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"Los tipos de los que siempre me enamoro son personajes muy, muy diferentes a mí, aunque en el fondo me encantaría ser uno de ellos", confesaba Paolo Sorrentino en relación a Silvio Berlusconi, el protagonista con nombre y apellidos de su acidísima Silvio (y los otros) (2018). El presidente al que ha retratado en La grazia, sin embargo, se encuentra en las antípodas de aquel desgraciado político.

Mariano De Santis (Toni Servillo) encara los seis últimos meses de su mandato como su última oportunidad para hacer las cosas bien, en tanto que presidente pero también como padre.

Con la mano inestimable y el escrutinio agudo de su hija Dorotea, asimismo su asesora política (Anna Ferzetti, vista en Diamanti), un reflexivo De Santis debe decidir sobre dos solicitudes de indulto, dos crímenes que ponen contra las cuerdas (morales, pero también personales) a un presidente enamorado del Derecho Penal como marco para el humanismo.

"Los políticos solo merecen ese nombre si encarnan la noble y reconfortante cualidad de la paternidad, no si adoptan el papel del hijo descarriado, tan querido por ciertos políticos hoy en día", espetaba en referencia a la película.

Madurar, ser capaz de ponerse en el lugar de un padre (en lo familiar, pero también en un sentido metafórico, para con un país), conlleva –eso sí– saltar sobre el vacío de la duda. "De joven, me impactó profundamente el Decálogo de Kieslowski".

Se trataba de "una obra maestra centrada por completo en dilemas morales; la trama de todas las tramas, la única narrativa verdaderamente convincente. Más que cualquier thriller", explica Paolo Sorrentino, si bien no cree haberse acercado "ni remotamente al genio de Kieslowski".

Además, en La grazia Mariano De Santis habrá de responder por qué aún no se ha atrevido a llevar adelante la ley de la eutanasia que propuso pero que, como político de formación cristiana, confiaba en no tener que firmar. En Italia, el suicidio asistido solo se contempla en la legislación de algunas provincias y el debate, en un país profundamente católico, estas semanas goza de plena vigencia.

Toni Servillo en 'La grazia'

Para el director responsable de algunas de las sátiras más ácidas acerca de la Italia actual, las películas "han de tratar de causar un impacto" en la sociedad, "aunque el cine ya no goza de tanto poder, cuando una historia podía tener un impacto devastador en términos de popularidad, y aunque yo ya no pueda afrontarlo con la misma energía de antes".

Alianza inconformista

Es la séptima película que Toni Servillo lidera bajo órdenes de Paolo Sorrentino, en cuya carrera figuran sólo diez largometrajes. Servillo estuvo con él catorce años atrás en su debut, Un hombre de más, haciendo las de un cantante canoso y adicto a la cocaína. Aquella película fue una de las apuestas de los primeros años de Alberto Barbera como director del Festival de Venecia.

En 2004,interpretaría a un decadente peón de la mafia redimido por el deseo en Las consecuencias del amor, un punto de inflexión en el acercamiento a la crueldad que sí recuerda ya al Sorrentino maduro que hoy se ha asomado en La grazia.

Tendamos un hilo entre el escritor Jep Gambardella, filósofo místico-mundana en La gran belleza (Oscar a la mejor película en lengua extranjera, de 2014), el pringoso, hedonista y lazarillesco presidente de Silvio (y los otros), y la ternura con que Sorrentino arropaba al padre futbolero y bromista de Fue la mano de Dios (Gran Premio del Jurado en Venecia); tres personajes absolutamente dispares, una colaboración de confianza mutua total.

"Hemos llegado hasta aquí juntos, desde jóvenes y con cierta inconsciencia", lo resume Servillo. "Para nosotros no se trata de un trabajo rutinario ni de conformarnos con lo ya hecho, sino de relanzar, de intentar siempre algo nuevo. Creo que nos hemos hecho bien mutuamente, y me gusta pensar que la vida lo ha decidido así para nosotros".

De la farsa a la utopía

Sorrentino mira adelante con esperanza. Fue la mano de Dios fue un primer retrato vivo y emocionado sobre la idiosincrasia familiar y social de la Italia de Maradona, y los azules bellísimos de Parthenope la llevaron a convertirse en la película más taquillera de Paolo Sorrentino en Italia, superando con creces el éxito de Silvio (y los otros) e incluso de La gran belleza.

Eso nos lleva a pensar que quizás el público acude a las salas atraído por la luz, más que por la sátira. En fin, La grazia opta por aunar política y optimismo.

"El poder siempre me ha interesado, está en todas mis películas", por lo que el napolitano no reniega de él, sino que prefiere entenderlo de forma más amable.

"Es como un movimiento constante entre el exterior y el interior, entre lo íntimo y lo social", explica. "Antes no tenía quizá la capacidad de expresarlo con claridad, pero hoy lo reconozco como un eje fundamental". Incapaz de disociar poder y vida, Sorrentino prefiere fabular sobre un gobierno utópico, pero perfectamente verosímil en la pantalla.

El gobierno del diálogo, la pausa y el margen de error. Suena bien. Aunque no tanto, cuando el festival que inaugura ha empleado términos muy parecidos para ampararse en la equidistancia y evitar posicionarse para con el genocidio palestino. Mubi, distribuidora internacional de La grazia, ha recibido 100 millones de dólares de Sequoia Capital, un fondo de inversión ligado al sector militar israelí.