicciones. Me gustó del guion que no es una historia de redención convencional, sino el retrato de alguien en el límite de su insignificancia, que a través de encuentros —sobre todo con el personaje de la chica— empieza a ver el error de su vida".
El Macao de la película es un escenario impresionante que hace parecer a Las Vegas un juego de niños. Allí un lord inglés (Colin Farrell, sufriendo pero siempre bello) se arrastra de casa de juego en casa de juego buscando una suerte que se le escapa de las manos.
La actriz china, Fala Chen, y el actor irlandés, Colin Farrell, y el director de cine Edward Berger durante la presentación de ‘Ballad of a Small Player' en el Festival de Cine de San Sebastián. Firma: Unanue / Europa Press
Berger ha explicado que la ciudad es casi un personaje más: “Macao es prácticamente un protagonista en la película. No podríamos haberla rodado en otro sitio. Si hubiéramos intentado recrearla en Malasia, Singapur o Tailandia, habríamos perdido su esencia. Macao es única: un lugar electrificante, un ataque a los sentidos, con luces más brillantes, fuentes más altas y colores más intensos que en cualquier otra ciudad. Todo en la película —los colores, la música, la atmósfera— nace de esa energía".
Y ha proseguido: “Ese exceso de abundancia hacía el contraste perfecto con nuestro protagonista, un hombre perdido que busca reencontrarse espiritualmente. Macao, con su bullicio y desmesura, ofrece un mundo saturado de estímulos en el que uno fácilmente puede extraviarse, y eso era esencial para contar la historia".
En El jugador, Dostoievski ya relató de manera magistral las tribulaciones del adicto, cómo esa propensión al juego lo lleva a la autodestrucción.
Farrell lo retoma desde su propia experiencia: “Pasé un tiempo en Macao y vi de cerca la adicción al juego. Es una aflicción que, por suerte, nunca me atrapó. He dañado mi cuerpo y mi mente, pero no mi cuenta bancaria. Una noche, en una sala privada de un casino, me contaron que dos jugadores habían dejado allí 24 millones en apenas cuatro horas. Es una locura. Y, sin embargo, ese espejismo de que un golpe de suerte te dará la felicidad definitiva es un callejón sin salida. Las cosas materiales pueden estar bien, pero la alegría y la conexión solo pueden empezar desde dentro.”
