Evgeny Ruman, Tova Ascher y Helen Yanovsky durante su paso por el Festival Internacional de Jerusalem.

Tova Asher, Evgeny Ruman y Helen Yanovsky, directores en alza en Israel, reflexionan sobre el boicot cultural a su país y el papel que debe jugar el cine en el conflicto con Palestina y el mundo árabe.

El cine israelí está viviendo el que quizá es el mejor momento de su historia. En talento y en reconocimiento internacional. En los últimos meses, películas de ese pequeño y convulso país de Oriente Medio tan diversas como La fiesta de despedida (se proclamó ganadora de la última Seminci), El juicio de Vivian Ansalem, La profesora de parvulario, Omar, Big Bad Wolves o Mis hijos se han acercado a los cines españoles con notable éxito. Directores como Ari Folman, Eytan Fox, Joseph Cedar o Etgar Keret suscitan entusiasmo en todo el mundo. En este momento de esplendor, el cine israelí se enfrenta a dos poderosos enemigos. Por un lado, su propio Gobierno, con una nueva ministra, quiere recortar fondos para el cine israelí crítico. Por el otro, existe un boicot internacional que en nuestro país acaba de dejar la agria polémica de la actuación del rapero Matisyahu en Benicàssim. Aunque de momento los filmes israelíes siguen compitiendo con normalidad en el circuito internacional, figuras como Ken Loach han apoyado el boicot cultural a Israel. Dos formas de ceguera y prejuicio que pintan algunas sombras en un panorama con muchas más luces.



En el marco del último Festival Internacional de Jerusalén celebrado hace unas semanas reunimos a tres figuras del cine israelí que estrenaban allí sus últimas películas para hablar del boicot y de otros asuntos que afectan a una cinematografía muy marcada, lógicamente, por la realidad de un país polémico y turbulento. Acuden a la cita la montadora Tova Asher, editora de más de 50 películas desde los años 70 y quien debuta con su primer filme como directora en el festival, A.K.A. Nadia, un drama sobre una mujer que se hace pasar por judía para tener una vida mejor y una adolescente hebrea enamorada de un palestino. Y la acompañan dos figuras emergentes. El primero es Evgeny Ruman, quien presenta su segundo filme, The Man in the Wall, un thriller sobre una mujer cuyo marido desaparece una noche en misteriosas circunstancias y que propicia una reflexión sobre el matrimonio, habiendo competido en Rotterdam o en la capital de Israel. La segunda es la documentalista Helen Yanovsky que debuta con un trabajo tan conmovedor como atractivo, Jerusalem Boxing Club, donde conocemos un gimnasio de la ciudad en la que el deporte reúne a jóvenes luchadores árabes y judíos.



Sin duda, la más aguerrida, es Tova Ascher: "Estoy a favor del boicot contra la economía de Israel pero en contra del cultural. El boicot internacional es una herramienta importante para que cambie la política del Gobierno de Israel, yo estoy a favor de presionar a Estados Unidos para que retire su apoyo. Pero el boicot cultural es un error. Cuando Ken Loach boicotea el cine israelí está haciendo el ridículo porque las películas son formas de comunicación, está rechazando a la gente equivocada. Donde hay que atacar es donde realmente se hace daño, en el dinero". Evgeny Ruman añade: "El boicot cultural es ridículo, es populista y es barato. Me enfurece. La gente que lo defiende solo está haciendo que la situación sea mucho peor. No consigue nada, cero, solo hace daño. Creo que impidiéndonos enseñar nuestras películas solo están coartando la libertad de expresión".



También son conscientes del gran momento que atraviesa el cine israelí y su reconocimiento internacional. "Este es un país terrible por muchas cosas pero también un lugar muy interesante para vivir donde hay muchos conflictos en muchos niveles, no solo con los palestinos, también de identidad, sociales... Yo vengo de Georgia, nací allí y vine a un país en el que todo el mundo procede de lugares muy distintos. Es una gran mezcla", explica Yanovsky. Añade Ruman: "Se habla de un renacimiento. Y creo que es una de las cinematografías más interesantes, tenemos un cine muy diverso, hay películas comerciales y muy artísticas y ambas encuentran un público. Al mismo tiempo, creo que es una cuestión de modas y sí ahora nos hacen más caso, por nosotros fantástico. Hay que aprovechar el momento".



Es imposible estar en Israel y no hablar del conflicto. Aunque alerta Tova Asher: "Creo que es sano y positivo que haya películas israelíes que no traten del conflicto, significa que tenemos una cinematografía más madura. Existe esa tendencia internacional a que tengamos que posicionarnos siempre sobre el conflicto. Yo he estado muy implicada políticamente toda mi vida pero es injusto que nos tengan que decir como artistas de qué manera tenemos que pensar o sobre qué tenemos que hacer las películas". La exigencia, luego retirada, del festival valenciano de que el rapero acreditara su "antisionismo" parece retumbar en esta frase de la cineasta. Y añade parafraseando a ese Godard para el que el travelling es un acto político: "Hay muchas más cosas aparte del tema que son importantes cuando haces una película. El ángulo de la cámara, la puesta en escena, la fotografía... todo ello está más oculto pero dice mucho sobre la honestidad del artista que es lo importante".



Yanovsky, la documentalista, añade: "Mi película no es política pero sí cuenta algo como la relación entre este entrenador judío que además fue perseguido por serlo y su amistad con un joven boxeador palestino. Creo que hay algo importante en las enseñanzas del boxeo, cuando el entrenador les recomienda que sean caballeros en el ring aunque el deporte sea muy violento. Hay una frase que me gusta mucho y es que si tienes algo que decir, simplemente escríbelo, no esperes diez años para aprender lo que quieres decir. Por eso me gusta el documental. Es un formato que tiene esa inmediatez y es al mismo tiempo una búsqueda de una verdad". Ruman, que presenta un filme que reflexiona sobre los lazos que unen y separan a un matrimonio, opina que "hay un error y es que en cuanto haces una película sobre el conflicto te sitúan a la izquierda, lo cual no es del todo correcto. Lo que sucede con estas películas es que lo tienen más fácil para viajar porque fuera lo que más interesa de este país es el conflicto. Yo no he tenido hasta la fecha la urgencia de hacer una película política y creo que es obvio que tenemos derecho a hablar de otras cosas que nos inquieten".



En A.K.A. Nadia, Tova Asher nos cuenta la historia de dos mujeres, una adolescente judía que se enamora de un activista palestino y se exilia con él en Alemania dejando a su familia atrás y una brillante coreógrafa árabe que ha prosperado en Israel haciéndose pasar por judía hasta que su pasado regresa para amenazarla. Dos mujeres que representan el error de plantear siempre identidades nítidas en un conflicto con líneas borrosas: "Planteo cuestiones que me interesan como la identidad, cambiar tu vida, como empezar desde el principio o relacionarte con el otro que no es tú mismo. Y también la relación entre madres e hijas, escribí el guión con mi hija y nuestra propia relación está en la historia, por eso también es una historia muy personal".



En Asher hay también un componente político cuya dureza puede sorprender a algunos: "Vengo de una familia de derechas y he sido toda mi vida muy de izquierdas. Me enfurece mi país. Israel se ha convertido en un lugar inmoral que está contra todo lo que es importante para mí. No hay una declaración política explícita pero sí es contundente contra esta situación. Me rebelo absolutamente contra el hecho de que ser un árabe en mi país es una maldición. Y el árabe es además el último de una lista de personas marginadas: los pobres, los que critican el estatus quo, los distintos... De todos modos trato de no ser ingenua, no creo que el arte cambie la realidad, su función es hacer preguntas".