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Isabel Allende (Lima, 1942), la escritora viva más leída del mundo en español —y también más que muchos hombres, añade ella misma— llevaba sin viajar fuera de California, donde reside, desde antes de la pandemia de la Covid. No le gusta salir de su hogar, reconoce, y ni mucho menos lleva bien la obligación de mostrarse extrovertida en las giras promocionales: "Todos los escritores somos introvertidos por naturaleza. No quiero separarme ni de mi casa ni de mis perros. Tampoco de mi tercer marido, que espero que me dure".

No parece ser cosa de la edad. Pese a tener 82 años, la escritora chilena sigue mostrando una vitalidad arrolladora. Sí que reconoce, en cambio, que con España todavía guarda uno de los recuerdos más amargos de su vida: "Cada vez que llego a España, en el mismo avión a punto de aterrizar, la o primero que siento es dolor. Un tremendo dolor".

Fue en nuestro país donde Paula, la hija de Allende, entró en un coma profundo en 1992 por una complicación de la porfiria que padecía y una serie de negligencias médicas. "Ocurrieron unas circunstancias que lo complicaron todo: una huelga, fin de semana largo, ¿quién sabe? El caso es que me entregaron a mi hija en estado vegetativo". La escritora se llevó a su hija a California. "Ted Kennedy mandó a varias personas para que nos recogieran. Sin necesidad de visado, de nada. Fuimos directamente al hospital. Eran otros tiempos". La joven fallecería poco después con tan solo 29 años. "Cuando murió mi hija todos los días parecían la misma noche", confiesa la chilena. Fruto de esta experiencia aparecería la novela autobiográfica Paula.

Años después de su última visita, y sobreponiéndose a todo ese dolor, Isabel Allende ha vuelto a España. No lo hace por un solo motivo, sino por tres. A la presentación de su nueva novela, Mi nombre es Emilia del Valle (Plaza & Janés, 2025), que ha tenido lugar en la Casa de América este miércoles, 21 de mayo, se le sumará el jueves 22 la entrega de su legado a la Caja de las Letras en el Instituto Cervantes y su nombramiento como doctora Honoris Causa por parte de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

Mi nombre es Emilia del Valle retoma la saga de la familia del Valle que la autora comenzó con su célebre ópera prima, La casa de los espíritus, en 1982. De esta última, dice Allende: "Junto a Paula es la novela que más me marcó. Fue el comienzo de todo. Me sacó de una existencia banal, la escribí desde la inocencia. Mi matrimonio en el exilio en Venezuela iba muy mal. Mis hijos ya habían crecido. Tenía cuarenta años y no había pasado nada. Nada más que pérdidas. La casa de los espíritus marcó el camino para todo lo que vendría después".

La escritora chilena Isabel Allende durante la rueda de prensa por la publicación de su nueva novela, 'Mi nombre es Emilia del Valle'. Foto: A. Pérez Meca / Europa Press

A La casa de los espíritus le seguiría más tarde Hija de la fortuna (1998) y Retrato en sepia (2000). En esta cuarta novela de la saga de la familia del Valle nos encontramos con Emilia del Valle, hija de una monja irlandesa y un aristócrata chileno que no reconoce su paternidad. "El nombre de la joven es muy importante, por eso es el título de la novela —explica la autora—. Cuando empieza a escribir tiene que usar un nombre masculino para vender novelitas de 10 centavos, también como periodista tiene que hacerlo. Le dicen 'nadie respetaría lo que usted dice como mujer'. Pero cuando se va a la guerra como corresponsal, ella pone como condición que le permitan usar su nombre real: 'Emilia del Valle'".

Escritura sin brújula

Allende admite "no tener ni idea" de la forma en la que se conectan las historias de la familia del Valle: "Muchas veces no sé por qué aparecen. Sencillamente entraron. En ocasiones voy por la página 50 y me doy cuenta de repente de que este personaje podría pertenecer a la familia del Valle. Entonces le cambio el nombre".

"Yo no planifico nada, ni siquiera mi vida", continúa la escritora. "Si es una novela histórica tengo mucho trabajo documental hecho, pero nada de la ficción. En el proceso es cuando voy creando, página a página. El final es lo más difícil. Puede ocurrir que tenga planeado acabar la historia al día siguiente, componga la estructura en mi cabeza cuando me acuesto, y al día siguiente, frente a la pantalla, me dé cuenta de que ya estaba todo cerrado con lo que escribí el día anterior. Otras veces escribo un final que a mí me parece perfecto pero a mi editora o a la gente a la que se lo muestro no".

La guerra a la que se marcha Emilia del Valle es la guerra civil chilena de 1891. Afirma la autora que "es un período que tiene muchas similitudes con 1973. En ambos casos hubo un presidente progresista [José Manuel Balmaceda en el primer caso y Salvador Allende, familiar de la escritora, en el segundo] que quiso hacer grandes cambios y, frente a ellos, una oposición brutal. Los dos, además, prefirieron el suicidio al exilio".

Confiesa también Allende que donde se encuentra más cómoda es escuchando y dándole voz a las que han sido históricamente silenciadas. Sin embargo, acostumbra a representar en su literatura a mujeres fuertes como la misma Emilia del Valle. O quizás demostrando la fortaleza de aquellas en quien uno no esperaría encontrarla. "No he tenido que inventar a Emilia del Valle", dice la chilena, "estoy rodeada de mujeres como ella. En mi fundación trato a diario con gente que es incluso más fuerte que ella".

De hecho, afirma la escritora que todo lo bueno que le ha pasado ha sido porque le han ayudado otras mujeres. Recuerda en este sentido sobre todo a Carmen Balcells: "Nadie quería leer La casa de los espíritus. Entonces se lo envié a ella, a Barcelona. Sin ella no podría haber ocurrido nada de esto". Pese a los traspiés que haya podido sufrir el movimiento feminista en los últimos años, Allende insiste y se mantiene esperanzada: "El movimiento de liberación femenina es una revolución, y como toda revolución, se hace como se puede, no tiene mapa, se cometen errores. Pero hay que seguir adelante, porque el objetivo final es acabar con el patriarcado. Eso es lo importante".

Mientras tanto, Isabel Allende, como buena escritora introvertida —o eso dice ella—, no puede esperar a volver a casa con sus nietos, sus hijos, sus nueras, sus perros y su marido. "En ese orden", dice. "Viviré en California mientras pueda porque allí están todos ellos", replica cuando se le pregunta sobre las políticas antiinmigración de Donald Trump. "Pero si en algún momento siento en la piel, como lo sentí en Chile, que me tengo que ir, lo haré. No me da miedo, no me siento vieja como para no hacerlo. Puedo empezar de nuevo".