La cámara enfoca en primer plano un escritorio lleno de papeles, trastos, servilletas sucias, restos de patatas fritas, colillas… En el centro, un informe clasificado del MI5, el servicio de inteligencia británico, manchado con la marca que deja una taza de café. Al fondo, más allá del escritorio, en un sofá situado frente a una mesa baja con una botella de whisky mediada encima, se vislumbra a un hombre que duerme boca arriba, roncando plácidamente.
La cámara ahora enfoca sus pies, cubiertos por dos andrajosos calcetines con dos magníficos tomates por los que emergen los mugrientos dedos. Mientras los contemplamos, irrumpe en la banda de sonido lo inesperado, una sorda, seca y sostenida flatulencia que provoca que el hombre se despierte, incorporándose como un resorte.
Pelo grasiento, piel seca, barba de tres días, camisa manchada… El suspiro que lanza seguidamente es el de las grandes resacas. Pitillo a la boca, a toser como un condenado, y a empezar una jornada más en otro día lluvioso de Londres.
Así nos presenta el guionista Will Smith (no confundir con el actor que le propinó una bofetada a Chris Rock en los Oscar) a Jackson Lamb en el primer capítulo de Slow Horses, una serie de espías que estrena su quinta temporada este miércoles en AppleTV+ y que no tiene nada que ver con el glamour propio del género.
Aquí no encontramos trajes cortados a medida, ni el último Aston Martin repleto de gadgets, ni martinis agitados, ni localizaciones exóticas. No, aquí lo primero que nos llama la atención es un sonoro cuesco.
Según ha relatado Smith, fue Gary Oldman, el actor encargado de dar vida a Lamb, quien tuvo la idea de presentar el personaje al mundo de esta escatológica manera.
“Nunca pensamos que nos fuésemos a salir con la nuestra: presentar al ganador del Oscar a nuestra audiencia a través de un pedo”, explicaba Smith en la revista Forbes. “Sin embargo, nuestra idea nunca fue que Lamb hiciera cosas tontas sin más. La flatulencia es una táctica que emplea para incomodar, para mostrar desdén o para confundir”. O para despertarse, se le olvida apuntar a Smith.
Cartel de la quinta temporada de 'Slow Horses'
Jackson Lamb, al que Oldman interpreta como una versión del Todo a 100 de su George Smiley de El Topo (Tomas Alfredson, 2011), no solo es un puerco y un vago de vuelta de todo, también es un hombre de una extrema inteligencia. Dirige la Slough House, un cochambroso departamento del MI5 a donde van a morir los agentes que han cometido una buena cagada, relegados a tareas monótonas hasta que les aguante la paciencia o les llegue la jubilación.
Lamb demuestra un agudo ingenio para tocar la moral de sus agentes, a quienes tiene por auténticos inútiles. Pero, tras su fachada desastrada y su aparente misantropía, hay un jefe leal que siempre está cuando se le necesita, tenga esto que ver con el terrorismo de extrema derecha, el espionaje ruso, los agentes dobles del Mi5 o las traiciones institucionales. Aunque nadie cuente con él, siempre acaba estando donde se le necesita para salvar el día.
Pero ¿por qué nos atrae este arquetipo de sabueso desarrapado y cutre que encarna Oldman en Slow Horses?
Quizá porque nos cuesta menos ponernos en la piel de alguien que arrastra adicciones, traumas, frustraciones, fracasos y resentimientos que en la de un guaperas perfecto e inmortal como James Bond o Jason Bourne.
Además, el aspecto descuidado puede ser el síntoma de una personalidad libre y auténtica y de un cierto misterio que resulta seductor. De hecho, hay una larga estirpe de detectives andrajosos y políticamente incorrectos a los que es fácil hermanar con Jackson Lamb.
El caso más rotundo quizá lo encontramos en el cine español. Ahí no hay nadie como Torrente, un dechado de muchos de los defectos que arrastra nuestra sociedad, del machismo al racismo, pasando por el fanatismo futbolero o la cutrez cotidiana.
Santiago Segura como Torrente
Santiago Segura, que prepara en estos momentos una sexta entrega de la saga en la que el personaje se mete en política, lleva hasta la caricatura el retrato de este pícaro mezquino y asqueroso, lo que permite también que el espectador se ría de sí mismo, ya que es fácil reconocer en él algunas de nuestras propias imperfecciones.
En el otro extremo, sin salir de nuestra cinematografía, estaría Germán Areta, el protagonista de la saga El crack de José Luis Garci, al que han interpretado Alfredo Landa -El crack (1981) y El crack dos (1983)- y Carlos Santos -El crack cero (2019)-. Y está en el otro extremo porque empatizamos con él no por su excentricidad o falta de higiene, sino por ser un hombre normal, bajito y fornido, con bigote y raya al lado, que viste camisa y le gusta el boxeo.
Areta es un héroe discreto, íntegro y melancólico, un poco cutre si acaso, que lleva siempre las de perder ante las mujeres y el sistema, como cualquier hijo de vecino.
A pesar de ser un bon vivant de vasta cultura que disfruta de la cocina, Pepe Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalban que ha sido interpretado para la pequeña o la gran pantalla por actores como Eusebio Poncela, Juan Diego, Juanjo Puigcorbé o Juan Luis Galiardo, también tiene un punto desaliñado y una dimensión heterodoxa y poco convencional, como en su relación con la prostituta Charo.
Alfredo Landa como Germán Areta
En la televisión americana no nos podemos olvidar de Colombo, el detective al que inmortalizó Peter Falk y que fácilmente podía pasar por un sintecho. Iba siempre vestido con la misma gabardina beige, gastada y arrugada, con la corbata torcida, el pelo revuelto, la mirada estrábica, un puro barato a medio fumar y conduciendo un mugriento Peugeot 403. En el bolsillo podía llevar un huevo cocido, que se comía para desayunar en la escena del crimen.
Pero este aspecto descuidado, su aparente torpeza y su actitud amable oculta una inteligencia superdotada y una capacidad de observación brillante, que le ayudaba a resolver un crimen perfecto a la semana.
El Nota, por su parte, no podría resolver ni dónde ha dejado el mechero tras encenderse el último porro, pero en El gran Lebowski (Joel Coen, 1998) le vemos en el centro de una compleja trama con ecos a un noir como El sueño eterno de Raymond Chandler.
Hippie de barba y melena, barriga cervecera, actitud relajada, El Nota de Jeff Bridges es el epítome del desaliño. Suele vestir camisetas anchas, bermudas, sandalias y, por encima, bata de baño. Su punto fuerte es la capacidad para canalizar el consumo de sustancias hacia epifanías reveladoras que puedan resolver cualquier enigma.
Jeff Bridges como El nota en 'El gran Lebowski'
Primo hermano de El Nota es Doc Sportello, el protagonista de Puro vicio, novela de Thomas Pynchon que fue adaptada al cine por Paul Thomas Anderson en 2014 con Joaquin Phoenix como protagonista. Este sí es detective, pero un detective fumado en la California de los 70.
Sus métodos para resolver investigaciones están envueltos en una nebulosa -con olor a marihuana- de lentitud, conspiranoia y ausencia del sentido del peligro. Pero el tipo, con sus camisas floreadas, es un antihéroe extrañamente sagaz que, inevitablemente, nos cae simpático.
Y es que, en definitiva, el sabueso desarrapado nos conquista por mostrar sus imperfecciones y antagonizar la imagen tradicional de éxito, heroísmo y belleza. Personajes como Jackson Lamb y sus predecesores explotan el atractivo de la complejidad, el humor amargo y la autenticidad. Nos fascinan porque su suciedad y rareza los vuelven humanos, reales y emocionalmente cercanos.
