Los años 90 tuvieron menos personalidad que los 60, 70 o los 80. Significaron, de alguna manera, el fin de la moda como fenómeno colectivo y el principio de una sociedad más atomizada en la que todos podíamos escoger entre una infinidad de opciones. Fueron los tiempos del “fin de la civilización” de Fukuyama que pronosticaba un crecimiento sin límite porque los seres humanos habíamos alcanzado la perfección con el modelo de democracia liberal. Fue también la época en la que comenzó a fraguarse un fenómeno que después se convertiría casi en una de las marcas de la propia cultura hispánica con el advenimiento de la telebasura. Y ahí estuvo Pepe Navarro y su célebre programa Esta noche cruzamos el Misisipi como bandera insignia de una nueva forma de concebir la televisión basada en el amarillismo que sigue hasta nuestros días.

Cristina Ortiz, la “Veneno”, con su lengua desatada, mezcla de refinado ingenio y vulgaridad absoluta, fue uno de los personajes icónicos de la década. Rescatada del Parque del Oeste por una reportera del programa, la prostituta se convirtió en una estrella dando visibilidad a las transexuales. No era la primera vez que los españoles veían a una transexual, ahí estaba Bibi Fernández antes que ella, películas como Cambio se sexo (Vicente Aranda, 1997) o el cine de Almodóvar, pero la Veneno sí fue el rostro del transexualismo en nuestro país durante una época en la que el show de Navarro arrasaba en las audiencias con sus contenidos “provocadores” y picantes. Una época, además, en la que la situación del colectivo era mucho peor que la de ahora, que sigue siendo mala, o como dicen en el tráiler de la serie: “No son un peligro para el mundo, el mundo es un peligro para ellas”.

Javier Ambrossi y Javier Calvo, los Javis, jóvenes y talentosos directores de la obra teatral y película La llamada o la serie Paquita Salas de Netflix, construyen su historia en dos tiempos. Por una parte, vemos los desvelos de una reportera (Lola Dueñas) que se acaba de reincorporar al programa después de ser madre y está ansiosa por hacerse notar. Conoce a la Veneno (Daniela Santiago de joven e Isabel Torres de adulta) por casualidad, cuando dispuesta a todo por triunfar con uno de los reportajes sensacionalistas característicos del programa se adentra en una de esas zonas que hay en todas las ciudades donde las trans ofrecen su cuerpo a la intemperie. Allí se topa con Veneno, un torrente verbal, y comienza su fulgurante estrellato cuando Navarro intuye en ella a una futura estrella después de verla en una grabación de pocos minutos.

Una escena de 'Veneno'

Por otra parte, vemos la historia de un jovencito en primer año de universidad que está obsesionado con la Veneno y trata de localizarla cuando se entera de que vive en su ciudad, Valencia. Ese jovencito dubitativo que vemos en el primer capítulo es hoy una mujer llamada Valeria Vegas, escritora del libro de memorias de la performer en el que se basa la serie. Su historia de liberación personal sirve como espejo a la trayectoria de la propia Veneno y como ejemplo de su propia virtud, o sea, dar visibilidad y esperanza a personas en su misma situación que gracias a ella se atrevieron a dar el paso y sentir mayor autoestima.

Con una estética de colores fosforitos como de neón a lo Gregg Araki, que parece ser el referente visual más claro, los directores plantean una serie post punk electrónico en lo musical (una especie de Blondie) que parece reflejar un mundo al mismo tiempo luminoso y decadente. Lo mejor de este prometedor primer capítulo es el mundo de las transexuales que ejercen la prostitución, con su peculiar jerga y rutinas. La primera secuencia en la que Dueñas es atacada por un ejército de trans furiosas está especialmente lograda, retratando con el punto justo la mezcla entre calidez y ternura que puede darse en la marginalidad pero también su violencia.

Los Javis, en la estela de otros cineastas patrios como el propio Almodóvar, Alex de la Iglesia o el desaparecido José Luis Cuerda tienen talento para reflejar la cultura popular, incluso la más vasta y menos refinada, para profundizar en ella y mostrar sus pulsiones ocultas. De momento, no quieren hablar sobre la serie porque debido al parón del coronavirus no han podido terminar de rodarla y prefieren esperar a que estén todos los capítulos. El primero, permite adivinar que su cámara capta con talento y suspicacia el zeitgeist de una época como los 90, en la que muchos jóvenes de hoy no habían nacido pero donde se comenzaron a gestar de manera definitiva algunos de los fenómenos que marcan la contemporaneidad como la cultura de la fama rápida y destructiva, la conversión de la información en espectáculo o el poder de la prensa y los medios para configurar un estado de opinión que distingue lo aceptable de lo inaceptable socialmente.

@juansarda