Algo que admite poco margen de debate es que el monarca soberano del cine estadounidense se llama Paul Thomas Anderson (Studio City, 1970). Lo viene siendo desde hace prácticamente dos décadas.
Si sus películas del siglo XX –Sidney (1996), Boogie Nights (1998) y Magnolia (1999)– no fueran suficientes evidencias de su talento descomunal, el segundo bloque de su filmografía, que se inició con Pozos de ambición (2007) –previo paso por la alienígena y transicional Punch Drunk Love (2002)– y a la que siguieron The Master (2012), Puro vicio (2014), El hilo invisible (2017) y Licorice Pizza (2021), debería despejar dudas sobre quién ocupa ese trono, a pesar de tarantinos y nolans, incluso de scorseses y spielbergs.
Una batalla tras otra tiene la cualidad de ser una película en apariencia completamente distinta a todo lo que PTA ha hecho antes, y aun así se postula como la cima (provisional) de una filmografía sin parangón y sin límites, omnívora y veloz como una termita y exuberante y evidente como un elefante blanco.
La energía que imprime su director al filme, en el que toda secuencia es un desafío a las leyes de la dinámica, recorre sin pausa los 160 minutos del metraje, que quisiéramos sin final. Una batalla (cinemática) tras otra, por tanto, que no gana por acumulación, sino desde la conciencia de una obra perfectamente culminada en su propósito, perfectamente ordenada en su caos y perfectamente lúcida en sus intenciones.
Cualquier otro cine que visite las salas en estos tiempos no deja de ser como un garabato o un trazo indefinido en relación al monumento que PTA nos regala con su noveno largometraje.
El cineasta regresa a uno de sus autores predilectos, Thomas Pynchon (como ya hiciera en Puro vicio), para armar su película más frenética y abiertamente política. La novela (inadaptable) Vineland, crónica satírica de los fracasos de la contracultura en los años 60, que situaba su campo de acción en los avatares de un hippie veterano en la era Reagan, es apenas la base desde la que PTA edifica un guion sin respiro alguno, en sucesivos bloques narrativos (de formas y tonos) y cuya estructura se debe a un salto temporal de 16 años que, sin embargo, nos traslada a la atmósfera de idiocracia y protofascismo que identificamos con nuestra contemporaneidad.
Es un golpe de genio, uno de esos desequilibrios propios de su cine, que viene a señalar que nada realmente ha cambiado. PTA sintetiza el ethos de nuestro tiempo con el trabajo más antitrumpista (aunque va mucho más allá de eso) que ha dado Hollywood, y frente al cual palidecen los meritorios esfuerzos de Bong Joon-ho (Mickey 17) o de Ari Aster (Eddington).
Sean Penn, en la película
De tal modo, el eléctrico arranque nos coloca en la frontera amurallada de Estados Unidos con México, en la que el grupo de activistas llamado “French 75” anuncia pirotécnicamente el arranque de su lucha armada.
La naturaleza, el carácter del filme, incluso el futuro de los tres personajes pivotales del drama, quedan inscritos en esa prodigiosa secuencia, que prende la mecha del relato político-criminal trepidante en el que drama y comedia y action-pieces y psicopatías se entretejen y desdibujan sin solución de continuidad.
Nadie como PTA para presentar personajes en toda su complejidad y humanidad, con sus debilidades y fortalezas al descubierto. En este caso son Ghetto Pat (Leonardo DiCaprio), Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) y Lt. Steven J .Lockjaw (Sean Penn). Mediada la trama se incorporará el elemento derivado de la compleja, turbia relación de antagonismos y dependencias que desarrollarán los tres: la joven Charlene (Chase Infiniti).
Es entonces cuando entra en juego una de las grandes obsesiones de la filmografía andersoniana y el elemento emocional que ancla la sátira político-revolucionaria-social en el corazón de los espectadores: la naturaleza de las relaciones paterno-filiales. Que el American Girl de Tom Petty clausure la función no deja de establecer la ética de una obra que, por encima de su ruido y de su furia, se pregunta sobre la dificultad y aun así la belleza de criar el futuro de América en estos tiempos.
Tenaya Taylor es Perfidia Beverly Hills
Infértil y deshonesto sería revelar aquí los meandros narrativos con los que la película alimenta su suspense, su perpetua tensión que nunca parece impuesta, sino que nace de la propia aleación de guion, intérpretes (todos trascendiendo sus propios límites) y puesta en escena (túneles, destrucción y desierto), todo ello bajo el compás palpitante de la imparable, ecléctica música de Johnny Greenwood.
Digamos, eso sí, que la naturaleza expansiva del relato despliega en su crescendo el corazón de una película que es, en sí misma, una llamada sin paliativos a la resistencia militante del combate social. Por supuesto, no es casual que Ghetto Pat, en su disipado retiro revolucionario, vea La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1966) en la televisión.
Pero el espíritu de Pontecorvo es una pieza más de un mosaico en el que cabe el humor de Huida a medianoche (Martin Brest, 1988), la espectacularidad de Heat (Michael Mann, 1995) y de French Connection (William Friedkin, 1971), la sátira caricaturesca de El gran Lebowski (Joel Coen, 1998) y hasta la mitología fordiana de Centauros del desierto (1956). Todo ello sin que salgamos de la sensibilidad, el pulso y la inteligencia que define el cine de PTA.
El personaje de Benicio del Toro (majestuoso) le dice a Ghetto Pat que “la libertad no se aprecia cuando se posee; pero cuando la echamos de menos, la hemos perdido”. El epílogo en torno al terrorífico y patético destino de Lockjaw es, en este sentido, una lección magistral de escritura cinematográfica a la hora de sintetizar los horrores del nazismo en las prácticas del supremacismo blanco.
Precisamente Una batalla tras otra le recuerda al pueblo americano (al mundo) que quizá en algún momento tenga que alzar su voz y pasar a la acción si quiere recuperar las libertades robadas. “¡Viva la revolución!”, grita en español DiCaprio en uno de los múltiples clímax emocionales del filme. PTA desde luego ha hecho la suya.
Una batalla tras otra
Dirección: Paul Thomas Anderson.
Guion: Paul Thomas Anderson, a partir de la novela Vineland de Thomas Pynchon.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Teyana Taylor, Sean Penn, Chase Infiniti, Benicio Del Toro, Regina Hall.
Año: 2025.
Estreno: 26 de septiembre
