Alfredo Castro en Madrid. Foto: EFE/ Kiko Huesca

Alfredo Castro en Madrid. Foto: EFE/ Kiko Huesca

Cine

Alfredo Castro: "En Chile y Argentina ha regresado una derecha que no cree en los derechos humanos"

Después de estrenar en Venecia 'El Conde', el prestigioso actor chileno se mete en la piel de un delincuente en 'Karnawal', ópera prima de Juan Pablo Félix.

8 septiembre, 2023 02:38

Alfredo Castro (Santiago de Chile, 1955) es ese actor que puede decir que ha interpretado a la vez a Salvador Allende (en la serie Los mil días de Allende) y a un esclavo de Pinochet. Esto último lo ha hecho en El Conde, ficción sobre el dictador que Pablo Larraín acaba de presentar en el Festival de Venecia. Junto a Larraín, Castro, forjado durante años en las tablas de teatro y la televisión de su país, ha vivido ya en su madurez algunos de los mayores éxitos del cine latinoamericano del siglo XX como Tony Manero (2008), No (2012), El Club (2015) o Neruda (2016).

Acude a España a presentar una película de fuerte raigambre autoral como Karnawal, ganadora de la Biznaga de Oro a la mejor película latinoamericana en el pasado Festival de Málaga, y ópera prima (con tono autobiográfico) del argentino Juan Pablo Félix.

Está ambientada en Salta, provincia septentrional de Argentina en el límite con Bolivia. Un área rural en decadencia en la que se menudea con armas, drogas y productos y donde vive con su madre Cabra (Martin López Lacci), un adolescente que sueña con ser campeón de malambo (un baile tradicional indígena).

La chispa que enciende el drama es la reaparición del padre (Alfredo Castro) después de pasar siete años en prisión. Supone el regreso de un hombre expansivo y simpático, pero también tóxico para todos. En ese reencuentro, Cabra aprenderá una cuantas (duras) lecciones sobre la vida.

Pregunta. ¿Cómo se metió en la piel de El Corto, el delincuente que interpreta en Karnawal?

Respuesta.  ¿Qué tengo yo que ver con un criminal, con un ladrón? Nada. Pero sí pongo mi cuerpo, mi sensibilidad, a disposición del director para crear a otro. No puedo conectar emocionalmente con un criminal, pero mi cuerpo sí puede hacerlo. ¿Cómo hago el amor con esa mujer, cómo veo a mi hijo después de tantos años? Me fascina esa ambigüedad. Al final soy yo dándole vida y por eso no creo en los personajes. Ese que está allí soy yo, ese “conde” de Larraín soy yo, Salvador Allende soy yo… Un actor se enfrenta más que a un texto a una forma de pensar.

Pregunta. ¿La historia de su personaje es la de una redención imposible?

Respuesta. Hay personajes e historias de personas que no han tenido ninguna oportunidad en la vida porque el sistema no se la ha dado. No es un hombre educado, no ha tenido acceso a la cultura ni a la educación. El Corto está predestinado a ser un delincuente, un estafador. No creo que se deba hacer un análisis moral de las películas. No podemos moralizar sobre un ser humano que no tuvo oportunidades por donde nació. En Chile y en Latinoamérica el destino está marcado por tu lugar de procedencia. Naciste pobre y morirás pobre. Es un hombre que encuentra un placer enorme en estafar. No creo que quiera redimirse ni existe la posibilidad católica de pensar en la redención. Karnawal es una palabra quechua-española, y el carnaval representa la salida del demonio del inframundo. En este caso, sale el hombre de la cárcel y lo aprovecha para delinquir nuevamente.

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P. ¿Querían construir un villano, eso sí, simpático y carismático?

R. Quiere ver a su hijo y hacer el amor con su mujer y, sí, es un tipo muy simpático. Hablamos con Juan Pablo (el director) de crear un villano con sentido el humor. Se comporta como un buen padre esos dos días con su hijo, pero solo salir de la cárcel ya está buscando de dónde sacar el dinero. No creo que tenga ningún afán de cambiar.

P. La pobreza de Salta, esa región al norte de Argentina en la frontera con Bolivia, sorprende. ¿Hay un atraso endémico?

R. Suramérica es el tercer mundo. Tengo la impresión de que en España también existe pobreza, pero de otra naturaleza. Ves en Madrid a gente durmiendo en las calles, con trastornos mentales, pero es mucho más salvaje en Latinoamérica porque nunca ha logrado salir de la miseria. El nivel de desigualdad social es espantoso: alguien gana 200 y alguien gana 1; alguien va a la escuela en Europa y alguien no va a la escuela. Eso son los países latinoamericanos. En Karnawal ves lo más vulnerable que hay en la escala social.

P. ¿Eso afectó al rodaje?

R. La película fue filmada en la frontera con Bolivia. En España también tienen fronteras convulsas con esos africanos que cruzan en balsas y los devuelven, en alguna ciudades como Cádiz hay campamentos de inmigrantes. Pasa lo mismo, pero en Latinoamérica. Hay un tráfico de armas, de drogas… Las mujeres indígenas son las que muchas veces ingresan productos. No es un descubrimiento la marginalidad de la inmigración. En Europa la inmigración es espantosa, es brutal. La historia de la humanidad es la historia de la inmigración. Y la violencia de Karnawal es la violencia de la pobreza.

P. ¿En ese carnaval que refleja el filme vemos una mezcla de tradiciones cristianas de origen europeo e indígenas?

R. El carnaval es una fiesta de los pueblos originarios de Latinoamérica que también lo celebran en Europa. Pero es que Latinoamérica existía mucho antes de que los europeos llegaran. No llegó Colón y nació el continente. Están los mapuches, los mayas, los incas… miles de años antes de que ustedes llegaran. Esas fiestas son fiestas universales. En España también hay carnavales. Y los mayas también tenían sus fiestas. Son fiestas paganas que son una mezcla de los pueblos originarios que preexistieron a las invasiones de Europa y se fusionaron con el catolicismo, que es la España que mataba a millones de indígenas. El demonio católico sale del inframundo, brota la lujuria, el exceso, se expurgan los crímenes y se permite la fiesta. Son fiestas ancestrales de todas las culturas, desde los Sanfermines de Pamplona al carnaval de Río de Janeiro o La Tirana en Chile.

P. Después haber protagonizado películas que han sido aclamadas en todo el mundo, ¿por qué decide apostar por un director novel como Juan Pablo Félix?

R. Yo he hecho muchas películas con directores de ópera prima. En esta de Juan Pablo Felix, me gustó el guion, me pareció una historia fascinante sobre un mundo que está desapareciendo, el mundo rural, campesino, que está perdiendo autenticidad y existencia. La idea de la paternidad también me parecía muy interesante. Me gusta trabajar con directores jóvenes en su ópera prima porque ponen pasión, está el descubrimiento de cómo filmar, trabajar con un actor o manejar un colectivo enorme de 50, 80 ó 100 personas, les da una pasión que me encanta. Me gustó de Juan Pablo que permite la colaboración, trabajamos juntos cómo se hace la escena, qué se va a decir o qué no se va a decir.

P. ¿Está en desaparición ese mundo rural?

R. Sin duda, la gente joven que nace en el campo se está marchando a la ciudad, allí tienen mejores opciones, pueden estudiar… Eso no solo pasa en Latinoamérica. Yo tengo familia en Torrelavega, y cuando voy a verlos observo que solo hay gente mayor, la gente joven va a visitarlos pero vive en las grandes ciudades. Son regiones cada vez más abandonadas.

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P. ¿Qué papel juega el baile, el malambo, en ese proceso del adolescente, Cabra, de sobrellevar su frustración y dolor?

R. Esa es la historia del director. A él le gustaba mucho el baile y fue una forma de soportar la vida, de canalizar su pasión y sus intereses. Esta ausencia de padre y a la vez no querer ser como ese padre lo canaliza en el baile. El chico protagonista era campeón nacional de malambo de Argentina. Tuve acceso a las escuelas de baile, a los cinco o seis años ya están bailando. El malambo solamente lo bailan hombres, campesinos, es muy masculino, muy violento, vigoroso, rápido. Hay una masculinidad en ese baile, muy machista, muy heterosexual y patriarcal. El chico no era actor profesional y fue hermoso trabajar con él, era un desafío que estuviera al nivel de uno y sacar las escenas adelante. Cabra casi no habla en la película o muy poco, al final pega ese grito tan significativo. Y el padre… ¿de qué voluntad de redimirse estamos hablando?

P. Alcanzó la fama mundial con Tony Manero (2008), cuando ya tenía 55 años. ¿Le hubiera gustado que sucediera antes?

R. Encuentro que la vejez en un actor o una actriz es un bien o un don. Mi quehacer en el teatro me hizo madurar de gran manera, me enseñó a enfrentarme a una cámara, fue un valor agregado. Era un placer actuar, pero me daba mucho miedo enfrentarme al público, perderme emocionalmente en los personajes porque, como te he dicho, no creo en los personajes, yo soy Hamlet. La madurez, la vejez, me ha ayudado y ya no tengo miedo y si lo tengo lo expreso, lo manifiesto. En mi manera de trabajar cada vez tengo una economía menor, uso menos recursos y me entrego al abismo de lo que suceda allí. Por eso no me gusta ensayar, me gusta mucho el salto abismal que existe.

P. El 11 de septiembre se cumplen 50 años del golpe de Estado en Chile y acaba de presentar en Venecia El Conde, películas de Pablo Larraín sobre Pinochet. ¿Qué lecciones ha aprendido Chile de esa tragedia?

R. Vemos que hay gente a la que le parece humano que una mujer con un embarazo no viable o que ha sido violada no pueda abortar. O que un hombre que ama a otro hombre o una mujer a otra mujer no se puedan casar o adoptar. Una derecha que considera que los ríos, el agua, los glaciares y el litio deben ser privados y no pertenecer a un país. Eso me parece cruel. En Chile está sucediendo como en España con Vox o en Argentina con Milei, surge una derecha que no estoy entendiendo mucho cuáles son sus derroteros. Sus planes son tremendamente perversos, no creen en la libertad como un camino personal, noble o digno. No cree en los derechos humanos… Tratan de manipular diciendo “miremos al futuro, miremos al futuro”, pero para mirar al futuro primero hay que revisar el pasado, igual que un ser humano para estar completo tiene que revisar su infancia, sus padres, sus abuelos, sus amores… No puedes emprender un futuro sin tener un anclaje en el pasado.

Alfredo Castro en 'El Conde'

Alfredo Castro en 'El Conde'

P. Esa ultraderecha que menciona obtuvo la mayoría en unas elecciones en Chile para crear una comisión que redactara la Constitución. ¿Existe un resurgir mundial de la ultraderecha?

R. Veo en España como Vox prohíbe películas, libros, marchas… Existe la sensación de que esto es algo que está pasando en muchas partes, empezó con Trump y los evangélicos en Estados Unidos, sigue con Bolsonaro, se va a Chile, a Argentina, España… esta funcionando una gran perversidad. El Partido Republicano, que quiere redactar la constitución, no cree en el calentamiento global, se están derritiendo los glaciares en la Antártida pero ellos siguen sin querer creerlo. Quieren desproteger del todo el medio ambiente y dejarlo en manos privadas. Y luego dicen que la cultura chilena debería rescatar los “valores tradicionales”.

P. Después de interpretar a Salvador Allende en una serie, ¿qué opinión le merece?

R. Salvador Allende fue un gran demócrata a quien la ONU acaba de dedicar un pórtico en su sede. Otra cosa es que desde el primer momento Inglaterra, España o Estados Unidos lo boicotearan. Todo lo que sale en la serie está acreditado judicialmente, salvo la parte de su vida privada. Todo. Pero el propio Nixon dijo que había que apretar la economía chilena hasta que muera y sangre. Como dijo Michelle Bachelet, los problemas de una democracia solo se resuelven con más democracia.

P. ¿Ve muchas diferencias entre la sociedad chilena y la española?

R. España es una sociedad entre comillas más justa, con más recursos. Latinoamérica sigue estando conformada por países en vías de desarrollo, víctimas del extractivismo del primer mundo. Se llevan el cobre, el litio… Hacen sus autos y sus baterías, y luego dejan muy poco. Eso nos ha condenado a la miseria, a la pobreza… Veo en Madrid que la gente viste bien, hay buen metro, buenas películas, gente culta… Pero si salgo de Madrid un poco, fuera sé que me voy a encontrar con otra realidad.