Todos los países arrastran sus traumas. En Italia, uno de los más profundos —y no es para menos— fue el secuestro y asesinato de Aldo Moro en 1978, ejecutado por las Brigadas Rojas, una organización terrorista de extrema izquierda. Según cuenta el cineasta Andrea Segre (Veneto, 1976), "hoy sabemos que no pudieron hacerlo solos: alguien desde el Estado tuvo que ayudarles".
La trágica muerte de Moro, un hombre íntegro, dejó al país devastado y tuvo una consecuencia inmediata: el histórico pacto entre los comunistas —a los que votaba uno de cada tres italianos—, representados por Enrico Berlinguer, y la Democracia Cristiana del líder asesinado, se volvió imposible. Un pacto criticado desde la izquierda y la derecha, en el que todos cedían un poco (o mucho) para encontrarse en valores transversales de humanidad y solidaridad.
Hace poco, Filmin estrenó Exterior noche (2022), de Marco Bellocchio, que narraba ese luctuoso episodio desde la perspectiva de Moro, su familia y sus correligionarios políticos, como el siempre oscuro Andreotti, moviendo los hilos. Segre apunta que nunca lo habíamos visto desde el punto de vista de Berlinguer, el "novio frustrado". La gran ambición, en la que Berlinguer sale muy bien parado, hace justicia a un político comparable a Allende, que intentó —sin éxito— encontrar una vía intermedia entre el modelo soviético y la democracia liberal.
Berlinguer el bueno
"Uno de los principales motivos por los que quise hacer la película fue que estamos en un momento en el que se asocia la idea de político a la de caradura o ladrón. Berlinguer representa lo mejor de la política, un verdadero compromiso", afirma el director.
En La gran ambición, el idealista Berlinguer —que iba para "funcionario gris" y acabó haciendo temblar a las dos superpotencias enfrentadas en la Guerra Fría— logra que el partido tenga dos millones de afiliados y que veinte millones de personas acudan a las fiestas populares que organiza. Todo ello con ese tono de moderación que atrajo a quienes recelaban de que Italia abandonara el bloque occidental.
Vemos a Berlinguer triunfar en la calle, pero enfrentado a todos. A Moscú no le gusta su apuesta por participar en las instituciones "imperialistas de una democracia cleptocrática", como decían los rojos rusos, y a Estados Unidos y la derecha, lógicamente, tampoco. ¿Es Berlinguer un prototipo insólito de mezcla entre campeón de la democracia y defensor de la "dictadura del proletariado"?
Segre responde con agudeza: "Si fuera capaz de responder a su pregunta, diría que está confundiendo los puntos relevantes. No se trata de ser pro o contra la democracia, sino de si la lucha contra la desigualdad es más importante que hacer que la economía funcione".
Y matiza: "Si tu objetivo principal es tener una sociedad con la menor desigualdad económica posible, encontrarás una manera de llegar ahí, porque ese es tu fin. Puedes usar la democracia, puedes usar el respeto a la libertad en las elecciones, la libertad de expresión, de religión... Ese fue el conflicto principal que Berlinguer tuvo con Moscú".
Añade Segre: "Si luchas contra la desigualdad sin libertad, no funciona, así pensaba Berlinguer. Pero lo importante es que si tu objetivo sigue siendo reducir la desigualdad, alcanzar la justicia social y económica, trabajarás con la democracia para conseguirlo. Pero para él, la democracia no era el objetivo principal, sino el método. Y creo que la crisis de la democracia de hoy tiene mucho que ver con que ya no tenemos un sueño".
Entre Moscú y la Casa Blanca
Enrico Berlinguer en 1952.
Desde su propio título, La gran ambición toma partido por Berlinguer. Explica Segre con orgullo que en Italia muchos jóvenes, tras ver la película, se han sentido llamados a participar en lo público al ver en el líder a un referente positivo. "Ver que logró que se construyeran escuelas públicas, hospitales, guarderías, polideportivos y un largo etcétera donde antes no había nada, da una idea de lo mejor que puede hacer la política. En Italia hay regiones enteras donde no hubo una sola escuela pública hasta los años 80. Donde gobernaron los comunistas, la diferencia fue radical".
La película, sin duda, entusiasmará a los fans de la política. En sus dos horas apenas vemos pinceladas de su vida íntima —marcada por la previsible mala conciencia de haber antepuesto la política a su familia— y detalles curiosos: como buen comunista austero, guardaba dinero entre los libros y luego olvidaba dónde lo había escondido.
Dos hechos históricos cobran especial importancia: por un lado, el golpe de Estado de Pinochet en 1973, que alertó a Berlinguer del riesgo real de que la "vía democrática al comunismo" desembocara en una guerra civil. Y por otro, las tensas relaciones con Moscú. En la película asistimos a una incómoda visita al congreso del partido en Rusia, donde su discurso a favor de la libertad fue recibido con visible desagrado por Brézhnev y los suyos.
"Para mí, el arte político significa crear espacios donde se puedan explorar cuestiones complejas sin simplificaciones ideológicas. Significa cuestionar las estructuras de poder, exponer contradicciones y animar a la gente a mirar la realidad de otra manera", sostiene Segre.
La película enmarca la tragedia de Moro y el fracaso de Berlinguer en un contexto más amplio: el ascenso de Thatcher y Reagan, el repliegue de la izquierda y la pérdida de su "hegemonía", como diría Gramsci, a quien Berlinguer solía citar.
Remata Segre: "Esta historia me permitía reflexionar sobre la relación entre individuo, sociedad, vida y política. La gran transformación neoliberal que comenzó en los años 80 nos ha llevado a la sociedad actual del individualismo, el miedo al otro, el aislamiento... Por eso muchos jóvenes se están pasando a la extrema derecha: les da esa identidad, ese proyecto colectivo que necesitan".
