Quiere la casualidad que en un mismo día se estrene Sinjar, de Anna Bofarull, en la que asistimos al sufrimiento que el Estado Islámico infligió a los kurdos. También otra película muy distinta como Mi mejor amigo, que también tiene a ese pueblo como protagonista. En este caso, los malos son los turcos, cuyo gobierno sigue sin reconocer sus derechos como nación histórica. En un momento de la película, una profesora pregunta a sus estudiantes cómo se llama el lugar en el que habitan. “Kurdistán”, contesta uno. “El Kurdistán no existe”, le replica la maestra, “esto se llama Anatolia Oriental”.

La película, dirigida por el turco Ferit Karahan (Mos, 1983), se sitúa en un internado para niños kurdos que se supone que deberían estar contentos porque al menos tienen la suerte de tener una educación. “Eres la única esperanza de la familia”, le dice su madre al protagonista, Yusuf (Samet Yildiz). Es un niño de 11 años que tiene una amistad estrecha, de la que los otros niños se burlan, con el más sensible Memo (Nurullah Alaca).

Vemos la rutina de un colegio en el que los profesores utilizan de manera constante la violencia física y en el que son sometidos a un conveniente lavado de cerebro para que se olviden de que son kurdos y se conviertan en fervientes defensores de la misma patria que los oprime.

Puiu vs Karahan

Tanto la trama de Mi mejor amigo como la dirección, cámara al hombro, mucho grano y atmósfera asfixiante, nos recuerdan a una sobresaliente película rumana como La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005), en la que veíamos la odisea de un anciano enfermo que no encuentra un hospital en el que le atiendan. La película arranca cuando Memo cae misteriosamente enfermo y su “mejor amigo” Yusuf se desespera por salvarlo. En plena nevada invernal, quizá el motivo es que fue obligado a ducharse con agua fría como castigo. Poco a poco, iremos descubriendo la verdad.

Como en la película de Puiu, todo se conjura para que el pobre Memo no reciba la atención médica adecuada. Primero, los profesores no prestan atención. Después, cuando quizá ya es demasiado tarde, la intensa nevada complica el desplazamiento al hospital. Mientras Memo agoniza, el director del colegio se desespera porque el niño puede morir y no quiere que le caiga el marrón. Hay maestros buenos en esta historia que abarca un solo día frenético. Si Puiu prefiere un tono sarcástico, aquí el tono es más seco, más dramático.

A pesar de que la dirección cae en algunos convencionalismos del cine de autor, la suerte del pobre Memo nos acaba concerniendo y con él, la del todo el pueblo kurdo, al que representa. Además de ser conmovedora, Mi mejor amigo es una película valiente en una Turquía cada vez más autoritaria.