El cineasta francés de origen israelí Yvan Attal (Tel Aviv, 1965) es un rostro popular en el país vecino gracias a sus muchos trabajos como actor. En nuestro país, obtuvo hace poco un gran éxito como director con su quinto título detrás de la cámara, Una razón brillante (2017), en la que exploraba las dificultades de los inmigrantes en Francia a través de la relación entre un profesor de oratoria y su alumna de origen magrebí. Ahora, Attal realiza y protagoniza una adaptación (muy libre) de una obra del escritor norteamericano John Fante basada en la crisis existencial de un escritor en los 50 que siente que ha perdido la inspiración artística y que no logra establecer una verdadera conexión ni con su mujer (Charlotte Gainsbourg) ni con sus cuatro hijos. En plena depresión, el atormentado novelista opta por el cinismo para relacionarse con el mundo, lo cual complica aún más sus ya difíciles relaciones afectivas.

Los franceses producen todos los años un buen número de películas con personajes burgueses y tramas marcadas por los conflictos familiares. En un momento dado de Buenos principios la agente literaria del protagonista le dice (no se sabe si en un giro irónico del propio Attal) que los libros sobre los pequeños encantos y amarguras de la vida conyugal “venden mucho”. Un género que se ha convertido casi en un cliché de una cinematografía en la que autores como el escritor y guionista David Foenkinos, con La biblioteca de los libros rechazados y Lola y sus hermanos en tiempos recientes; Philippe de Chauveron, con su saga sobre una familia conservadora atormentada por los matrimonios interraciales de sus hijos, o la pareja formada por Oliver Nakache y Eric Toledano, con grandes éxitos como Intocable, son santo y seña. 

En el caso de Buenos principios, Yvan Attal juega al despiste para comenzar su película con una ligereza que parece más propia del cine familiar de Hollywood más predecible y acabarla con mayores dosis de emoción. Amargado porque siente que sus mejores años han pasado, falto de inspiración e incapaz de comunicarse con su familia, el protagonista encuentra consuelo en un enorme perro San Bernardo que es el origen de la disputa definitiva que provocará que uno a uno le abandonen los cuatro jóvenes y su propia esposa, quedándose cada vez más solo en una hermosa casa de la playa comprada con el dinero que le dio su único gran éxito literario. Si Attal comienza su película abusando de tópicos y de situaciones costumbristas con un punto subversivo (el hijo aficionado a la marihuana) la acaba mejor a medida que su propio personaje desvela las claves íntimas de su personalidad y logramos conectar con la progresiva soledad de ese hombre que siente que lo ha hecho todo mal.

@juansarda