A Lullaby to the Sorrowful Mystery de Lav Díaz

La última edición de la Berlinale ha demostrado, sobre todo a través de las creaciones de Lav Diaz, Gianfranco Rosi y Mani Haghighi, que para comprender la realidad es necesario oxigenarse con puntuales dosis de fantasía.

Más allá de la inevitable relevancia mediática del palmarés, la 66ª edición del festival de Berlín será recordada por la valiente decisión de incluir en la sección oficial A Lullaby to the Sorrowful Mystery, nuevo film de Lav Díaz que impulsó un giro radical al rumbo que hasta entonces estaba manteniendo el certamen. El 18 de febrero, día de su proyección, permanecerá como una fecha señalada en la historia de la Berlinale, la jornada en la que un evento caracterizado en los últimos años por su conservadurismo, se atrevió a dar un arriesgado paso, abriendo su puerta más distinguida al cine sublime y radical.



La película se sitúa a finales del siglo XIX, período en el que los españoles seguían controlando Filipinas. Los colonizadores ejecutan al escritor y gran héroe nacional José Rizal. Su relevo lo toma Andrés Bonifacio, propulsor de la revolución que estaba destinada a liberar definitivamente a las islas. El proceso se frustra no tanto por la opresión española como por las rivalidades internas de la insurgencia. Los egos, el afán de poder y la falta de cohesión llevan a la desaparición de Bonifacio. Todos lo dan por muerto. Su mujer, Gregoria de Jesús, se lanza a la búsqueda del cuerpo en plena selva, espacio salvaje y místico en el que conviven sectas cristianas, la naturaleza indomable y un imaginario ancestral que se materializa en criaturas mitológicas. A lo largo de sus 8 horas de duración, A Lullaby to the Sorrowful Mystery desarrolla con una profundidad insólita emociones humanas desgarradas, de la culpa al desarraigo, de la traición a la incapacidad de aceptar la pérdida del compañero. Como es habitual, Diaz compone una estética esplendorosa mediante un blanco y negro que resalta el sufrimiento de los rostros y amplifica la voluptuosidad del paisaje. Su película es una vez más un desafío a la noción convencional del tiempo cinematográfico, y también a la relación del hombre con su pasado.



Evaluando el nivel de la sección oficial, es inevitable concluir que la competición estaba formada por Lav Diaz y 17 directores más, separados del creador filipino por un abismo. Y sin embargo, hubo un buen número de obras excelentes. Sin ir más lejos la ganadora del León de Oro, Fuocoammare, documental de Gianfranco Rosi que aúna admirablemente un tema de actualidad ineludible con una visión artística absolutamente personal. Esta vez el realizador italiano se desplaza hasta Lampedusa para ofrecer su particular visión de una isla que ha sido objeto de innumerables películas en los últimos años. A diferencia del resto, Fuocoammare no se limita a registrar el aislamiento de los lampedusianos y la tragedia de los refugiados que recalan allí escapando de la guerra. Rosi busca vida entre las cenizas, y lo que encuentra son focos de resistencia cargados de estoicismo e inocencia. Al igual que en su anterior trabajo, Sacro GRA (2013), la estructura bascula entre varios grupos de personas, siguiendo una estrategia más cercana al relato literario que al documental convencional. El juego, la fábula y el poder de la imaginación emergen de esa realidad devastadora que cuentan los medios masivos. La película huye de lo informativo para adentrarse en el alma del lugar, prefiere visualizar las ilusiones de la infancia, los secretos del océano observados por un pescador, las vidas que se esconden en el vientre de una joven refugiada futura madre de gemelos, el espíritu lúdico de los emigrantes que organizan un mundial de fútbol defendiendo cada uno los colores de sus castigados países. Mientras las televisiones reducen Lampedusa al lamento y el relato del horror, Rosi opta por el humor y la complicidad sin esquivar la gravedad de la situación. Por eso mismo su película perdurará más allá de las crisis migratorias y las injusticias sociales y políticas.



El dilema entre el inmovilismo y la reinvención en tiempos turbulentos se encuentra en el fondo de L' avenir, largometraje de Mia Hansen-Løve que recibió el Oso de Plata a la mejor dirección. La férrea estabilidad de una profesora de filosofía interpretada por Isabelle Huppert, prototipo de la burguesía francesa que disimula su marcado conservadurismo bajo el disfraz de la alta cultura, observa desde la impotencia cómo los cimientos de su existencia se van hundiendo uno tras otro. El film habla sobre la inutilidad de protegerse tras la teoría en un mundo que muta a cada instante. Al asomarse a un personaje maduro, Hansen-Løve logra su obra más sólida hasta la fecha, aunque a la vez algo de frescura parece haberse quedado en el camino. Obligada por las características de su personaje principal, la directora recurre en exceso a la teatralidad y la referencia intelectual, planteando una vez más las dicotomías burguesía/revolución y pensamiento/acción sin aportar un discurso original. Viejos conflictos tratados con un enfoque igualmente añejo.



Mucho menos previsible resultó A Dragon Arrives!, comedia de tintes absurdos realizada por Mani Haghighi. La acción se sitúa en una isla del Golfo Pérsico en los tiempos del Shah. Un detective se desplaza hasta allí acompañado por un geólogo y un ingeniero de sonido para investigar el suicidio de un preso político. Los tres hombres llegados de Teherán colisionan con las tradiciones del Irán profundo, provocando la furia de la tierra y dando paso a lo sobrenatural. Haghighi compone un apasionante pastiche de géneros fusionando el film noir de serie B, la ciencia ficción y el documental, tiñendo el conjunto con humor surrealista. A Dragon Arrives! habla sobre la confusión que se vivía en el Irán de mediados de los 60. Un país cuya pose occidental escondía un clima político altamente represivo que estaba abocado a estallar.



La noción libre y fantasiosa de la Historia aplicada por Haghighi contrasta con la solemnidad de Danis Tanovic en Death in Sarajevo, galardonada con el Premio Especial del Jurado. El director bosnio emprende de nuevo una ambiciosa radiografía del pasado y el presente de los Balcanes, en esta ocasión partiendo de una obra teatral de Bernard-Henri Levy. Su único escenario es el lujoso Hotel Europa, microcosmos de los desencuentros de la región integrado por individuos de identidades y clases extremadamente diversas. Tanovic consigue eludir el tono teatral que le sirvió como punto de partida pero su enfoque pretende englobar un magma tan complejo que termina por sucumbir al reduccionismo. Como en obras anteriores, queda demasiado patente su intención de erigirse en el relevo de Emir Kusturica como gran narrador de las contradicciones de la ex Yugoslavia.



La última edición de la Berlinale ha demostrado, sobre todo a través de las creaciones de Diaz, Rosi y Haghighi, que para comprender la realidad es necesario oxigenarse con puntuales dosis de fantasía. Las obras más innovadoras del festival han mantenido que el cine seguirá evolucionando mientras preserve su inocencia y por lo tanto continúe siendo cautivo del misterio.