Dice el director brasileño Fernando Coimbra (Ribeirão Preto, 1976) que uno debe enfrentarse al horror en su estado más puro para tratar de comprenderlo. Con su primera película, El lobo detrás de la puerta, afronta un suceso extraído de los periódicos, el secuestro de una niña en las barriadas de clase media baja de Río de Janeiro. En un momento del filme, un policía dice que no escogió esa profesión para hacer de "consejero matrimonial". Un poco lo mismo le pasa a esta película policíaca mucho menos interesada en ese aspecto de la historia y mucho más en narrarnos el drama previo de los personajes que conduce a la tragedia, la infidelidad de un conductor de autobuses casado con una chica más joven que él, la obsesión de ésta por su amante, la enfermiza relación oculta con su mujer, a la que seduce con aviesas intenciones, y la brutal forma en que el marido desleal resuelve "el problema" cuando el ligue pasajero se convierte en una carga y comienza a querer algo más que revolcones sórdidos en un apartamento clandestino.



El lobo detrás de la puerta tiene estilo. Uno detecta en sus cuidadas imágenes, muy atentas a un uso de la profundidad de campo que proporciona algunos momentos de composición notables, la influencia clara de maestros como Pedro Costa, con esas atmósferas densas y asfixiantes creadas a partir de primeros planos sofocantes, o de Jaime Rosales con esos encuadres milimétricos en los que pueden suceder varias cosas a la vez, a lo que hay que sumar una misma obsesión de parte del mejor cine moderno por el sonido. Y es magnífico cómo Coimbra añade a esas escenas desgarradoras esa banda sonora muchas veces hortera y banal que la vida pone a nuestros momentos más intensos con esos omnipresentes hilos musicales. Hay también una influencia clara del cine negro, tanto del americano como de la versión que de él hizo el cine francés a partir de los 50, esos dramas cargados con tono de thriller como los Louis Malle (Ascensor para el cadalso) o el primer Chabrol.



Sin duda, el argumento nos lleva inmediatamente a Atracción fatal, con esa amante despechada y obsesiva, y en cada fotograma percibimos esa certeza del pathos de aquel cine americano negro clásico en el que la tragedia parece inminente desde el primer fotograma. Muchos referentes, quizá demasiados, surgen al ver la película, lo cual es moneda frecuente entre los debutantes. Pero Coimbra es un director con talento y El lobo detrás de la puerta nos cuenta una historia tan eterna como la del marido enamorado de una jovencita consiguiendo que las emociones de los personajes salgan de la pantalla, que sintamos su angustia de una forma casi física, que casi huela el sudor de la pareja revolcándose (El lobo detrás de la puerta es una película con mucho sexo) para implicarnos casi desde la primera secuencia en una historia minúscula que poco a poco va creando amplias resonancias para plantear de forma cruda los límites de demencia a los que puede llegar cualquier situación que se escapa de las manos.



Ayudan los actores, sobre todo la joven Leandra Leal que logra dar a su turbulento personaje dosis de humanidad escapando del tópico de psicópata descerebrada para realizar una interpretación sutil y demoledora. El lobo detrás de la puerta respira sexo, deseo, frustración y lubricidad y eso la hace profundamente humana, es cine rodado de manera fría con unos personajes volcánicos y es una combinación que funciona con un extraño equilibrio. En su voluntad por ser implacable y demoledora a veces peca de una cierta rigidez, como si Coimbra tuviera demasiado miedo de que la película se le vaya de las manos y se convierta en un filme vulgar. Pero uno se queda atrapado por lo que cuenta, enganchado a unos personajes que esconden una gran soledad, desesperados pero no mudos ante su desdicha. Y nos recuerda algo tan sencillo como que en esta vida hay que ir con mucho cuidado.