Hubo un tiempo en que la ciencia ficción europea ofrecía una alternativa sofisticada, inteligente y tanto artística como intelectualmente provocadora al espectáculo hollywoodiense. En Inglaterra, Francia, Alemania y muy especialmente Rusia y los países del Este primaba la especulación filosófica, la imaginación y la creación de mundos estéticamente sorprendentes, anclados en las tradiciones del surrealismo, el realismo mágico, el absurdo e incluso el misticismo o el esoterismo. 

Al tiempo, entraba en cuestiones científicas relevantes y complejas y se preocupaba menos por la acción, la perfección y espectacularidad de los efectos especiales o las historias "bien contadas" que por la creación de atmósferas, de escenarios extraños auténticamente alienígenas, personajes enigmáticos y problemas a veces sin solución.

A revistas de cómic como Métal Hurlant o escritores tan variopintos como Jean-Pierre Andrevon, Stanislaw Lem, Stefan Wul, los hermanos Strugatski o Gérard Klein, entre otros, el cine respondió de los años sesenta a los ochenta del pasado siglo con filmes a su vez tan diferentes como El planeta salvaje (René Laloux, Roland Topor, 1973), Solaris (1972) y Stalker (1979) de Tarkovski, Eolomea (Herrmann Zschoche, 1972), On The Silver Globe (Andrzej Zulawski, 1988) o El poder de un dios (Peter Fleischmann, 1989), por citar algunos.

Dirigidos unos al público joven, otros al circuito de autor y a festivales, e incluso a la televisión, todos comparten esa misma mirada visionaria, esteticista y especulativa que dota de personalidad propia al género europeo.

Lo mejor de Vesper, segundo largometraje y segunda película de ciencia ficción de sus directores y guionistas, la lituana Kristina Buozyte y el francés Bruno Samper, es que sigue y renueva esta herencia casi olvidada. Situada en un futuro postapocalíptico y distópico, su punto fuerte es, precisamente, su fantástico diseño de producción.

Un universo denso e imaginativo, depredador, húmedo y exótico, que remite tanto a ciertos mangas y animes de Miyazaki como a las abigarradas pinturas de Max Ernst. Al concepto de biomecánica del fallecido artista suizo Giger y a novelas clásicas como Invernadero, de Brian Aldiss; al diseño de mundos virtuales para videojuegos pero también a las extravagantes viñetas de Moebius, Caza o Mézières; al Planeta salvaje de Topor, los trífidos de Wyndham o la reciente y no menos atípica producción británica Melanie: la chica con todos los dones (Colm McCarthy, 2016), según la novela de Mike Carey

En un futuro postapocalíptico, Vesper es una niña de quince años que vive em el ostracismo junto a su padre

En este decorado de un salvaje planeta Tierra que ya no nos pertenece, dividido entre una clase gobernante viviendo aislada en ciudades protegidas del exterior, servida por androides biológicos vegetales conocidos como jugs, y una clase humilde reducida a la supervivencia tribal, mientras surgen a su alrededor movimientos religiosos de resonancia medieval y milenarista, se desarrolla la peripecia de su protagonista. Una niña de trece años, Vesper, que vive en el ostracismo junto a su padre impedido, destinada a convertirse en protectora de la misteriosa Camellia, única superviviente del accidente de una nave procedente de las ciudades, cuyo secreto cambiará para siempre la vida de Vesper.

La excelencia de los efectos especiales funciona espléndidamente, así como el reparto, donde el siempre inquietante Eddie Marsan interpreta al villano principal. Las cuestiones humanas y humanistas de fondo resultan tan interesantes como inquietantes. Pero el punto flaco de esta coproducción francobelga y lituana, que recupera voluntaria y voluntariosamente una inteligente ciencia ficción europea para todos los públicos, concebida con sentido y sensibilidad, es su exceso de dramatismo y carencia de humor.

Un argumento que, en definitiva, no deja de ser una aventura distópica juvenil, dicho esto con la más absoluta empatía y simpatía por el subgénero, se pierde y ralentiza innecesariamente en emotivas pero repetitivas escenas trágicas y sentimentales, que restan eficacia a una trama en realidad muy sencilla en su desarrollo central. Le faltan a Vesper la gracia y los momentos divertidos de ejemplos que parece querer evocar, como la citada El planeta salvaje o Nausicaä del Valle del Viento (1984) de Miyazaki.

Aventura de despertar a la vida y a la responsabilidad adulta, de difícil lucha por la supervivencia en posibles o imposibles futuros inciertos, acierta en no dotar a su protagonista de un exceso de ese mesianismo y poderes salvíficos que tan queridos son de Hollywood y sus fantasías compensatorias, pero falla al no dar al espectador esos respiros de ingenio e ironía que incluso Tarkovski o Zulawski no dejaron de introducir en sus especulaciones más densas y filosóficas.

Vesper sigue siendo un agradable retorno a cierta ciencia ficción netamente europea, al borde de la extinción. Un retorno cuyo buen recibimiento por parte de crítica y público, allí donde se ha visto, debería servir para que otros cineastas de nuestro cada vez más viejo y cansado continente se animaran a recuperarla.

Vesper

Dirección: Kristina Buozyte, Bruno Samper.

Guion: Bruno Samper, Kristina Buozyte, Brian Clark.

Intérpretes: Raffiella Chapman, Eddie Marsan, Rosy McEwen, Richard Brake

Año: 2022.

Estreno: 7 de julio