Kim Novak (Chicago, 1933) se retiraba sin grandes aspavientos a principios de los años sesenta, tras protagonizar la después considerada mejor película de la historia del cine, Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958). Cuál fue la gota que colmó el vaso, eso nunca lo sabremos con certeza.
Pero Kim Novak’s Vertigo, confesionario apasionado de una Kim Novak en su ocaso, puede acercarnos a algunas de las dinámicas de violencia que el sistema de estudios impuso sobre la actriz. Descubrir el truco siempre con ánimo tranquilo. 92 años a sus espaldas: hoy Kim Novak se dedica a pintar y ha hecho las paces con los focos mediáticos.
El León de Oro a la trayectoria que ha recogido en la Biennale supone un primer paso en la reparación y el homenaje a una artista hasta ahora cosificada, sexualizada o simplemente obviada como diva misteriosa o rostro indescifrable del Hollywood dorado.
Ni Alberto Barbera ha podido abstenerse de justificar el reconocimiento “gracias a su exuberante belleza, a su capacidad para dar vida a personajes ingenuos y discretos, así como sensuales y atormentados, y a su mirada seductora y a veces triste", por lo que "fue apreciada por algunos de los principales directores estadounidenses de la época”.
Un 'beatus ille' comprometido
“No quiero influir, pero para mí es de verdad muy importante”, avanzaba la actriz al recoger el galardón, dirigiéndose “a quienes piensan que su vida, sus derechos y la libertad son importantes. Para todas las democracias del mundo: necesitamos unirnos, trabajar juntos, ser creativos... Y salvar todas las democracias. Demasiadas vidas han sido sacrificadas”.
Kim Novak ya no tiene miedo a alzar la voz, aunque reconoce: “Soy bipolar y para mí la presión es muy difícil de gestionar. Quiero daros un consejo, a quienes os encontréis en mi situación: el arte es una gran ayuda”.
Kim Novak en 'Kim Novak's Vertigo'
La próxima vez que la veamos será en la película Scandalous!, el debut en la dirección de Colman Domingo sobre la relación que la actriz mantuvo en los cincuenta con el artista negro del Rat Pack, Sammy Davis Jr., una relación que movilizó a la mafia y por la que se la presionó tanto como a Jean Seberg (véase Seberg de Benedict Andrews), o a cualquiera de las mujeres visibles de la época, como Marilyn Monroe.
De hecho, resulta especialmente grave que Harry Cohn, el presidente de Columbia, obligara a Kim Novak, Marilyn de nacimiento, a cambiarse el nombre porque solo podía haber una Marilyn en Hollywood.
Hoy las biografías asocian Vértigo a la culminación de la carrera de Novak, la prueba del éxito de un proyecto. Como si el epítome en la carrera de una actriz implicara ser moldeada por el genio. Pero lo cierto es que ni Vértigo fue un éxito inmediato, ni Novak estaba particularmente interesada en su director. La estrella no había visto una sola de las películas de Alfred Hitchcock, y entró como segunda opción tras el embarazo de la protagonista original, Vera Miles.
Además, la carrera de Novak –que arrancó de jovencísima, con veintiún años– ya combinaba éxitos comerciales con papeles de calidad indiscutible, personajes impensables para “sólo una cara bonita”. Picnic de Joshua Logan (1953), El hombre del brazo de oro de Otto Preminger (1955), Sus dos cariños (Pal Joey), dirigida por George Sidney (1957)...
La muerte de Harry Cohn puso muchos más escollos a una actriz en el panorama de las soft-porn celebrities de los sesenta, por lo que tras Me enamoré de una bruja (Richard Quine, 1958) o En la mitad de la noche (Delbert Mann, 1959) la estrella decidió retirarse.
Dirigió algunas películas, fue apartándose de Los Ángeles hasta mudarse a un rancho en Oregón y estuvo 44 años casada con Robert Malloy, veterinario del que enviudó. Ahora, convive con tres perros adoptados y un caballo. En su salón, cuelga una fotografía de ella con una llama. En mi casa, querida Kim, cuelga un póster de tu Vértigo.
