Es evidente que los derechos de los transexuales han cobrado un gran protagonismo, tanto en el ámbito político y legislativo como en el artístico. En los últimos años, hemos visto como mínimo cuatro películas notorias sobre el asunto, La chica danesa (Tom Hooper, 2016), Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017), Girl (Lukas Dhont, 2018) o la belga Lola (Laurent Micheli, 2021).

Estos títulos han acercado al gran público la situación de estas personas que reclaman con más fuerza que nunca su dignidad. Adrián Silvestre (Valencia, 1981) ya abordó el asunto en la notable y reciente Sedimentos (2021), donde juntaba a mujeres trans de distintas generaciones a lo largo de los años para hacer diversos retratos humanos y observar cómo los cambios sociales han afectado a su situación.

Mi vacío y yo, premiada en el Festival de Málaga y seleccionada en diversos festivales internacionales, busca de una manera más clara nuestra pura empatía. Todo gira en torno a su valiente y frágil protagonista, Raphaëlle Pérez, una chica trans de 22 años que inicia de manera titubeante el “tránsito”.

Silvestre acompaña a la protagonista durante varios meses para narrarnos ese viaje emocional hacia la autoaceptación. Un viaje en el que la “mirada del otro”, es decir, la forma en que es percibida por el mundo, marca de manera profunda, como es lógico, a la protagonista.

Camino de superación

Pérez, a sus 22 años, se define como “romántica y algo ingenua”. Se viste de manera muy femenina con un estilo incluso conservador que recuerda a los looks de las ladies inglesas en las carreras de Ascot. Su familia, que la apoya, vive en París y ella reside en Barcelona, donde trabaja como teleoperadora.

Por una parte, vemos los pasos médicos hacia la conversión de su genitalidad masculina en una femenina. Un camino arduo en el que la protagonista tendrá que tomar decisiones arduas como la de castrarse. Por la otra, sus sucesivos intentos por establecer una conexión romántica, donde busca hombres heterosexuales, ya que se considera a todos los efectos una chica.

No es fácil para Raphaëlle. Algunos hombres la rechazan y otros incluso la insultan. Con los que la relación parece prosperar, se muestra demasiado impetuosa y necesitada de afecto. Ansiosa de amor, Pérez se lamenta de que lo que vive con absoluta naturalidad la obligue a soportar miradas maliciosas y todo tipo de prejuicios.

La película desemboca en un sentido monólogo final en el que la protagonista se lamenta de no tener algo tan sencillo como una vida normal. Sus palabras conmueven y Mi vacío y yo alcanza por momentos un extraordinario humanismo.