Sebastián Lelio durante el rodaje de Una mujer fantástica.

Después del éxito de Gloria, Sebastián Lelio estrena en nuestro país Una mujer fantástica, Oso de Plata en Berlín, que narra el calvario existencial de Marina, una transexual que vive enamorada de un médico acomodado. En esta entrevista, Lelio reconoce haber bebido de diversas fuentes formales: del cine romántico al thriller y el policíaco.

Dice el propio Sebastián Lelio (Mendoza, Argentina, 1974, aunque vive y trabaja en Chile) que le gusta retratar a mujeres fuertes pero no cree que sean muy distintas de los hombres salvo, quizá, por lo que la sociedad espera de ellas. Después del gran éxito de Gloria (2013), una película en la que reflejaba la aventura vital de una sesentona que busca el amor de forma desesperada en bares y clubes nocturnos, llega Una mujer fantástica. En su nuevo filme la protagonista es Marina (Daniela Vega), una transexual en la treintena enamorada de un médico acomodado y mayor que ella a la que adivinamos un pasado difícil.



En un momento en el que existe un gran debate sobre las personas transexuales, Lelio cree que el calvario de Marina es un símbolo de un mundo cada vez más hostil y renuente a aceptar la diferencia. La película fue premiada en el último Festival de Berlín con el Oso de Plata al Mejor Guión. Después de los muchos premios de Gloria hoy Lelio es un director aclamado en medio mundo. El pasado festival de Toronto estrenó su último filme, Disobedience, una producción protagonizada por Rachel Weisz en la que repitió la buena acogida de la crítica. En la cresta de la ola, pues, el cineasta se consolida como un buen contador de historias y un gran retratista de personajes femeninos en la estela de su admirado Almodóvar.



En los límites de la empatía

Pregunta.- Después de la turbulenta Gloria, la Marina de Una mujer fantástica es un personaje netamente positivo. ¿Quería crear a una heroína contemporánea?

Respuesta.- Creo que Marina es un símbolo de lo que está pasando en la sociedad chilena y en el mundo entero. Quería explorar cuáles son los límites de nuestra empatía y por qué parece que hay amores que son más legítimos que otros. Hay personas que se creen con el derecho a juzgar a las demás, a decir lo que está bien y lo que está mal. Me sorprende esa gente que cree que puede decidir lo que vale y lo que no vale. Y eso está pasando cada vez más en el mundo, lo vemos con Trump, con el Brexit, con el trato que Europa le ha dado a los refugiados. Parece que cada vez cuesta más empatizar con los demás. Debemos preguntarnos si queremos crear un mundo que abrace la diferencia o si vamos a etiquetarlo todo. Como sociedad humana estamos en una encrucijada evolutiva tremenda, estamos en la coyuntura de plantearnos abrir murallas, de aprender a vivir juntos. Parte de este desafío pasa por reventar las etiquetas.



P.- Marina es una especie de revolucionaria silenciosa, desata el caos con su sola presencia.

R.- Lo más curioso es que los demás personajes no revelan nada sobre ella y lo dicen todo sobre sí mismos en su manera de reaccionar. El juego triangular que la película propone es entre Marina, los personajes secundarios y el espectador, que es el que debe decidir lo que ve. Es la propia película la que mira al espectador y le interroga sobre su postura. No pretende dar una lección de moral sino invitar a un viaje desafiante en el cual, desde la tranquilidad de la butaca, el espectador descubra por sí mismo hasta dónde llega su empatía espiritual.



Una imagen de Una mujer fantástica

P.- Marina no pierde los nervios ni se deja llevar nunca por la ira. ¿Eso es lo que la hace fantástica?

R.- Bueno, es una película, en la vida real quizá no tendría tanta contención. Yo lo que quería era darle la vuelta a la forma en que normalmente se cuentan estas historias. Estamos acostumbrados a que una película sobre una transexual esté mal iluminada y sea todo truculento. Aquí yo la filmo con todo mi amor, como si fuera una estrella de Hollywood. Cojo ese personaje que la sociedad rechaza y lo pongo en el centro para escribirle una carta de amor y hacerlo con una película bonita, casi ‘flamboyante'.



P.- De todos modos estamos en un momento en el que se habla más que nunca de los transexuales...

R.- Hemos visto que Trump acaba de prohibir que entren en el ejército de Estados Unidos, o sea que hay un paso adelante y otro atrás. Cuando escribíamos el guión el tema no estaba tan candente ni se hablaba tanto de ello, después comenzaron a salir todas esas portadas de revistas. Probablemente ha sido internet lo que ha provocado que salgan a la luz porque han podido expresarse tal cual son sin el filtro de los medios de comunicación. A mí me decían, no nos presentes como unas friquis. En cualquier caso yo con quien más he aprendido sobre este asunto es con Daniela Vega (la actriz), ella me ha enseñado todo. El hecho de que la actriz protagonista sea también una transexual le da mucha fuerza a la película.



De la guerrilla a los festivales

P.- Antes de Gloria ya había realizado tres películas, La Sagrada Familia (2006), Navidad (2009) y El año del Tigre (2011). ¿Cómo vivió la acogida de esos filmes?

R.- Hasta entonces esas películas las había hecho en plan guerrilla. Gloria lo cambió todo porque superó el rompeolas de los festivales y se vio en un montón de países. Fue algo muy inesperado. En Una mujer fantástica también hay vocación de retratar a la mujer, pero al mismo tiempo es polimórfica, tiene distintas tonalidades y géneros. La película trata sobre una mujer transgénero pero también es transgénero ella misma porque no quiere ser definida de una sola manera. Es un animal cinematográfico más complejo que Gloria. La película visita distintos géneros: tiene algo de cine romántico, pero también posee algún coqueteo con el thriller y con el policial, con el cine fantástico, con el cine de humillación y venganza, con el cine de mujeres, con la fantasía, incluso con el musical.



@juansarda