Alejandro González Iñárritu. Foto: Mirta Rojo

Alejandro González Iñárritu. Foto: Mirta Rojo

Cine

Alejandro González Iñárritu: “México es un estado mental muy cabrón”

El cineasta busca en 'Bardo, la falsa crónica de unas cuantas verdades' un camino de introspección por el que circulan abiertamente sus contradicciones

2 noviembre, 2022 01:52

¿Autoindulgencia o catarsis personal? Alejandro González Iñárritu (Ciudad de México, 1963) pisa a fondo el acelerador con Bardo, la falsa crónica de unas cuantas verdades, una película excesiva, carnavalesca, plagada de imágenes entre lo poético y lo surrealista en la que él mismo es el protagonista absoluto.

El “bardo” del título se refiere a un concepto del budismo que describe un estado entre la vida y la muerte, el momento previo al apagón en el que el ser humano se enfrenta a su karma y en el que se decide su próxima encarnación. El director explica que esta película, que se estrena el 4 de noviembre, es una “búsqueda del sentido”, un intento de poner orden a su memoria.

Lo de ‘falsa crónica de unas cuantas verdades’ viene porque solo la ficción le permite ajustar cuentas consigo mismo. El director de películas como Amores perros (2000), su fulgurante debut, Babel (2005), y las dos que le dieron un Óscar al mejor director dos años consecutivos, Birdman (2014) y El renacido (2015), se convierte en un afamado periodista de televisión y documentalista. Le da vida Daniel Giménez Cacho “disfrazado” de él mismo.

[Iñárritu enfada a la crítica en Venecia con 'Bardo']

A pesar de su éxito, está desubicado, echa de menos su México natal pero también lamenta su brutalidad, al tiempo que se siente extranjero en Los Ángeles. Hay conversaciones con Hernán Cortés, una batalla entre el ejército mexicano y el de Estados Unidos, bandas militares, casas inundadas y fiestas fastuosas. Dice que le gusta que la película se vea como “autoparódica".

Pregunta. ¿Cómo surge esta película?

Respuesta. Surge después de 21 años en Estados Unidos, habiendo emigrado de mi país y llegando a una edad en la que empiezas a ver que la otra migración también se acerca. Se me empezaron a revolver una serie de reflexiones, sentimientos, sueños, miedos, preguntas… y me pareció importante poder poner en orden todas estas cosas que nunca me había parado a pensar. Sentía que debía compartirlas. Es un rescate de la memoria personal y colectiva de un país. Fue un acto necesario para mí.

P. Si Fellini tuvo su Ocho y medio, usted tiene su Bardo...

R. En la literatura las memorias son un género muy celebrado. En pintura, la tradición casi obliga a hacerte un autorretrato. En el cine creo que se acusa, casi a nivel personal, cuando uno lo hace. Lo mejor que puedes hablar es de lo que te ha pasado, allí es donde puedes ser más honesto. Tu vida es única y es una mirada única. Eso es lo que puedes regalar. Desde el conocimiento y la experiencia personal. Desacreditar eso me parece que es peligroso incluso para las nuevas generaciones.

P. ¿Dónde le ha llevado este ejercicio de introspección?

R. Más que aprendizaje hay una satisfacción de haber podido llevar a cabo algo que es muy difícil: el desplazamiento, la identidad rota… Más que una respuesta o una epifanía que haya tenido, creo que es la satisfacción de acomodar elementos que me dan pistas sobre mi manera de ver el mundo. A veces me siento muy distanciado de lo que me gusta. Aquí trato de expresar lo que está pasando. La película ha sido un proceso catártico.

Inmigración y privilegios

P. ¿Por qué apenas vemos su infancia?

R. Porque no recuerdo mi niñez. No tengo esa sensación de poder construir mi vida a partir de esa etapa. No me acuerdo de nada. Envidio a quienes pueden hacerlo. Recuerdo las sensaciones, las dudas…

P. ¿Le parece justo que le critiquen por hablar del dolor del inmigrante cuando usted vive en una mansión de California y muchos de sus compatriotas malviven sin papeles?

R. Se me acusa de hacerlo desde el privilegio pero, más allá del éxito o el fracaso de la aventura, todos los que emigramos compartimos esta sensación de desasosiego. Ponerlo en imágenes, que es lo único que sé hacer en esta vida, me llena de satisfacción.

P. ¿Cómo se ve México desde Estados Unidos?

R. Con un prisma de locura. Es un guacamole nuestro país. Es un mosaico de contradicciones, de belleza, de cumbia, de música, de vitalidad, de color, de impunidad, de muerte, de narcotráfico, de violencia, de invasión ideológica colonial, de mestizaje, de gastronomía, de vitalidad… Es un estado mental muy cabrón. No lo puedes abordar mentalmente y es uno de los países más ricos y complejos. Tampoco hay una conclusión porque además está en constante transformación. Cada vez que regreso, la ciudad ya no existe. No es la que soñaba o imaginaba. Hay mucha juventud y ves una evolución e involución al mismo tiempo, como una tuerca. Eso me encanta y me asusta a la vez de México. Es casi indescriptible. Trato de ponerlo en la película: desde una fiesta hasta las sombras que sientes en las calles. Eso es lo que quise plasmar.

Daniel Giménez Cacho (Silverio Gacho), en un momento de 'Bardo'

Daniel Giménez Cacho (Silverio Gacho), en un momento de 'Bardo'

P. ¿Le duele que algunas críticas le hayan acusado de tener un ego desmedido?

R. No hago películas para los críticos. No los leo tampoco. Desde hace cuatro películas dejé de hacerlo. Por una cuestión de salud mental y para mantener mi espacio de creación. Eso no significa que la crítica no sea muy importante, y debe existir. La indiferencia para un cineasta es el peor de los castigos. Una película que le gusta a todo el mundo es sospechosa. Lo que me parece delicado es la desacreditación o el ataque personal. No puedes construir un argumento desde ahí.

P. ¿Buscaba también hacer una crítica al periodismo actual en Bardo?

R. Algunos periodistas se han sentido atacados, y no era mi intención. Estoy seguro de que todos los profesionales de la información se preguntan a diario dónde está la verdad, cómo la puedes transmitir… Para mí, el comentario conecta con la polarización que surge cuando alguien cree que está en absoluta posesión de la verdad frente a otro, como ese reportero que está en absoluta crisis y en la incertidumbre. Comienza a darse cuenta de que solo la ficción puede arañar la verdad porque ¿qué no es ficción? La narrativa de los países es ficción.