Image: El placer, el dolor y la libertad

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Cine

El placer, el dolor y la libertad

El cine de Vicente Aranda nos deja el reflejo extraordinario de la convulsa transición y el postfranquismo

26 mayo, 2015 02:00

Vicente Aranda junto al actor Pepe Sancho durante el rodaje de Libertarias (1996)

Tenía fama de cascarrabias pero la vez que lo entrevisté fue un hombre encantador al que parecía no importar el tiempo. Vicente Aranda era de Barcelona pero vivía en una casita a las afueras de Madrid y tenía un acento catalán que parecía que nunca hubiera salido de Vic. Con ese aspecto como de señor venerable de provincias, Aranda era un símbolo de esa generación a la que también pertenecían gente como Manuel Vázquez Montalbán o Juan Marsé, a los que adaptó en muchas ocasiones, crecidos en los barrios emigrantes de Barcelona, "charnegos" de pura cepa que convivieron con esa "gauche divine" formada por chavales de buena familia (de eso trata, precisamente, su primer filme, Brillante porvenir) en unos tiempos, el tardofranquismo y la transición, en los que la cultura española vivía enfervorizada por los nuevos aires de libertad.

Porque Vicente Aranda probablemente hoy tendría muy difícil hacer esas películas revolucionarias para la época en las que sin tapujos abordaba los asuntos más espinosos de la época. Muy influido en sus inicios por la experimentación de la Escuela de Barcelona, Fata Morgana (1965) es una película raruna de ciencia ficción que se erige como metáfora de la servidumbre de los perdedores de la guerra con sus verdugos. La figura de Teresa Gimpera, fuente de toda obsesión carnal, se erige en protagonista adelantando de ese erotismo que sería marca de la casa en esos tiempos del "destape" en los que el sexo era una verdadera obsesión para cineastas, escritores, artistas y españoles en general.

Ahí están filmes como Las crueles (1969), en las que aparecía el lesbianismo, La novia ensangrentada (1971), una fantasía lúbrica, o Cambio de sexo (1977) en la que su musa, Victoria Abril pasaba de José María a María José, o La muchacha de las bragas de oro, primera adaptación de Juan Marsé, en la que refleja el proceso de reconversión de los antiguos falangistas a la democracia. El enrarecido clima político posterior a la muerte de Franco protagoniza muchas de sus siguientes películas, Asesinato en el comité central (1982), sobre las tensiones en el partido comunista; Fanny Pelopaja (1984) reflexiona sobre las relaciones entre víctimas y verdugos con la llegada de la democracia y Tiempo de silencio (1986) es un viaje a la estulticia e inmovilismo del franquismo.

En 1987, Vicente Aranda triunfa con El lute, su esperpéntica visión del delincuente más famoso de España, y encadena una serie de películas ambientadas durante el franquismo que adquieren una gran popularidad como Si te dicen que caí (1989), donde adapta de nuevo a Marsé para hacer un viaje nostálgico a las infancias de la posguerra, la célebre Amantes (1991), ese angustioso triángulo de pasiones en la España franquista, o la serie Los jinetes del alba, una volcánica y tormentosa historia de amor situada en los tiempos del franquismo.

A Vicente Aranda, las cosas como son, se le daban mejor las películas históricas y buena prueba de ello dan filmes fallidos como El amante bilingüe (1993), Intruso (1993), La pasión turca (1994) o La mirada del otro (1998). En los últimos tiempos, conoció precisamente el éxito gracias a filmes como Libertarias (1996), sobre las mujeres que combatieron en el bando republicano durante la Guerra Civil, la excelente Juana La Loca (2001) o incluso esa Carmen (2003) con Paz Vega en la que podía dar rienda suelta a todas sus pulsiones eróticas. Icono de una época marcada por la lucha por la libertad en la que el cine español estaba muy influido por el clima social y la tradición histórica y literaria, su cine es hoy tanto un reflejo extraordinario de la convulsa transición y el postfranquismo como una ventana abierta a algunos de los episodios más sonados de la historia de España.