Mar Targarona y Mario Casas

El cine español sigue conquistando territorios ignotos y se atreve con el gran tema del siglo XX, la barbarie nazi y sus ominosos campos de concentración. La película El fotógrafo de Mauthausen, de Mar Targarona (Barcelona, 1953) recupera la memoria de esos diez mil españoles que fueron deportados a campos de concentración nazis, 5.500 de los cuales murieron. La directora cuenta la historia del fotógrafo catalán Francesc Boix (Barcelona, 1920-París, 1920), al que da vida un Mario Casas en los huesos. En ella, el actor interpreta a un artista que dejó un legado incalculable para la posteridad al realizar clandestinamente fotos del campo que después sirvieron como memorial del horror y también para inculpar a jerarcas nazis cuando perdieron la guerra. Como nos cuenta la cineasta, los españoles no fueron masacrados de forma inmediata como los judíos, que se llevaron la peor parte, y Mauthausen no era un campo de exterminio sino de prisioneros. Un campo de prisioneros en el que se moría y se mataba mucho pero donde también se celebraban conciertos y funciones teatrales para cautivos y guardianes. Sin cargar las tintas ni ocultar la consternación, el filme tiene como protagonista a ese Boix "simpático con un punto pícaro muy español" para indagar en las complejidades de un horror que por desgracia sigue siendo una lección muy viva en estos tiempos de nacionalismos convulsos. Pregunta.- ¿Sentía pánico al tratar el Holocausto por primer vez por el cine español? Respuesta.- Había leído mucho sobre ello pero desconocía la historia de los españoles que fueron encerrados en campos de concentración. Quiero hacer aquí una distinción importante. El Holocausto afectó a los judíos, que salieron mucho peor parados que los demás. Ellos eran eliminados inmediatamente y se mataba a niños de cuatro años de la manera más cruel. Mauthausen era un horror pero era un campo de prisioneros o no se aniquilaba a la gente de manera industrial. Dicho esto, quería hacer un homenaje a esos diez mil españoles y contribuir a que se conozca su historia porque ha sido silenciada. P.- ¿Por qué escogió a Francesc Boix como protagonista? R.- La forma en que se coordinó con otros prisioneros para salvar negativos con la vida en el campo es heroica y muy interesante para retratar en una película. Por otra parte, insisto, hemos visto muchas películas, algunas muy buenas, desde el punto de vista judío o de los franceses, y quería contar esta historia desde el punto de vista de un español, Boix también es un personaje singular. El se esforzó mucho por sobrevivir, aprendió alemán y era un tipo simpático que sabía ganarse a la gente. Se movía bien entre los nazis y fue capaz de engañarlos sacando esos negativos. P.- ¿La supervivencia justifica siempre la colaboración con el monstruo? R.- Esto lo cuenta muy bien Benito Bermejo, autor del libro El fotógrafo del horror, en el que nos basamos para la película. Todos los prisioneros querían sobrevivir. Y no todos los guardianes del campo eran nazis ni malos. Fuimos a entrevistar a un antiguo soldado que trabajó en el campo y era un tipo normal que sufrió mucho con aquella experiencia. Después, lo que vemos, es cómo en un contexto así la maldad humana que todos llevamos dentro aflora. A veces, eran peores los prisioneros que ejercían como jefes de los barracones. Y en el pueblo de Mauthausen, que es un sitio precioso al lado del Danubio, te cuentan que muchos lugareños se apuntaron al escarnio y se comportaron de manera muy cruel con los deportados. La crueldad humana se contagia. P.- Vemos también momentos distendidos. ¿Hay alegría incluso en el horror? R.- Todos hemos ido a funerales en los que la gente se ríe. No lo podemos contar todo pero en Mauthausen había teatro, conciertos, boxeo y partidos de fútbol. Trabajaban hasta las seis pero después deambulaban por allí. Y no estaban todo el día llorando. Hay un detalle importante que se ha silenciado, no sé por qué, y es que había un prostíbulo, uno bien grande, en el primer barracón que te encuentras al llegar al campo. No hay una sola placa que recuerde a esas mujeres que fueron obligadas a prostituirse. P.- En esa falsa normalidad, el horror es un recordatorio de la verdad del sitio. ¿Quería jugar con el contraste? R.- Es que si es todo horrible inmunizas al espectador. Tiene que haber momentos de oxígeno. Y somos fieles a ese espíritu de supervivencia. Esto no lo contamos en la película pero, los que sabían dibujar, les vendían ilustraciones eróticas a los nazis a cambio de comida o de medicinas. Tampoco mostramos que hubo muchos conflictos y asesinatos entre los españoles, que eran comunistas, y los prisioneros polacos, que eran muy católicos. En la película hay también un importante elemento didáctico, quiero que se conozca la historia de esta gente pero no podemos contarlo todo. P.- ¿Qué papel juega esa escalofriante escena en la que un jerarca mata a varios prisioneros para divertirse en una fiesta? R.- Los nazis eran monstruosos. De entrada, en su propia ideología ellos se consideran a sí mismos superiores y los demás son monos. Por tanto, consideraban que la vida ajena no valía nada. Esa escena reflea una historia cierta. El jefe del campo mató a 40 prisioneros como espectáculo en su fiesta de cumpleaños. Y lo hicieron con sadismo y recochineo. Lo explica su hijo en sus memorias. El grado de maldad de los nazis no fue igualado por ningún otro fascismo europeo. P.- ¿Estamos viendo un resurgir del fascismo como dice Madeleine Albright en su nuevo libro Fascismo. Una advertencia? R.- Tengo la impresión de que vamos para atrás. Cuando oyes a Matteo Salvini hablar de "barcos llenos de carne humana" se te pone la piel de gallina. Una cosa es que se hable de la inmigración como un problema y otra una expresión que recuerda al nazismo. Parece que la globalización asusta a mucha gente y hay un sentimiento de volver a estar encerraditos. Esa dialéctica del "nosotros y ellos" que vemos por ejemplo en Cataluña me asusta. Por eso creo que es imporante contar la historia de Francesc Boix. @juansarda