El director noruego Kristoffer Borgli. Foto: Bjarne Bare

El director noruego Kristoffer Borgli. Foto: Bjarne Bare

Cine

Kristoffer Borgli: “Hemos convertido cada aspecto de la vida en un juego”

El noruego nos divierte y horroriza con 'Sick of Myself', el descenso a los infiernos de una joven dispuesta a todo: una reflexión sobre la identidad en la era de internet

10 marzo, 2023 02:02

El monstruo como metáfora de los horrores de la sociedad, icono inverso de las pulsiones más oscuras de lo contemporáneo. En Sick of Myself, primer largometraje del noruego Kristoffer Borgli (Oslo, 1985), la protagonista, Signe (Kristine Kujath Thorp), camarera de cafetería, una chica de lo más “normal”, toma de manera compulsiva unos ansiolíticos tóxicos para deformarse el rostro. Su intención es llamar la atención para ser “alguien”.

Borgli recurre a Ludwig Wittgenstein para negarse a calificar dentro de un género a Sick of Myself, entre la comedia satírica, el drama y el body horror. El descenso a los infiernos de una joven desnortada y desesperada sirve al director para realizar tanto un punzante retrato psicológico de los peores instintos del ser humano como una implacable radiografía social. Como el retrato que Dorian Gray guarda en el desván, el rostro deforme de Signe nos ofrece una visión perturbadora pero certera de los excesos y delirios de la era del yo a ultranza y de las redes sociales.

Pregunta. ¿Siente a la protagonista como una persona próxima o es una mera parodia hiperbólica?

Respuesta. Para mí es una catarsis exorcizar mis demonios en la ficción. La idea está basada en cosas que reconozco de mí mismo. La diferencia es que antes de hacer las barbaridades que Signe perpetra sé detenerme. La gracia es que ella no tiene esos filtros y no puede controlar sus impulsos. Por eso se mete en tantos problemas.

P. ¿Signe es el síntoma extremo de una sociedad cada vez más individualista?

R. Hemos convertido cada aspecto de la vida en un juego. La carrera es importante pero también la identidad o tener una historia que contar. Todas estas cosas han sido incentivadas por las redes sociales e internet. Ahora la gente tiene una plataforma para hablar y, si no tienes nada que decir, tienes que inventártelo. Es lo que le pasa a Signe, es una mujer rubia en Noruega, de clase media-alta, que trabaja en una cafetería… No tiene ningún tipo de talento pero su novio triunfa como artista. Cuando él alcanza reconocimiento ya no se siente la protagonista.

La sociedad digital

P. Signe es un personaje fantasioso. ¿Vivimos prisioneros de nuestro yo?

R. Eso está conectado con la era de internet, la corriente de nuestros pensamientos se conecta con la digital. Pensar y hablar ya no son actos externos, no se producen en un grupo, están internalizados. En la película quería entrar en ese espacio y ver cómo es. Es un problema de expectativas frente a la realidad. Signe tiene una especie de optimismo ingenuo sobre el lugar al que cree que esta historia va a conducirla.

P. Estamos en la era de las víctimas. ¿Puede haber un lado oscuro ahí?

R. Cualquiera que sea lo suficientemente cínico y oportunista puede ver esto como un juego y sacar provecho. Por supuesto, permitir que hablen personas que normalmente no han podido hacerlo, es bueno. Al mismo tiempo, puede incentivar también una mentalidad oportunista. Signe trata de capitalizar esta tendencia.

"Como creador, me siento abocado a la comedia y, al tiempo, a buscar los lugares más oscuros de la humanidad"

P. ¿Nos define también la permanente insatisfacción?

R. Ese sentimiento es lo más fácil de conectar para el público con Signe aunque la mayoría no llegaría tan lejos. La película es verosímil porque está basada en un sentimiento universal. Es como la “jerarquía de necesidades” de Maslow. En lo alto de la pirámide está el deseo de reconocimiento y sentirse realizado. Son necesidades difíciles y abstractas, no tienen una solución simple como la comida o un techo. Hay muchas maneras de “realizarse”.

P. Hay muchas situaciones divertidas pero lo que cuenta es un drama. ¿En qué género encuadraría la película?

R. A mí me gusta esa confusión de géneros. Etiquetar una obra la devalúa. Wittgenstein hablaba del lenguaje como una limitación de las oportunidades para describir la vida y las experiencias. Tratar de meter la película en una caja es reducir el arte. Como creador, me siento abocado a la comedia y, al tiempo, a buscar los lugares más oscuros de la humanidad.

Marcas farmacéuticas

P. Es curioso que la marca de ansiolíticos con los que Signe se deforma a sí misma exista en la vida real. ¿Por qué escogió esas pastillas?

R. Quisieron parar la película. En los últimos años han surgido marcas farmacéuticas que tienen gráficos muy llamativos y hacen campañas en redes mostrando preocupación por la salud mental. Son productos tóxicos. Fue William Burroughs quien inventó las drogas falsas en su literatura. Hay algo interesante en el packaging de estas pastillas que las hace atractivas. Quería hacer una droga que fuera muy desagradable pero al mismo tiempo empaquetada de una manera millennial y seductora.

P. Cuando una agencia de modelos contrata a Signe no queda claro dónde empieza la empatía y dónde la atracción de feria ¿En qué lugar se sitúa?

R. La cuestión es si se trata de dar a las víctimas una plataforma, una voz o de tratarlas con desdén y cierta complacencia. Signe consigue un trabajo como modelo en un momento avanzado de su enfermedad pero cuando llega la sesión de fotos su estado ha empeorado. De repente, surge ese límite sobre lo inclusivos que están dispuestos a llegar a ser. Cuando cruza la línea y ya no la quieren surge la comedia porque se pone en evidencia.