Cristi Puiu construye en Sieranevada un fresco familiar

La nueva entrega de Cristi Puiu propone toda una cosmogonía intergeneracional de la Rumanía post-Ceaucescu. El costumbrismo de Sieranevada, más sociológico que dramático, llega a nuestra cartelera mostrando un retrato sociocultural e hiperrealista de un país a través de un microcosmos familiar.

Si en algún punto se puede señalar el alumbramiento de la inagotable Nueva Ola Rumana, que ya dejó de ser nueva hace una década, es en el apartamento de Bucarest donde el señor Lazarescu arrastró su agonía como si arrastrara toda la decadencia de un país genéticamente suicida. La magistral película con la que Cristi Puiu maravilló primero a Cannes y luego al resto del mundo ha cumplido ya doce años. Era La muerte del señor Lazarescu (2005) una exploración del tiempo real y el cinemático, del huis clos (el relato de encierro) y los designios de la muerte en una sociedad tan indefensa y podrida como la salud de su memorable protagonista. La muerte de Ivan Ilich de Tolstoi resonaba en sus márgenes. Vuelve Puiu ahora a encerrarse en otro apartamento, pero lo llena esta vez de personas y de temas, de una familia que, no en vano, se reúne para conmemorar el aniversario del patriarca familiar. La claustrofobia sigue siendo un motivo de exploración más que revelador, tanto metafórica como técnica, para el gran cineasta rumano.



Sieranevada, enigmático título con error ortográfico consciente (en ningún momento se hace referencia a la sierra granadina), propone toda una cosmogonía intergeneracional de la Rumanía post-Ceaucescu que termina por proyectar una suerte de costumbrismo radical, más sociológico que dramático, sin renunciar al humor negro que empapaba sus anteriores películas, incluso el impresionante retrato de un asesino en serie interpretado por él mismo que era Aurora (2010). En un momento de Sieranevada, filme también enormemente ambicioso, cuyo relato prácticamente transcurre en tiempo real (son tres horas de película), un personaje que está viendo un documental sostiene: "Etnografía y folclore". Sus palabras suenan como si el propio Puiu estuviera haciendo un comentario irónico acerca de la película que estamos viendo. El cometido etnográfico de la propuesta es cristalino, su folclore es el retrato sociocultural de la Rumanía contemporánea mediante la detallada observación de un microcosmos familiar en permanente tensión, de ambiente tan hostil como cáustico, que encuentra en sus brotes de humor (y son muchos) una puerta de entrada a los dramas y secretos que inevitablemente saldrán a la superficie.



En algunas secuencias de

Los personajes de este fresco familiar hablan de política, de religión, de teorías conspiratorias, de adulterios, de la memoria histórica, de miedos y miserias bajo un pasmoso rigor naturalista. Pensamos en Berlanga y en Fellini, inevitables en las secuencias populosas que domestican el caos, solo aparentemente anárquicas, pues su dinamismo responde a una meticulosa coreografía, intuimos que mucho más trabajada en el caso de Puiu, también más distantes. El enclaustramiento con una docena de actores en un piso que apenas permite plantar la cámara en cuatro o cinco puntos, girarla de un lado a otro, en largos planos secuencia, se hace eco inevitablemente de la parálisis de El ángel exterminador, en un huis clos apenas interrumpido por otra clase de encierro, en un coche aparcado cerca de la vivienda donde transcurre la acción. El trabajo de los actores es excepcional, de un hiperrealismo que ya es legendario en la escuela de interpretación rumana: lo hemos visto también en las películas de Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas y un día), de Radu Muntean (Martes, después de Navidad), de Corneliu Porumboiu (Politist, adjectiv), entre otros.



Una mirada inabarcable

Cualquier lectura de Sieranevada está condenada al déficit interpretativo. Son tantas las capas de significados que va sumando en su desarrollo que cada visionado ofrecerá probablemente una película bien distinta a como la recordábamos. El espacio en el que se mueve el cineasta es mínimo, pero la amplitud de la mirada es inabarcable. Puertas que se abren y cierran a un lado y otro de la pantalla, personas que entran y salen de cuadro, cambios de posición de cámara que parecen antinaturales pero que aparentan estar en el único sitio posible para el propósito de la escena. Puiu convierte los espacios de la casa, el sentimiento claustrofóbico, en un relato psicológico de la existencia cotidiana y sus absurdos, llevando lo terrenal casi a una dimensión fantasmal, definitivamente abstracta. Y así, la escritura visual de la película se revela inseparable de la precisión de los diálogos en un filme que se expresa con igual elocuencia desde la palabra, así como de la riqueza y autenticidad de unos personajes con los que llegamos a intimar al final del relato, y que desde el otro lado de la pantalla nos invitan a mirar el mundo poniendo en cuestión el más mínimo de sus detalles.



Pareciera que la cinematografía rumana se ha apropiado de la noción del hiperrealismo del cine contemporáneo. De sus análisis microscópicos de la sociedad se extrae algo que va más allá de la propia lectura política y social del país, transformando un microcosmos en una nación, para adentrarse en los laberintos y secretos psicológicos de la naturaleza humana. Hay algo esencialmente cinematográfico en esta exploración, la convicción de que acaso solo el séptimo arte puede capturar los alaridos que se expresan en el silencio, las transgresiones del mínimo gesto o la mirada oblicua. Más allá de las innegables conquistas de El piso de abajo (Radu Muntean), Los exámenes (Mungiu) o El tesoro (Poromboiu), admirables ejercicios de equilibrismo heterodoxo, pero a su modo modélico, sobre cómo hibridar los géneros con la autoría, Puiu es hoy en día (como lo ha sido siempre) el referente crucial de la última parada rumana en las teorías del realismo que durante toda la historia del cine han mantenido a sus grandes maestros ocupados, de los pioneros a Renoir a Rossellini y a Kiarostami.



La densidad de Sieranevada es tan apabullante como lo era en los dos largometrajes previos de Puiu, si omitimos el tríptico Three Exercises in Interpretation (2012), que realizó a modo de workshop y apenas se ha visto. El espectador vuelve a tener la sensación continuada de haber llegado tarde para las presentaciones, y así los trayectos cruzados de los personajes en los escasos metros cuadrados del piso nos hacen sentirnos tan desubicados como ellos mismos, al tiempo que nos obligan a estar más atentos a cualquier nimiedad. Las películas del rumano emergen como artefactos de protesta frente al espectador adormecido por la condescendencia hollywoodense, aquella que apenas le presupone inteligencia y le impide además participar en el filme con algún gramo de pensamiento o de libertad sensitiva. El virtuosismo de Puiu consiste en miniaturizar lo inabarcable, en destilar lo universal desde el manifiesto localismo, en dibujar la arquitectura moral de una sociedad que perdió el norte mucho antes de haberlo vislumbrado.



@carlosreviriego