Robert Guédiguian (Marsella, 1953) es el gran retratista de la Marsella marginal y obrera. Valiéndose siempre del mismo equipo técnico y del mismo plantel de actores –con su mujer Ariane Ascaride a la cabeza–, el prolífico director francés ha narrado desde principios de los años 80 los problemas laborales, sentimentales y existenciales de unos personajes zarandeados por las leyes del capitalismo, pero que siempre encontraban una válvula de escape en la solidaridad y la fraternidad que atesoraba su propia comunidad.

O al menos hasta la reciente Gloria Mundi (2019), filme que sorprendía por un tremendismo más propio de Ken Loach que del director de películas como Marius y Jannette (1997), Marie-Jo y sus dos amores (2002) o Las nieves del Kilimanjaro (2011), todas ellas vitalistas, idealistas y conmovedoras.

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Socialismo y diversión

Guédiguian parecía decirnos que en la Francia de Macron y del neoliberalismo rampante ya tan solo existe el sálvese quien pueda, el egoísmo y el individualismo más exacerbados. Por ello, no sorprende que ahora haya decidido evadirse de la actualidad y poner el foco en el Mali de los años 60, una época y un lugar más apto para desplegar ese cine social empático y humanista marca de la casa.

Tras la independencia de Francia, el país africano puso en marcha un socialismo que, alejado de las restricciones y la paranoia estalinista, abría un camino hacia la igualdad y la justicia real para todos sus habitantes. El director, marxista convencido, se posiciona en el filme del lado de los jóvenes, en su mayoría de las clases pudientes de habla francesa, que se entregaron a este ideal, haciendo proselitismo en los rincones más recónditos del país, pero sin renunciar a la diversión y a la libertad sexual que se desplegaba en los clubes nocturnos de la capital Bamako.

El Mali de los 60 resulta más apto que la francia actual para el cine empático y humanista del director

La película funciona a dos niveles. Por un lado, plantea una apasionada historia de amor entre dos jóvenes: Samba (Stéphanie Bak), militante del gobierno revolucionario de Modibo Keïta, entusiasta del twist e hijo de un comerciante que ve con inquietud como la distribución de la riqueza y las nuevas leyes laborales encogen su cuenta de beneficios, y Lara (Alicia da Luz), hija de esclavos vendida a un cacique que abusa sexualmente de ella.

Samba ayuda a Lara a escapar y a que se instale en Bamako, y pronto inician un intenso romance a ritmo de twist con sabor a cine clásico. Por otro lado, Guédiguian, con un didactismo algo acartonado, se esfuerza en narrar cómo se frustró el sueño socialista ante la resistencia al cambio tanto de la burguesía de la capital como de la sociedad feudal del interior, que se dieron cuenta de que no iban a lograr las ventajas esperadas de la independencia.

Si la historia de amor funciona gracias a la interpretación de los actores y a la vibrante reconstrucción de los clubes nocturnos de Bamako, Guédiguian no logra otorgar al aspecto político del filme la misma veracidad, asfixiando cualquier posibilidad de ambigüedad a un relato que se amolda en exceso a su esquema de ideas.