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Un hombre, a solas en un enorme establo, se abraza con su hija mientras se desmorona. Los protocolos, la frialdad, toda la fachada se viene abajo con un sencillo gesto.

Lejos queda aquel cineasta napolitano que enarbolaba las grandes emociones en secuencias videocliperas, cosidas de aquella manera, en un anecdotario altisonante pero finalmente vacío. La grazia es la más clásica de las películas de Paolo Sorrentino, apenas sin gallipavos ocurrentes ni paréntesis estrafalarios.

En las antípodas del Silvio Berlusconi de Silvio (Y los otros) o el Jep Gambardella de La gran belleza, la séptima colaboración entre Toni Servillo y el filósofo-pop italiano abaja todos sus volúmenes para imaginar un final redentor para un político de la vieja escuela: un presidente, el ficticio Mariano De Santis (Servillo), decidido a investigar a fondo dos peticiones de indulto por asesinato y actuar con coherencia antes de que su mandato expire.

Ello se traduce en un thriller procedimental que sirve como bola de espejos ética, hilvanada en ilustraciones a favor y en contra de cada posible indultado con una coherencia excepcional.

Resulta algo más resbaladiza, por lo menos en España, la relación que el perdón de esta investigación guarda para con la tercera gran encrucijada del ocaso del presidente, el sí a la ley que legalice la eutanasia. La grazia se obceca a alargar las sombras sobre el suicidio asistido de una forma un tanto innecesaria, o con un filtro de cuestionamiento moral que solo puede justificarse atendiendo a las raíces profundamente católicas del país italiano.

Es de responsabilidad, en cualquier caso y como la película subraya con ahínco, llegar al fondo de las preguntas más evidentes. Y la política debe actuar en términos de responsabilidad, pero también de coraje.

Sorrentino era tajante en la rueda de presentación de la película: “Los políticos solo merecen ese nombre si encarnan la noble y reconfortante cualidad de la paternidad, no si adoptan el papel del hijo descarriado, tan querido por ciertos gobernantes hoy en día”.

Padre, como es De Santis para su hija y asesora Dorotea (una excelente Anna Ferzetti), con quien Servillo comparte diálogos de agudeza y profundidad dignas de los Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet, o del Decálogo de Krzysztof Kieslowski, al que Sorrentino ha citado por referencia. Se trataba de “una obra maestra centrada por completo en dilemas morales; la trama de todas las tramas, la única narrativa verdaderamente convincente. Más que cualquier thriller”.

Así, el filme se sostiene como una pieza madura y muy bien armada sobre la necesidad del más común de los sentidos: puerta de entrada idónea para un certamen muy cuestionado desde, justamente, lo político.

Vitrina vacía de vanidades

La Biennale no arranca exenta de polémica. A día de hoy, su director Alberto Barbera se ha posicionado de forma muy tibia con respecto a las demandas expresadas por el colectivo V4P (Venice4Palestine) en una carta abierta firmada por un centenar de cineastas, como Marco Bellocchio, Alba Rohrwacher, Ken Loach o Audrey Diwan.

Piden la retirada inmediata de la invitación a estrellas como Gerard Butler y Gal Gadot, que han defendido de forma pública y repetida las actuaciones del ejército israelí y que actúan juntos en In the Hand of Dante, de Julian Schnabel. V4P acusa al festival de ser "una vitrina vacía de vanidades" y ha convocado una manifestación durante el primer fin de semana. Gadot, de hecho, anunció ayer que finalmente cancelaba su visita al Lido.

De entre las vanidades con que se ha tupido este gran escaparate del blockbuster, excepcionalmente lleno de caras conocidas, destacan la Caza de brujas de Luca Guadagnino, una sátira con Julia Roberts, Ayo Edebiri y Andrew Garfield sobre la cultura de la cancelación entre intelectuales, o Jay Kelly de Noah Baumbach, en la que George Clooney se versiona como dandi en un reflexivo tour por Europa junto con su mánager, Adam Sandler.

El otro gran tándem será el de doctor y criatura en Frankenstein, para la que Guillermo del Toro ha dispuesto de Oscar Isaac y un monstruoso Jacob Elordi.

Ocho años después de Detroit, Kathryn Bigelow regresa con A House of Dynamite, un thriller a tiempo real en que Idris Elba y Rebecca Ferguson deberán parar un ataque con misiles contra los Estados Unidos. Tanto la de Baumbach, como las de Bigelow y Del Toro, son películas de Netflix, que marcan el regreso de la compañía en el Lido de Venecia tras un año de silencio.

Buenas noticias para George Clooney: Alexander Payne, colaborador en Los descendientes, preside el Jurado Oficial, al lado de Stéphane Brizé, Maura Delpero, Cristian Mungiu, Mohammad Rasoulof, Fernanda Torres y Zhao Tao.

Rematan el programa tres documentales de gran autor (Werner Herzog, Lucrecia Martel y Sofia Coppola), así como cortometrajes de ídolos de la cinefilia como Charlie Kaufman o Tsai Ming-Liang.

La otra efigie del cine reconocida en el festival será Kim Novak, León de Oro a la trayectoria y protagonista de Kim Novak’s Vertigo, que busca celebrar a una actriz eclipsada por Alfred Hitchcock.

La representación española no decae en números, pero sí en visibilidad: en Orizzonti darán titulares Estrany riu de Jaume Claret-Muixart y La hiedra, de la uruguaya Ana Cristina Barragán en coproducción con la productora barcelonesa Boogaloo.

En sección la no competitiva Spotlight, destaca Calle Málaga, en la que Carmen Maura se pondrá a las órdenes de la hispano-marroquí Maryam Touzani. Por último, Anoche conquisté Tebas, un delicioso friso sobre el afecto masculino de Gabriel Azorín en la paralela Giornate degli Autori.

Queda para futuras ediciones abrir el apetito veneciano por el cine español, tras el León de Oro a Almodóvar.